Voy a escribir sobre Rusia, un país que nunca he visitado pero que se me antoja tan hermoso como frío.
Cuando era pequeño "los bolos" - como cariñosamente le decíamos -
eran nuestros amigos. Comíamos gracias a ellos, nuestras casas se alumbraban
gracias a ellos. Los estímulos laborales... después de la casa en la playa,
venía el ventilador Orbita, luego el refrigerador y finalmente el Aire
Acondicionado. Todos los premios eran soviéticos. Incluso el GRAN PREMIO era
tan inmaterial como soviético: Un viaje a la URSS. ¿Ganabas un 1er lugar en un
concurso traqueteao? Viaje a la URSS. ¿Primer lugar en un concurso de
filatelia? Viaje a la URSS. ¿Primer premio en el concurso de Sputnik? Viaje a
la URSS,... quince días y con todos los gastos pagos.
Mi tío Pedrito, fundador del Hotel Pasacaballos, nunca hubiese ganado un
concurso de nada, a no ser de cantina. De hecho fue un excelente cantinero.
Ganó premios nacionales en Varadero y en Trinidad. También en la Habana (cuando
aquello no había ni Cayo Coco ni Cayo Santamaría), pero ninguna competencia de
esas premiaba con un viaje a la URSS.
Se hubiera muerto, ahí en la casa donde nació, Manacas esquina a Sta Elena
a no ser porque un amigo de la infancia, llamado igual que él, ganó un concurso
cuyo premio gordo era un viaje a la RDA. No se cuantos días estuvo.
Quizás quince...puede que más. Fue un viaje traumático. Sobre todo al regreso,
cuando el avión de Cubana hizo escala en Gander, Canadá. Mi tío, - según me
contó en numerosas ocasiones - había decidido quedarse al regreso y cuando
entró a uno de los salones del
aeropuerto divisó la calle. Dice. Pero alguien se le adelantó, traspasó aquella
puerta y pidió asilo político.
Fue muy rápido, aquella persona
no se había ni sentando en la silla y enseguida un grupo de cubanos se pararon
frente a la puerta a gritarle consignas de apoyo a la Revolución cubana. Luego
alguien se apareció con una guitarra y conenzaron a cantar La Guantanamera,
luego la Marcha del XX Aniversario y yo, para atravesar aquella puerta, tenía
que pasar por el grupo. Opté por otra cosa: esconderme en el baño. Encerrado,
casi una hora después, sentí como anunciaban mi nombre en los altoparlantes.
Imaginé que el vuelo se iría en algún momento. No me importaba si se llevaban
mi equipaje. Esperé, hubiera esperado diez horas más, pero en eso llegó mi
amigo, y entre razones que iban desde el problema que le buscaría, hasta mi
madre que estaba enferma y vieja, me convenció de regresar al avión. Cuando este despegó y supe que su úlitma
escala sería La Habana, lo miré y le dije: "Pedrito, me has desgraciado.
Me resingo en tu madre" y viré la cara.
Nunca más se hablaron. Ni en el tiempo que les quedó a bordo del avión ni
en el trayecto de regreso a Cienfuegos. Mi abuela vivió quince años más y mi
tío jamás volvió a salir de Cuba.
Yo conocí España. Italia, Portugal y Canadá. No hablo mucho sobre ellos
porque siempre que lo hago salta uno que sabe más que yo, aunque no sepa más de
cuatro cosas, y me critica - a veces en tono irreverente y poco educado - lo
que digo. Algunos se ofenden cuando hablo sobre otro país. Incluso cuando hablo
del país en que viví por tantos años y el cual conozco desde Santiago hasta
Pinar del Rio. Me siento como una especie de paria cuando hablo de aquí o de
allá, porque en cada rincón de este oscuro planeta, vive alguien relacionado
conmigo, al cual, al parecer no le gusta si digo que, por ejemplo, de modo
general, a los españoles les encanta andar de fiestas y vacilones, algo que es
verdad, pero puede que alguien se ofenda porque yo lo diga.
Es por eso que he decidido hablar sobre Rusia, un país que no conozco, pero
donde no vive nadie que yo conozca. Me
será fácil - incluso no creo que sea hipócrita al hacerlo - agradecerle por
tantos ventiladores, televisores, refrigeradores y aires acondicionados. Me
será fácil recriminarles su Tio Stiopa y el cartero Fogón. Me será más fácil
criticarlo por frío, por tener nieve casi todo el año. Me será fácil criticar
su gente por ser blancusos de piel, por no afeitarse los sobacos y por bañarse
poco. Yo conozco algunos que no son rusos y lo parecen. Incluso puede que no
sean todos, pero la inmensa mayoría de los bolos que yo conocí cuando
niño, se adecúan perfectamente a ese estereotipo de mi recuerdo infantil. Me
será cómodo usar un título como el que usaré para este texto y engañar a todo
el que lo lea pensando que me inmiscuiré en los vericuetos de la política.
Al final no me importa mucho ser fiel a lo que diga. Es muy probable que no
lo sea, porque repito, no conozco Rusia y hace un montón de años que no veo dos
rusos juntos delante de mi, pero de eso se trata la escritura, de mezclar
cierta parte de la realidad con un poco de ficción o a la inversa. Incluso
puede - y se admite como válido - escribirse sobre algo 100% ficticio. Al
final, muchos escriben sobre países que no han visitado, o del cual se fueron
cuando apenas balbuceaban dos palabras. Lo hacen como si la historia no hubiese
transcurrido, como si fuera el mismo país que dejaron hace cincuenta años, y la
gente, pues porque son escritores, políticos o de la farándula les hacen
muchísimo caso. Demasiado.
No soy ni uno ni lo otro, y de Rusia y de su ayuda y asesoramiento a la
menor de las Antillas, hace rato que se ha hablado bastante. No hay porque
hablar de lo que sucederá en el futuro, lo que ya sabemos nos trajo en el
pasado.
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