Por: El Cojito Bibijagua.
Esa mañana, para reforzar el autentico
clima de Oporto, el sol calentaba mucho y se disponía a darnos una buena
revolcada de calores en ese terreno que soporta el impacto de cada juerga nocturna:
nuestra piel. Mi amigo Fran y yo habíamos acordado reunirnos en la Rectoría,
para encaminar el día con alguna buena jornada de cervecitas portuguesas o
esperar como buen ladrón de oportunidades la propuesta de algún plan que
hiciera que la resistencia se nos agotara en la poca voluntad que le pondríamos
seguramente a llevarlo a feliz término.
La compañía estaría reforzada por dos
bellas mujeres, mezclándose como leche y café, las pieles blancas y negras en
esa fusión cultural que es sin dudas la amistad francesa-mozambiqueña. Letti y
Celia, nos regalarían con sensualidad abundante el privilegio de la belleza
femenina, mientras mi compañero y yo nos recreábamos con cada belleza citadina
que encuentras en la ciudad de Oporto, sentados cerca de la Torre de los
Clérigos, donde cualquier cosa puede suceder.
Nos encontrábamos muy cerca de Galerías de
París y entre uno de los bares más famosos de la Ciudad, O Piolho, donde
encuentras unas de las mejores Bifanas de la Península y si quieres enfrentarte
con unos buenos libros, solo caminas unos pasos y te auto secuestras en la
Librería donde Joanne Rowling comenzó a dar sus primeros pasos en la redacción
de su exitosa obra: Harry Potter y la piedra filosofal. Era sin dudarlo, el
mejor punto estratégico para devorar la tarde.
La luz del día nos inmovilizó como
estatuas de plaza en aquel rinconcito maravilloso de la ciudad que cruza todas
las líneas de la imaginación.
Oporto es una urbe con sobradas opciones
para la diversión. Es loca borracha y culta; se enclava dentro del frenesí de
cada estudiante europeo o no, que llegue a sus muros. Siempre está rodeada de
gente linda y maravillosa que tienen una hospitalidad que solo se encuentra en
Portugal. Allí, cuando un lugareño te abre la puerta de su casa, lo hace para
siempre.
Nosotros vivíamos dentro de esa facilidad
de amistad ofrecida en casa de Laura, que más que mi casera, fue y es mi amiga
adorada. En su casa encontrábamos oportunidades para que las recetas de cocina
florecieran, acompañadas de unos Vinos Verdes, que los dioses les han regalado
a los lusitanos para que ostenten al mundo sus buenas condiciones para beber
esos néctares que El Douro hace
germinar en los contornos de su ribera.
.
Aquella tarde, nos recuperábamos de las
fiestas de la noche anterior en la casa
de Laura, quien sin pensarlo mucho nos había preparado un caldo verde, para
envenenarnos el aburrimiento y para que disfrutáramos con nuestro paladar las
delicias de la buena cocina de su casa. Cada cena sacada de sus manos se
convertía en las mejores clases de cocina, porque el amor con el que hacia el “mise
en place” para preparar aquel estupendo Bacalao a la Nata, no se encuentra por
doquier.
Mientas “el Rubio” nos tostaba la
piel, y Fran y yo disfrutábamos de los excesos que algunos mojitos nos ocuparon
la mente y el alma horas antes en el Contagiarte, - donde se nos despegó
de la cotidianidad justo a la hora en la que se confunde la noche con el día -,
Celia y Letti, se movían con gracia natural, sin esforzar la comunicación de
verdaderos gestos, acariciando con su bellezas inigualables las imágenes
antiguas de una Fuente de Leones que desafiaban la maldad en esa geografía
donde la paz parece diseñada por un arquitecto de la divinidad.
Nosotros no sabíamos lo que nos
perderíamos meses después. Ignorábamos que aquel minuto era perfecto, y que los
cabellos rubios de Letti, que se oponían siempre a un minúsculo peinado, se
perderían de aquel lienzo de la divinidad, y que las nalgas de Celia dejarían
de ser para mí, como el calmante visual de aquellas otras que me estaban
negadas por la distancia; que su risa contagiosa desaparecería del contraste de
cada roca de la vieja ciudad, mientras yo, mortal sin equilibrio, trataba de perpetuarla
en cada recuerdo, porque es una amiga increíblemente buena.
Como dos aprendices aplicados intentábamos
comunicarnos en un portugués que nos dominaba, cuando un caballero nos
interrogó motivado por la llamativa bicicleta de mi camarada de parrandas.
Aquel artefacto nada tenía que ver en el Tapiz
ideal que conformábamos nosotros cuatros y la plaza de la Rectoría, allí donde
las gaviotas impartían clases de cantos y vuelos. Él nos pidió que
contribuyésemos a que el objetivo de su artefacto fotográfico nos
apresara, mientras la banderita cubana desafiaba el viento desde el cuadro de la Bici-rata. Nosotros le hablamos en
castellano, y también lo entrevistamos, porque la empatía surgió en ese espacio
mágico. Oporto es así, une y forja relaciones humanas sin el consentimiento de
las directrices de la vida.
En la continuidad del momento, las
decisiones se hicieron demoradas, porque habría que ser despiadadamente muy malvado
para despegarse de lo que hoy mi mente resguarda: Oporto, la tarde, las piedras
del camino y aquel aire que nos embadurnaba. Nos quedó la foto en un reportaje
de imágenes que su autor publicó en el diario El País, en lo que nosotros remarcamos el recuerdo de cuatro locos sueltos
en esa increíble y estupendamente maravillosa ciudad, donde Dios seguramente
sacrificó unas cuantas de sus mejores pinceladas en el Universo que creó.
Vista de la Iglesia Las Carmelitas desde el bar O Piolho.
Puente Luis I (construido por un socio de Eiffel) que une la ciudad Oporto con Vila Nova de Gaia.
Vista del de unos de los emblemáticos edificios de Avenida Aleados.
El Cojito Bibijagua en uno de los tranvías de la ciudad.
Torre de los Clérigos
El Cojito en la rivera del Douro.
Con mi amiga Laura ( centro) y nuestra Ingrid querida, amiga entrañable.
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