El escritor y patriota cubano José Martí estuvo en
Nueva York hace 120 años en el homenaje que se le rindió a Carlos Marx cuando,
sentado en su mullido sillón, se quedó dormido para siempre. El relato,
publicado el 29 de marzo en el diario La Nación de Buenos Aires, quince días
después de la muerte de Marx, da cuenta lo que significó el pensador en el
siglo XIX.
La Carta
"Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto.
Como se puso del lado de los débiles merece honor. Pero no hace bien el que
señala el daño y arde en ansias temerosas de ponerle remedio, sino el que
enseña remedio blanco al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre
los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de
otros. Mas se ha de encontrar salida a la indignación de modo que la bestia
cese sin que se desborde y espante. Ved esta sala la preside, rodeado de hojas
verdes, el retrato de aquel reformador ardiente, reunidor de hombres de
diversos pueblos, y organizador incansable y pujante. La Internacional fue su
obra: vienen a honrarlo hombres de todas las naciones. La multitud, que es de
bravos braceros cuya vista estremece y conforta, enseña más músculos que
alhajas, más caras honradas que paños sedosos. El trabajo embellece. Remoza ver
a un labriego, a un herrador o a un marinero. De manejar las fuerzas de la
naturaleza, les viene ser hermosos como ella. New York va siendo a modo de
vorágine: cuanto en el mundo hierve, en ella cae. Acá sonríen al que huye; allá
le hacen huir. De esta bondad le ha venido a este pueblo esta fuerza. Karl Marx
estudió los modos de enseñar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los
dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos. Pero
anduvo de prisa; y un tanto en la sombra, sin ver que no hacen viables, ni de
senos de pueblos en la historia, ni de senos de mujer en el hogar, los hijos
que no han tenido la gestación natural y laboriosa.
Aquí están buenos amigos de Carlos Marx, que no
fue sólo movedor titánico de las cóleras de los obreros europeos, sino veedor
profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres,
y hombre comido del ansia de hacer el bien. El veía en todo lo que en sí propio
llevaba: rebeldía, camino a lo alto, lucha. Aquí está en Lecovitch, hombre de
diarios; vedle como habla: llegan a él reflejos de aquel tierno y radioso
Bakounia: comienza a hablar en inglés; se vuelve a otros en alemán: 'Dah dah',
responden entusiastas desde sus asientos sus compatriotas cuando les habla en
ruso. Son los rusos el látigo de la Reforma; mas no, no son aún estos hombres
impacientes y generosos, manchados de ira, los que han de poner cimientos al mundo
nuevo; ellos son la espuela, y vienen a punto, como la voz de la conciencia,
que pudiera dormirse; pero el acero del acicate no sirve bien para martillo
fundador. Aquí está Swinton, anciano a quien las injusticias enardecen, y vio
en Karl Marx tamaños de mente y luz de Sócrates.
Aquí está el alemán John Most, voceador insistente
y poco amable y encendedor de hogueras, que no lleva en la mano diestra el
bálsamo con que ha de curar las heridas que abra su mano siniestra. Tanta gente
ha ido a oírles hablar, que rebosa en el salón y da a la calle. Sociedades
corales, cantan. Entre tantos hombres hay muchas mujeres. Repiten en coro, con
aplauso, frases de Karl Marx, que cuelgan cartelones por los muros. Millot, un
francés, dice una cosa bella: 'La libertad ha caído en Francia muchas veces;
pero se ha levantado más hermosa de cada caída'. John Most habla palabras
fanáticas: 'Desde que leí en una prisión sajona los libros de Marx, he tomado
la espada contra los vampiros humanos'. Dice un Magure: 'Regocija ver juntos,
ya sin odios, a tantos hombres de todos los pueblos. Todos los trabajadores de
la tierra pertenecen ya a una sola nación y no se querellan entre sí, sino que
todos juntos contra los que los oprimen. Regocija haber visto, cerca de la que
fue en París Bastilla ominosa, seis mil trabajadores venidos de Francia y de
Inglaterra'. Habla un bohemio. Leen una carta de Henry George, famoso
economista nuevo, al aire de los que padecen, amado por el pueblo aquí, y en
Inglaterra famoso. Y entre salvas de aplausos tonantes, y frenéticos hurras,
pónese en pie, en unánime movimiento, la ardiente asamblea, en tanto que leen
desde la plataforma en alemán y en inglés dos hombres de frente ancha y mirada
de hoja de Toledo, las resoluciones con que la junta magna acaba, en que Karl
Marx es llamado el héroe más noble y el pensador más poderoso del mundo del
trabajo. Suenan músicas, resuenan cantos; pero se nota que no son los de la
paz.
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