jueves, 14 de febrero de 2013

MI PERRA VERDE



Recuerdo que apenas repartieron las primeras bicicletas por la Universidad me llegaron dos:  una me la dieron por la Beca, F y 3ra; la otra me la dieron por la Facultad. Una la vendí, necesitaba el dinero. Treinta dólares me dieron por ella. La otra sí, la otra se convirtió en mi compañera fiel de estudios.

No hubo día que no me acompañara, o mejor dicho, me llevara, loma arriba por todo G hasta Zapata. La mayoría de las veces pedaleando sin desayunar. Las mejores iba con un pan con azúcar y un par de vasos de cerelac a modo de soporte energético, pero si te encontrabas con alguien del aula y te pedía botella el primer vaso se quedaba en 17; el 2do frente a la Facultad de Periodismo, allí, donde según cuenta la leyenda, Renay se tiró una foto desde las mazmorras, tras barrotes, reclamando un desayuno escolar más digno. Todo eso a 40 y tantos años de José Manuel Alemán.

Mi bicicleta era verde, sin caballo, y Quiñones, graciosamente la apodó "la perra". Frenaba como pocas bicicletas; estaba ajustadita y es cierto, "se clavaba" Por eso Quiñones le puso "la perra". Omar Canedo también me la pedía a veces: préstame la perra un momento, decía, y yo ajeno a todo sentimiento egoísta se la prestaba sin mucho tiqui tiqui, aún temeroso que Omar me la vendiera. Omar era un peligro. Cuarta Mano le decíamos a Omar. Hace poco llegó por aquí por Miami huyendo de Rajoy. Esperemos no se dedique a la tesorería.

Le cogí un cariño del carajo a mi perra. En general, estoy seguro, todos los cubanos de esa época eran muy celosos con su bicicleta. Preferían incluso prestar la mujer. Julio el Negro, jamás prestaba la de él. No dormía con ella en la cama de puro milagro. Tampoco sé como es que podía alejarse 265 kilómetros de ella... sí, porque Julio la parqueaba en la Terminal de Ómnibus, ahí frente a la Polivalente, se montaba en una guagua para Cienfuegos y viraba a las 10 hrs. Eso sí, la dejaba con candado y todo, pero en esa época los candados no eran muy efectivos ante el ingenio de los cubanos. Julio era muy celoso con su bicicleta rusa, pero también era un suertudo. Una vez la dejó parqueada frente al Recodo y se fue para el Latino a ver los Industriales. A la altura del 7mo inning se acordó que no le había puesto candado y volvió apesumbrado, temeroso, pero su rusita azul oscuro estaba donde mismo él la dejó. A Julio lo conocían, respetaban y querían por toda aquella zona.

Mi perra no fue menos fiel que la rusa de Julio. Nunca se ponchó, que yo recuerde. Jamás se le saltó la cadena y siempre frenó. Siempre, menos un día.

Esa mañana fuí a la Agencia de Pasajes de 21 y 4. Allí me encontré con mi tía Mirna quien me pidió botella para el regreso. Había llovido pero yo confiaba en mi perra verde. Mi tía pesaba unas 160 o quizás más, libras y cuando emprendimos el camino de regreso, calle Paseo abajo, le dije que no se preocupara, que se sujetara bien que mi perra sería fiel a la hora de frenar en el semáforo de Línea. Tantas veces la había probado! Pero esta vez, estúpidamente, me olvidé de la Física y de la llovizna que había caído. El peso de mi tía en la parrilla, más el mio en el sillín, más el agua en las llantas impidieron que cuando quise aplicar los frenos mi perra no se clavara. MI tía gritaba. Yo temeroso, recuerdo que recé. No soy creyente, por eso recuerdo que lo hice. Le imploré en escasos cinco o seis segundos a todos los dioses del panteón Yoruba que por favor no cambiara la luz del semáforo de Línea y Paseo.

Cruzamos la intersección dando brincos. Mis manos me dolían de apretar el timón tan fuerte. Ojos cerrados. Que sea lo que Dios quiera... los abrí cuando alguien, al que le pasé seguramente a sesenta kilómetros por el lado me gritó: loco de mierdaaaaaaa y dije para mis adentros: Gracias Dios, todavía estoy vivo.

Mi tía se bajó con tembleques de la parrilla jurando y perjurando con risa nerviosa que era la primera y la última vez que se montaba conmigo en la bicicleta. Y yo pensaba en Aksana, tan fiel a la parrilla, que prefería la llévase yo a las fiestas o a la escuela en mi Forever y no su padre en el Lada Comby chapa HK.

El Denis, mi mécanico, no conocía mucho de Física pero si de práctica. Revisó los frenos, vio que estaban en talla y me dijo: El loco fuiste tú Robe... estos tacos son de goma y resbalan con el metal de la llanta si está mojado ... y con ese peso encima...di tú.

Desde ese día, sin embargo, dejé de creer un poco en la fidelidad de mi transporte. La comencé a usar menos. La prestaba con más frecuencia, esperando que quizás se la robasen. Lo cierto es que cuando terminó el Curso Escolar la dejé guardada en el Piso 2 de la Beca. Cuando regresé en Septiembre, Jesús, con mucha pena me comentó que "alguien" había desmembrado mi perra,... que sólo quedaba el cuadro. Ni protesté. Le dije que no se preocupara, que ya yo estaba en 5to Año y que ya no tenía que ir tan seguido a la Facultad; que ya estábamos en 1995 y el transporte público había mejorado bastante, que la gente era más caritativa para dar botella; que los amarillos y los azules eran unas fieras en las paradas y que viajar ya no era candela.

Lo cierto es que ha sido la bicicleta que más cariño le he tenido y mira que tuve unas cuantas y que me duraron mucho más tiempo.

Hoy vi una igual aquí en Miami. Increíble... en Miami, un tipo pedaleando una Forever! Me recordé de mi perra, del amor que existió entre ella y yo. Me acordé de Quiñones, de la Beca, de Renay, de Arzuaga, de Julio y del Carpio. Creo que este último aún pudiera andar pedaleando una Forever. Quizás. Nunca, lo aseguro, tan firme en el frenado como mi perra verde.

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