domingo, 19 de mayo de 2013

Carta a una enamorada inconforme.

por Roberto A. Lamelo Piñón

Créeme. Hubiese querido ser como tú quieres que yo sea. Incluso pudiera pretenderlo. Fingir, arroparme bajo un falso manto de obediencia y obedecer tu mando. Prostituirme como una puta cualquiera, reclamar mi hueso, mi palmada y mis cosquillas. Puedo incluso pedirte me arrojes el palo lo más lejos que puedas y yo, raudo, lanzarme en dos o en cuatro patas a buscarlo. Traértelo de vuelta. Todavía me quedan muelas para disputarte su tenencia. Odio el dentista. Tampoco me gusta morder el palo. Mucho menos ser tan obediente.

Puedo pretender que sí, a veces, eres mi paradigma. Mi modelo de otro sexo. Mi ilusión más fuerte y segura. Mi seguro de vida. Me refugio en tus diplomas y en tus títulos. Recuerdo que mientras te comías la pizarra, mientras rigurosa seguías los estudios y soñabas con la graduación, mientras tu meta era complacer a tus viejos y colgar un diploma de Bachiller en la pared de la sala de tu casa, y te acostabas leyendo libros a las 12 o 1 am, yo a esa hora descubrí con satisfacción infinita que cuando termináramos "la carrera", nuestros promedios serían similares. Tú ibas por un sendero muy estricto; yo iba desbrazando montes de putas, fiestas… y llegamos al mismo sitio.

Te repito, admiro tu pericia. Tu modo incondicional de creer tu fantasía modelo, tu karma exportable y perecedero, pero somos dos almas muy distintas.

A veces simulo que me ofendes, cuando te retratas de Jeans Channel , cuando tu cara dibuja una sonrisa de Mona Lisa, cuando no veo el lujo que supongo. Yo, no puedo darte más de lo que soy. No puedo salir de la turbulencia de mis actos cotidianos. De una risa desbordada de sinceridad; de estar horas frente a un ordenador escribiendo; de gozarme una puta en un Go-go o de acostarme con cuatro chicas diferentes en el mismo lapso de tiempo. Incluso, para sentirme amado falsamente, me finjo amores a distancias. Una chica me aporta par de labios, otra un coeficiente de inteligencia elevado y una última un recuerdo de pasarela habanera. Con las tres., a veces, me armo una y le busco a las otras los defectos que estas no tienen o incluso, viceversa. Y me rio de ti y te lloro. Y te perdono y me excomulgo. Y de pronto me hallo, una vez, caminando entre montanas, esperanzado con tener sexo en una vereda con una campesina veinteañera, otras atiborrado. De que? No sé, pero atiborrado, mientras tú esperas que yo aparezca para reirte, plantarme en la cara que tus cartas son Tres Ases y yo por dentro finjo dolor y envidia mientras me aseguro de pensar en que a La Pelona, le importa bien poco si tienes mucho o poco. Te la baila… te la cepilla si - y cuando - le da la gana.

Recuerdo entonces, te lo juro, que te miro desde abajo como algo inalcanzable, como algo perfecto que mi espíritu imperfecto y extrovertido no puede atreverse a tocar. Y te dejo en tu felicidad infinita mientras sacudo mis manos  llenas de polvo, mientras zurzo mi ropa de siempre, mientras lustro mi realidad decadente, corrompida y admirada. Y me rio de todos aquellos que solo quieren vivir para tener un más que no disfrutan nunca y recuerdo – vuelvo a hacerlo – a La Pelona.  Agradecido le pido que no te lleve. Que no me dé ese dolor de perderte yo primero. Ella, cabrona, me asegura que es un juego. Que incluso ha estado jugando conmigo hace catorce años; que no me preocupe, que camine, que me olvide de aminoácidos, carbohidratos, energías y radicales libres. Me pide que me le monte encima, que me la folle. Y yo lo hago. La complazco para que te deje tranquila, para que sigas ahí arriba cosechando diplomas y sigas decorando la pared de tu casa y la de tus viejos sin percatarte siquiera que, quienes estamos abajo, somos  esa parte sólida en la cual se sustenta tu pirámide inconclusa e insaciable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario