jueves, 28 de febrero de 2013

LAS VACAS EN CUBA



La historia de Cuba, nuestra tierra, cuenta con tres vacas famosas. Puede que alguien se empeñe en decir que no, que hay más...puede que sí, a lo mejor uno dirá que la que no nos comimos, o la que no nos comíamos, o la que se comían los turistas... Puede que alguien vaya más a lo personal y recuerde y enaltezca a la vaca que mató Cipriano y por la cual jaló 20 años en el tanque, pero ya esa vaca y las que mencioné anteriormente son vacas que pertenecen a la memoria especulativa, real o poco cognoscitiva, aunque duela, vivir allá y no poder comerse un bistec de res como Dios manda.  Por cierto, ayer una amiga mía llegó a los E.U.A y el oficial de Inmigración, sí, el Oficial de Inmigración le dijo: Así que vas a regresar? Deja que te comas un bistec de res que tú vas a ver si vas a regresar. Mi amiga es vegetariana.

Ubre Blanca fue una vaca que daba tanta leche como agua daba la nuez del cuento de Meñique. Ciento y pico litros de leche daba al día aquel portento. El Comandante, loco con la noticia, mandó a que se quimbaran la vaca tantas veces como fuera posible. Ubre Blanca empezó a parir terneritos y vaquitas. Ninguna heredó la productividad de la madre,  y Ubre Blanca murió pronto, quizás del esfuerzo acumulado por tantos partos, pero seguro feliz y contenta por haber quimbado tanto.

Pijirigua fue una vaca protestante, aunque nunca leyó a Martín Lutero. Era además una vaca bien puta. Le encantaba el sexo. Era contraria a la inseminación artificial. Era la vaca reina del himeneo en la Radio Cubana, en la voz de su creador, Pedro Luis Ferrer. La frase A mi que me den un toro, se hizo tan popular que no pocas veces la oi decir en boca de alguna fémina callejera deseosa de sexo pronto y fugaz pero placentero.

Ahora tenemos a esta vaca, cienfueguera de pura cepa, cuyo nombre desconocemos, pero me he antojado en llamarla FALCONA, por ser digna émula de Rodolfo, nuestro medallista de plata en los 100 mts espalda en la Olimpiada de Atlanta 1996.

La dichosa vaquita nadó, en turbulentas aguas, desde Carolina hasta el Malecón Cienfueguero, pero no ese que comienza en el Costasur, el grande, sino hasta el otro, el chiquito, el lugar preferido por los amantes insaciables, que prefieren un  malecón oscuro para sacársela sin mucha pena y miccionar en la orilla.Hasta allí nadó nuestra vaca, asustada, aferrándose a seguir pataleando para mantenerse a flote.

Suertuda la vaca, que fue sacada a la orilla con una soga, viva, con el corazón en la boca, riéndose de la pelona, lamentando, dicen, la muerte de su amado, quien no resistió la travesía.

Yo, me alegro por ella. También me entristezco, si pienso que otra vez volverá a su vida, a la rutina de comer pastos y forrajes; de aguantar torrenciales aguaceros en su piel. No se porqué, ahora, mientras miro su foto, mientras pienso en ella atravesando la bahía, luchando por seguir viviendo, dándole ánimos a su pareja, me viene a la mente todo el que en algún momento se ha visto sobre inquietas aguas asustado por no morir en el intento y comenzar una nueva vida. Me viene a la mente esa canción cuya letra dice: No conocían el mar, y se les antojó más triste que en la tele.

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