martes, 12 de febrero de 2013

DEL DIARIO DE KINGA. Capítulo II. Escorias y huevos.

Kinga crecía, y todos sus órganos acompañaban debidamente su crecimiento. Algunas partes de su cuerpo, evolucionaban mucho más rápido que su cerebro, pero los padres, conocedores de que la felicidad nunca es completa, no le prestaban mucha atención al asunto. Su padre siempre decía que lo más importante no era ese super-desarrollo mental, lo más importante era su crecimiento como revolucionario. A la abuela materna, le preocupaba aquella fijación de Kinga por los botes, y esa 'preguntadera' continua que la atormentaba. Al abuelo materno poco le importaba el futuro de la criatura y más bien se ocupaba de complacerlo en todo. Los otros abuelos, los paternos, disfrutaban del Kinga pionerito, primero la pañoleta azul, después la roja. La madre pensaba en la afortunada o desgraciada esposa que se encontrara en su camino. 

Ya por los ochenta, cuando Kinga había recitado todos los versos sencillos de Martí en la escuelita primaria del barrio "Soldaditos Héroes de la Patria", cuando había interpretado el himno nacional en aquella reunión del Comité, donde ratificaron a su padre como presidente del CDR,  se produjo un hecho inesperado. Unos escorias, según le informaron en la escuelita de Kinga, se metieron en una embajada y no querían salir. Hasta un viejo que pasaba cerca de lugar preguntó que para qué era aquella cola, al ver tanta gente reunida y luego en cuestión de segundos estaba dentro de la Embajada de Perú, recibiendo un cajita con comida. 

Primero fueron unos pocos, después miles y miles. En la escuela no se hablaba de otra cosa más que de aquellos escorias miserables, en el barrio era lo mismo, en la radio, en la televisión. La Patria estaba embravecida, eso era lo que decía un ciego por la televisión, al que Kinga escuchaba y veía interpretar una canción que siempre conseguía que su madre se pusiera a llorar y que su abuela saliera para la calle a gritar cientos de improperios, todos contra los yanquis, a los que Kinga ya conocía mejor a los diez años de edad, que a su propia familia. 

Cuando preguntó por el nombre del cantante, le dijeron que era un hombre ciego, que se llamaba Osvaldo Rodríguez y que eso no era una canción, que era La marcha del pueblo combatiente.  "Estamos en guerra Kinga", le dijo su padre, mientras él continuaba sin entender nada.

Al día siguiente en la escuela, la maestra les informó que todos tendrían que participar en La marcha del Pueblo Combatiente, que ese día, se efectuaría en los bajos del Recreo, era para lanzarle huevos a un gusano llamado Moya, a él y a toda su familia. "El que no va, no coge el diploma", fueron las últimas palabras de la gorda maestra que golpeó con energía sobre la mesa destrozando la tiza que sujetaba entre sus dedos. "!Viva la Revolución!"

Esa mañana, recuerda Kinga que su padre le dio un peso, y fue y compró solito, su primer cartucho de huevos. También recuerda aquella protesta frente a la casa de Moya.

Del Diario de Kinga

"Nunca pense que la gente fuera tan loca, dicen que el retrazado mental soy yo, pero no he podido ni alcanzar a tirar dos webos. El primero fue a parar a la cabeza del delegado de la zona, el segundo me lo quito el delegado y me lo desbarato en la cabesa. La gente corre y grita, son miles de persona y Moya es un solo, pero no lo emos bisto no emos bisto ha nadie. Hasi que ya tengo el diploma mañana lo llebo pa la ecuela." SE QUE TENGO FARTAS DE ORTOGRAFIA, PERO NO IMPORTA, DICE MI PADRE Y LA MAESTRA, QUE LO IMPORTANTE ES SER REBOLUSIONARIO. 

Esa sería la última y primera manifestación de Kinga, al llegar al hogar se enterarían que Bartolo, el marido de la prima de su abuela materna, se iba con la escoria, y Arturo, el abuelo materno de Kinga, hombre sabio, reunió a toda la familia y dijo que por encima de su cadáver, tendría que atreverse algún miembro del clan, a criticar o ultrajar a Nena, la esposa de Bartolo y prima de Mariana, abuela de Kinga. 

Del diario de Kinga 13 años después de la Escoria.

La muerte repentina del abuelo Arturo, le privó de la comprobación de aquella sabia decisión que tomó un día. Ayer regresó Bartolo y Nena, vinieron de visita a la isla, y vinieron cargados de bultos y paquetes. Nena estuvo en la casa con Bartolo y se tomaron un café cubita con la abuela. Estamos pasando un hambre del carajo, pero no les dijimos nada porque la abuela tiene su orgullo y lo importante es la familia. Abuelo, eras un sabio compadre. No me hice boxeador y tampoco era tan retrasado mental como creyó la maestra por las preguntas fuera de lugar que hacía, estudio en la universidad y sigo siendo revolucionario, por cierto, he mejorado mi ortografía, pero aquí a mi lado hay muchos revolucionarios que van de mal en peor, ahora para colmo de males, hay uno que le ha dado por poner a saltar a la gente, y dice que el que no salte es yanqui. Qué hubieses hecho tu abuelo, saltarías?

Por el Cabeza Dura el amigo de Kinga

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