miércoles, 27 de febrero de 2013

AFERRADO A VIVIR




Alguna vez amé el suicidio. Vino a mi casa un domingo, disfrazado de venganzas, maquillado de infortunios vanos, suerte extrafronteras, diferente en su concepto, como alivio a tantos males. Tenía ojos claros y cuerpo de mujer. Alguna vez creí en él, en lo que me prometía y ocultaba. Suave, temporal y peyorativo. Era una palabra, un no tienes, un no puedes, un para qué y yo me negué a abrirle la puerta. No tuve más remedio.

Entre las muchas cosas que heredé del mes de agosto estaba la alegría de vivir, porque sí, quizás, porque era importante, porque no quería causarle dolor a los míos. Porque tal vez la vida es bella, tan bella, que aun en cada golpe que te da por la espalda, aparece alguien que te aguanta, alguien que te ofrece una mano, que te hala, que te dice, que te promete... y ser desagradecido no es ningún glóbulo, ni blanco ni rojo, de esos que corren por mis venas.

Alguna vez llorando, quise estrellarme contra el que venía de frente, pero quien guiaba hacía el Norte, no tenía la culpa que yo viajara hacia el Sur.

Alguna vez miré esas fotos, tu sonrisa, mi espanto separado del pasado, mi manera única de mirar al futuro siempre cogido de tu mano, pensando en tu felicidad y no en la mía, creyendo que todo era uno solo, tuyo, mío, por carambolas del destino.

Alguna vez creí que todo era posible e imposible al mismo tiempo. Que lograr ser felices dependía de un sexo en las mañanas, o un beso trasnochado mientras dormías, mientras no me veías como cuidaba tu sueño.

Lo cierto es que no te pido nada, ni siquiera que me pienses, que me cuides a kilómetros. Es imposible aspirar a que seas lo que quise o lo que quiero. Que te desdobles en facetas de beata o prostituta para mí. Lo que una vez fuiste, lo que una vez deseé. Ya no estás.

Yo, incoherente, sigo aferrado a este beso que no te dí en las últimas horas; al abrazo tras el llanto, al recuerdo de una billetera llena de trompetas y platillos.

Sigo aferrado a vivir, porque necesito estar vivo, porque creo que no hay tormenta que me tumbe, ni rayo ultravioleta que me queme.

Sigo aferrado al amor, oyendo estas canciones. Sigo aferrado a pintar el mundo de colores, a ser, sin SER, o siendo lo que quiero.

Alguna vez te vi, muerte, tras la puerta del patio, al acecho. Yo, simplemente, te deseé un feliz viaje al otro mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario