Hoy nos hemos despertado con la noticia de un “güiri” francés que ha 
sido detenido en Barcelona por pederasta. Esta noticia me ha hecho 
reflexionar sobre las formas en que los medios de comunicación y los 
españoles distinguen entre aquellos que vienen de  Europa, Canadá y 
Estados Unidos  y los ciudadanosdel llamado “Tercer Mundo”.
Resulta que si un “hombre blanco del primer mundo” viene a España, ya
 sea para residir o como turista, se le denomina “güiri” pero nunca 
“inmigrante”. Me pregunto si esta distinción es por el nivel adquisitivo
 o tal vez porque compran sombreros mexicanos en una ciudad como 
Barcelona. ¿Quizás porque acompañan el cocido con coca cola o porque 
visten zandalias con calcetines? O ¿tal vez porque cuando visitan un 
lugar público somos los demás los que tenemos que hablar su idioma?
Honestamente, no encuentro respuesta aún cuando el diccionario de la 
lengua española defina “güiri” como extranjero o turista. Podrían 
encontrarse múltiples acepciones pero en ninguna de ellas encontraremos 
que se les llame “inmigrantes”. No, porque al parecer el término 
“inmigrante” viene asociado de una retahíla de tópicos cuando menos, 
deleznables. No tenemos que hurgar mucho en la hemeroteca para encontrar
 sinónimos detestables del inmigrante. Ayer mismo, por ejemplo, el 
Alcalde de Badalona se ratificó en los Juzgados de que los “inmigrantes 
rumanos vienen a delinquir”.
La historia muchas veces parece borrada de golpe. A muchos se les 
olvida que durante muchos años Europa fue un país de emigrantes. En 
1959, el Consulado de Cuba en Roma, por ejemplo, había recibido nada más
 y nada menos que 20.000 solicitudes de italianos que deseaban emigrar a
 la Isla y diez años antes un velero destartalado había llegado a la 
costa venezolana con 106 inmigrantes irregulares a bordo. Los “sin 
papeles” detenidos, entre los que había diez mujeres y una niña de 
cuatro años, se hallaban en condiciones lamentables: famélicos, sucios y
 con las ropas hechas jirones. La bodega del barco, que sólo mide 19 
metros de eslora, parecía un vomitorio y despedía un hedor insoportable,
 según narran las crónicas de la época. Eran inmigrantes españoles.
Pero no nos remontemos tan lejos, no hablemos ya de emigración masiva
 española en dirección a la Europa reconstruida tras la Segunda Guerra 
Mundial (más de un millón de personas), sino de este año 2011. En los 
últimos doce meses el número de españoles que se registró en la 
Seguridad Social británica tras conseguir su primer empleo en el país 
aumentó un 85%, según datos oficiales del Ministerio de Trabajo. Ese 
porcentaje convierte a España en el país desde el que se produjo un 
mayor crecimiento del número de emigrantes a Reino Unido, por delante de
 Pakistán, Sri Lanka, Lituania e Irlanda.
Según esas estadísticas, un total de 24.370 españoles se incorporaron
 al mercado de trabajo británico en el citado período. Estas cifras no 
incluyen el elevado número de españoles que acuden a estudiar a Reino 
Unido o a realizar trabajos temporales que a veces no quedan registrados
 en la Seguridad Social. La nacionalidad española se ha convertido en la
 sexta que más aparece en los nuevos registros de extranjeros en la 
Seguridad Social británica, un ránking que lideran Polonia e India. En 
años anteriores, España no figuraba entre los diez primeros países con 
más emigrantes hacia Reino Unido.
¿Cómo llamar entonces a estos españoles? ¿También les llamaremos “güiris”?
Los medios de comunicación no siempre dan de comer a un público ávido de morbo lo que el público quiere, sino que con sus mensajes lograr enraizar conceptos y estereotipos que alteran la convivencia. Si un español asesina a su mujer por violencia de género el titular es “un hombre apuñala a su mujer”; pero si el asesino no es español entonces la cosa cambia: “un inmigrante boliviano mata a su mujer”. Si en Las Ramblas de Barcelona roban los españoles: “aumenta el número de robos” pero si son rumanos o marroquíes: “crece el número de robos a manos de marroquíes y rumanos”. O no?
Los medios de comunicación no siempre dan de comer a un público ávido de morbo lo que el público quiere, sino que con sus mensajes lograr enraizar conceptos y estereotipos que alteran la convivencia. Si un español asesina a su mujer por violencia de género el titular es “un hombre apuñala a su mujer”; pero si el asesino no es español entonces la cosa cambia: “un inmigrante boliviano mata a su mujer”. Si en Las Ramblas de Barcelona roban los españoles: “aumenta el número de robos” pero si son rumanos o marroquíes: “crece el número de robos a manos de marroquíes y rumanos”. O no?
¿Contribuyen los medios de comunicación con sus mensajes a 
criminalizar a la inmigración?¿En qué medida nos convertimos todos en 
parte de esa diabólica maquinaria de estereotipar a las personas según 
su procedencia o su nivel adquisitivo? Así la historia, de inmigrantes, 
güiris y dobles raseros.

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