Por: El Cojito Bibijagua.
Caminaba por las calles del barrio y siempre con un pasito apurado iba para casa de mi abuela, donde un julio caluroso nací. Cada tarde y noche bajaba la cuesta apurado por encontrarme con los amigos del barrio con los que aprendí a caminar. Nunca fui el más hábil en los trompos y las bolas, siquiera jugando a los escondidos me destacaba, a no ser que la mayoría de las veces me quedaba en el conteo o me equivocaba con los ¨huevos culecos¨ y a repetir el jueguito.
De cariño me decían Agüi, y los hijos de putas del barrio me llamaban Maneno Culo e´ Gallo, gracias a mi tía Iliana que en eso de poner nombretes y hablar sin parar nadie le ganaba.
Yo protestaba y trataba de fajarme, pero creo que el cariño que me tenían era tan grande que me ignoraban y seguían con la jodedera incansable de los coritos gritando Maneno, Maneno Culo e´ Gallo. Entre el elenco estaban El Bolo, Yunelky, Lazarito y Totico.
Totico ya en aquella época hacia el split y le tenía miedo a las ranas y lagartijas. Hablaba diferente, y nos confundió a todos, hasta que entró a la Iglesia de la esquina y se consiguió una novia con la cual se casó. Años después vino el divorció, porque a su entender los hombres le daban mejor atención que las chicas y volvió hacer el split pero ya no para enseñarnos sus habilidades acrobáticas. Se disipó entonces, la confusión del Barrio.
Me quedé contento, porque lo prefiero como es; el Totico gay, pajarito y homosexual, como quiera que sea, pero él, genuino y humano. En verdad es mucho más bueno de los que algunos piensan y tiene valor para caminar con su pajarería y la frente alta, desafiando miradas y susurros.
Ni la Iglesia, ni Dios pudieron ganarle aquella batalla a su sexualidad, siquiera la jevita de Camagüey que lo llevó al matrimonio y a una Luna de Miel maquillada.
Lazarito se fué al fondo de una botella de ron. Atrapado quedó con la peor herencia que le dejó su padre. Dulcero de toda la vida, mezclaba sus masas con una ¨nota¨ pegajosa y barata. Llegaba luego a la casa y Lazarito intentando escapar de los tragos, se dejó vencer por las delicias del mundo irreal que le regalaba la misma copa de ron que servía su papá. Es noble Lazarito, bueno de sentimientos y amable. Ahora es Lazarito el curda, marginado e ignorado y nadie sabe por qué.
Nunca imaginé las vueltas de la vida y que el Bolo se dedicará a ser un cochero de la ruta Villuendas- Circunvalación. Tiene hijos ya grandes y un coche con caballo, siempre recoge a los del barrio y no les cobra. Es un cochero único, que no ofende ni abusa de sus clientes. Permutó del barrio a temprana edad, pero nunca dejó a la tribu, porque lo llevábamos con cariño recordando que sus ataque de epilepsia nos afectaba a todos.
Crecí con ellos y a medida que los años se apoderaban de mi imagen la barba crecía y se perpetuaba.
-Quítate eso muchacho. Que cosa más fea, es horrible- me dijo alguien más de una vez.
-No me la quito porque no me da la gana- respondía molesto.
-Te quieres parecer al Che- espetaba alguien con poca inteligencia manufacturada.
Y me venía a la mente la frase de la primaria: ¨Pioneros por el comunismo. Seremos como el Che¨ y conformándome con que hace años no soy de esos pioneros y que el molde le queda grande a cualquier mortal, me conformé con responder que me dejaba la barba porque me ahorraba tiempo en el baño.
Un jefe de trabajo que tuve, se mortificaba con mi barba empinada y descuidada y siempre que podía trataba de imponer su voluntad barberil para que me la cortara. Usaba las peores frases y yo respondía con el silencio y pensando que me sobraba la barba tanto igual a la falta de sus cojones necesarios.
La vida da muchas vueltas y mi barba sigue luchando en la intemperie. Libre y genuina, mía y de nadie.
A Totico le gusta que le aprieten la mano, no anda con flojeras cuando saluda y siempre mira de frente sin temblar.
Lazaro es único, perfecta replica de su padre dulcero, con el cual comparte la borrachera y la labor.
El Bolo corre con su carromato mal soldado y feo, impulsando al Rocinante de su vida a conquistar la mesa cotidiana.
El Bolo corre con su carromato mal soldado y feo, impulsando al Rocinante de su vida a conquistar la mesa cotidiana.
Y yo sigo aprendiendo de ellos, tratando de empujar mis deseos a una autenticidad que desde pequeño, el barrio y mis amigos de la niñez me vienen provocando.
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