martes, 17 de septiembre de 2013

La llegada a Cuba y el encuentro con las murallas mentales



Por: El Cojito Bibijagua.

Salir al reencuentro con esa mala yerba que aplasta las buenas plantas significa un placer enorme y me refiero al hecho de regresar a tu tierra donde tantos defectos y malas interpretaciones se convierten en un todo bastante cotidiano y significativo.

Preparas el viaje y solo piensas en ese pequeñísimo tiempo de vuelo intercontinental que nada puede parar o cesar los deseos de hacerte  bajar del aparato volador y enorme, correr antes de que se abra la escotilla del avión por sus pasillos, y recibir los regaños del personal de tripulación porque sales disparao caminando y no te interesa ni un comino que esté aun moviéndose la nave por las arterias que conforman las pistas de despegue y aterrizaje  porque solo piensas en respirar los olores inconfundibles que te brindan los pasillos del aeropuerto. Simplemente quedas loco por tocar la tierra.

Nadie corre como un cubano en esa pequeña distancia, entre el avión y la salida final del patíbulo que llega a convertirse un aeropuerto cubano. Nadie, se desespera más en esas horas que son demoradas por la infraestructura deficiente y la deficiencia mental y cultural de algunos de sus gestores.

Recuerdo con nitidez, los consejos que mi amigo me daba antes de hacer el primer viaje de regreso al Caimán.

-  -  Atiéndeme, que te conozco, y quiero llegar rápido a Cienfuegos, no le hagas caso al personal de la aduana cuando se dirijan a  ti en mala forma- me dijo horas antes de salir de París.

-  -  Ok, yo estaré tranquilo pero por qué me lo dices- pregunte como buen aprendiz.

-  - Porque te conozco y no quiero que nos demoren por tus impulsos, si te piden algo trata de negociar y tragar en seco, recuerda que esta es mi quinta vez de entrada allá y he pasado por todo- me aclaró.

En realidad pensé que exageraba, y no presté mucha atención a sus consejos regalados. No sabía distinguir por la inexperiencia, que algunas de sus palabras tocaran el borde de lo real maravilloso. Él me comentaba de los atributos que como a Dioses tenías que “aflojar” para que el transito se hiciera más fluido y ameno.

 - Los médicos te van a pedir monedas, revistas, chicle, pegatinas, nieve concentrada, lo que sea, el caso es tumbarte algo, y los aduaneros te hablaran con despotismo, sin la más mínima educación se dirigirán a ti, como ordenándote y recriminándote que estés lejos, siendo un pecador de este tiempo, traidor a sus derechos y deberes, que se pierden en cada palabra que te dirigirán- me seguía comentando mi camarada de viaje.

-   - Pero...-logré balbucear.

-  - Pero nada compadre, aguanta como un cabrón pa salir lo antes posible de eso- me dijo para convencerme.

Y tenía razón, que no son las razones de otros. Las diez horas que duró el vuelo se convirtieron en un “dime que te diré” y “en que te puedo ayudar si te pasa algo”, “te aconsejo que hagas esto”, entre los cubanos y se sentía en aquella cápsula voladora una angustia y preocupación mezclada con alegría que distaba mucho de la formal actitud de los franceses vacacionistas, que dormían, leían, y disfrutaban de un vuelo de manera diferente a nosotros, los cubanos.

La negra cubanísima que viajaba a  mi lado me orientaba con exactitud de consejos, y me convencía de que no les diera el gusto a los aduaneros.

- - Mira blanquito, tu tranquilito papi, te relajas y cooperas, si necesitas que te saque algo me lo das, que yo tengo PRE y luego nos arreglamos. Es más, que no nos arreglamos na, te vas pa mi casa esta noche y mañana así cansado de tanto trajín si quieres te piras pal campo ese de  Cienfuegos o si te gusta el revolcadero te quedas el tiempo que quieras en mi Guanabacoa- me decía al mismo tiempo en que yo me resistía a la idea, de cooperar y revolcarme en su madriguera.

Y yo escéptico como piedra, dudativo como siempre, me negaba a creer en las torpezas de los que representan y custodian la entrada al país. Pero el tiempo como sabio al fin me demostró lo equivocado que puedo ponerme, y sin cautela establecida me tinturó en pleno rostro la realidad a la que en horas y horas de acondicionamiento me negaba a procesar.

Al llegar, mientas salía por aquellos pasillos verificaba que lo dicho era cierto y me sentía defraudado, engañado, traicionado, por una idea que siempre defendía a ultranza y trataba de maquillar con severos y reales argumentos. Pero la realidad siempre supera, y justo lo que me dijeron se cumplió. La moneda pedida, las malas miradas y frases groseras, la sonrisa desaparecida y un bienvenido sin maquillar coronaron mi entrada a la Isla por la cual estoy dispuesto a todo.

Una de las veces que más me remordí el tuétano fue con un aduanero que me escupió a la cara un párate allá, mezclado de un  tú no puedes estar aquí, me hablas desde allá, mientras yo trataba de buscar una línea divisoria o un cartel semi colgado aunque sea, alguna prohibición que dijera: Área Restringida o un Prohibido el paso, en aquel pasillo común donde todos pasaban y despasaban cuando yo, débil viajero, por el cansancio y la ansiedad, solo le solicitaba una ayuda orientadora sin alguna intención de molestar o violar lo establecido.

Pero fue así, y yo quedé con aquellas ganas de revolcar mi furia por la injusticia y la intolerancia a lo mal hecho, con las sobradas razones de saber que aquel diminuto personajillo disfrazado de dictador, me puteaba porque esa es su labor reglamentada, sin reglamento, por el siempre hecho de gozarse su posición de poder que nunca ha conquistado, ni ganado por merito propio. Y alejándome fui, con la llaga  incurable sobre los deseos de romperle la nariz a un hijo e´ puta más que me habían colocado en el camino, recordando las palabras de mi amigo: Tú aguanta como un macho cualquier cosa que te diga esta gente. Y así pasamos todo el laberinto, dejando mermar nuestros equipajes y monedas, comprando las prohibiciones impuestas por sus regímenes aduaneros. Tratando de salvar algunas pacotillas que queríamos regalarles a nuestras familias. Llegamos a la salida con más necesidad de unos buenos tragos de Ron para pasar el infernal rato, cuando en una de las equivocaciones y descuidos de nuestra ingenuidad, la señora que nos vendió el Ron, nos robaba con sobrado descaro unos billetes y yo cansado de pelear, y agotado por la batalla que me habían impuesto, le grité silenciosamente a mi camarada: yo no aguanto más, que se quede con ese dinero, al final, este solo es el comienzo. 

2 comentarios:

  1. ese articulo es una radiografia de lo que le pasa a muchos cubanos que regresan a su tierra y sienten la presion de aquellos que casi se disgustan de atenderte ,oquizas usa esa forma para expresar su frustracion o envidia,en otros casos percibes la degradacion moral de otros

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  2. Yo todavía no he podido experimentarlo, es que el regimen no me da la entrada.

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