El día en que nació
no tuvo ni idea de que había llegado al mundo, ni de que había nacido en una
isla, en un archipiélago le dijeron luego. Tampoco tuvo ni idea de que en la
isla más grande del archipiélago había una Revolución, ni de que su padre había
sido picado por un alacrán el mismo día de su nacimiento; justo cuando
regresaba de cumplir un día más participando en la Zafra de los Diez Millones,
que nunca fueron Diez, ni nueve, apenas ocho.
Ese día llegó Kinga
al mundo, y fue bautizado con el nombre de Ángel Antonio, Ángel le vino de la
madre, católica fiel y apegada a esos rituales africanos existentes en la isla,
y lo de Antonio, por su padre, patriota de mil batallas, todas libradas en el
llano, en el barrio, en la cuadra, donde había sido uno de los fundadores de
los CDR y donde se enfrentaba a esos miserables que se oponían a las ideas
revolucionarias.
La abuela materna,
nunca estuvo de acuerdo con el nombre de Ángel, entre otras cosas porque no
creía ni en su madre, y ya cuando llegó la Revolución, en un arrebato de esos
que le daban de pronto, terminó tirando todos los santos de su tía Josefa por
la ventana. A ella le hubiese gustado que le hubiesen puesto Fidel Raúl, pero
el esposo, Arturo, abuelo materno de Kinga, se opuso rotundamente, decía que
esos muchachos eran muy jóvenes para andarlos llamando héroes, a él le gustaba
más que le pusieran José, por José Martí, claro.
Y con eso no estuvieron de
acuerdo los padres del padre de Kinga, es decir sus abuelos paternos. Al viejo
Ruperto, abuelo paterno de Kinga, casi le da un infarto con aquello de ponerle
nombre de patriota alguno, “Estos héroes
nuestros lo que nos han es llevado a la miseria”, decía, y continuaba desde
la puerta de la calle, “tú sabes lo que
es que al Máximo Gómez ese, se le ocurriese la idea de quemar los cañaverales.
Ahora yo fuera español”.
Su señora esposa y
abuela paterna de Kinga, Ángela Concepción, devota consagrada de la Virgen
María, dijo en reiteradas ocasiones, que el nombre perfecto para su nieto era Ángel
de la Caridad, sí, Ángel de la Caridad Blanco Socarrás, pero en aquella vorágine
familiar, era su reclamo el que menos se escuchaba y su voz terminó por
extinguirse como el canto de una cigarra con paludismo.
El padre, ya un poco
molesto, entre otras cosas por aquella picada del alacrán que le había
entumecido la lengua, pronunció aquel que sería el segundo nombre de su hijo, “Antonio coño, se va a llamar Antonio como
Maceo, que quién ha visto un negro con nombre de blanco. Antonio como el Titán.
Mi cielo”, le dijo a la esposa que observaba detenidamente a la criatura, “¿y
a ti qué nombre es el que te gusta?”. “Angelito”, dijo ella, no pensando en el
nombre escogido por su madre, sino que fue una exclamación que le salió del
alma al ver la pronunciación enorme del rabo prieto de su primogénito.
“Entonces se llamará Ángel Antonio Blanco Socarrás”, dijo Eulalio, padre
del recién nacido, esta vez, contemplando el falo enorme de su hijo, que ya de
nacimiento, se avizoraba que lo tendría más grande que el suyo. Y fue por eso
que nunca le dijeron Ángel, ni Antonio, ni siquiera le chiquearon los nombres.
Aquellos
primeros amiguitos que tuvo el infeliz, en la primera ocasión en que lo vieron
sin el culero puesto, comenzarían a llamarle kinga, que claro, ellos, niños que
aún no pronunciaban bien las consonantes, querían decir otra cosa. Y así se le
quedó el kinga, y sería Kinga en el
círculo infantil, Kinga en la escuela primaria, Kinga en la secundaria, y ya en
el pre, pues había dejado de firmar con sus nombres reales, por los que nadie
le conocía, y escribía en cada trozo de papel donde debía estar su nombre:
Kinga Blanco, Kinga Blanco Socarrás.
Y este es el inicio
del diario perdido de quien es y quien fuera un cubano más de esos que nacieron
en un país en Revolución.
FIN DEL CAPÍTULO UNO
LA HISTORIA CONTINUA.
Escrito por Cabeza
Dura, el amigo de Kinga.
Primo esto esta buenisimoooo besotes aqui haciendo reir a los viejos con tus cuentos muaaaaaaaa
ResponderEliminarGracias primi, por el comentario. cabeza Dura los quiere mucho a todos. Un beso grande que llegue desde la menor hasta el más viejo de los que tienes por allá, y le dices al tío que prepare una botellita para dentro unos meses jajajajaja
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