Hoy, mientras tristemente se identificaba a la víctima del parque de diversiones de Six Flags, en Texas, como Rosy Esparza - al parecer por no haberse ajustado bien a su cuerpo las medidas de seguridad - recordé par de sucesos relacionados con estos artefactos. Uno ocurrió en Los Caballitos, allá en Cienfuegos. El otro ocurrió en el Coney Island de la Habana
Del primero recuerdo vagamente ciertas cosas. Era muy pequeño, pero aún recuerdo aquel detalle del machete...
En uno de los vagones iba una parejita, muy amorosa, festejando sabe Dios que cosa. Abrazados, contemplaban los barquitos que estaban atracados en la Laguna del Cura, cuando de pronto un marido celoso irrumpió en la escena con un machete en la mano. La gente comenzó a gritar y quiso la fortuna que casi en el preciso instante en que aquel machete impactaba en la anatomía de alguno de los enamorados, arrancó la montaña rusa.
El hombre, armado con el "pérfilo cortante" logró encasquetarle par de machetazos al vagón al tiempo que ingenuo comenzó a correr pararelo al trencito. Los amantes, asustados, sintieron el par de clin clin aquellos - o vieron las chispas provenientes del choque de la hoja del machete contra el borde del vagón - y se acurrucaron en el otro extremo tan temerosos como una hoja de sauce al viento.
El cornudo, cansado, dejó de darle vueltas al aparato confíado en que a los gritos de la muchedumbre de para, para, aquella cosa se detendría... pero el operador del aparato se negaba a detenerlo, consciente que si lo hacía algo grave sucedería. Así que el marido fue, machete en mano a exigirle detuviera aquella cosa y este no tuvo más remedio que acceder so pena de recibir un machetazo.
Quiso la fortuna que el vagón no era el primero... y sin siquiera haberse detenido del todo el tren, el amante saltó, cayó en la hierba, dio par de vueltas, se levantó, salió corriendo, brincó la cerca y desapareció por el terreno donde se jugaba pelota y supongo atravesó la zona de Playa Alegre más rápido que un leopardo, dejando a su amante abandonada en el vagón, presa del miedo e implorándole a su esposo misericordia por haberlo traicionado.
En el Coney Island, la protagonista fue Consuelo, la madre de una amiga mia, quien tuvo la infeliz idea de montarse con los espejuelos puestos, y apenas aquella cosa comenzó a dar vueltas, la fuerza centrífuga cogió las gafas y se las arrancó de la cara. Consuelo nos pasaba por el lado en fracciones de segundos pronunciando algo como losespejsurheloooooooooooooooos y se perdía de nuestra vista, para diez segundos después aparecer nuevamente agitando los brazos y gritando nuevamente lsofjehsheulooooooooooooooss, algo indescifrable, dada la rápidez de aquel aparato.
Cuando se detuvo el artefacto, fue que pudimos entender su frase. Nos pusimos a buscar sus espejuelos y por suerte apareció la armadura con uno de los lentes, pero faltaba el otro, que no aparecía. Consuelo, a lo pirata se sumó a la búsqueda y de pronto señaló a un lugar "míralo ahí, míralo ahí..." y nadie veía nada, hasta que con resignación comprendimos que en su ceguera, Consuelo había confundido un preservativo sin usar con el desaparecido lente de sus espejuelos.
Fue la última vez que estuve en un parque de diversiones.
El Coney Island y Los Caballitos aún existen. Yo aún recuerdo perfectamente a aquel amante huyendo desesperado, a aquel esposo cornudo perdonando a su esposa... a aquel machete abandonado en la hierba luego. Sin sangre. Sin culpas.
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