lunes, 29 de abril de 2013

Bosque.


por Antonio Enrique Rojas, Tony
bosque.tLos costillares grises apenas soportan el follaje de arcilla; fragmentos de los cuerpos se desploman, abatidos por el tiempo y la tristeza de no ser eternos. Los tablones cultivan cicatrices, agujeros y algunos viejos carteles de hojalata donde aún se lee “Juan O´Bourke”, “Zaldo” o “48”, todo con una digna podredumbre de patriarca habitado.
Las rejas que guardan los ventanales se burlan de la debilidad de su soporte. Podrán entrar a través de las paredes, menos por aquí, parecen decir con sorna. Remiendos de metal y cartón protegen al caballero desnudo.
Junto a las estructuras de concreto (muchas ocultan con frontones los sombreros de teja), las casonas de madera naufragan y se deshacen en historias y astillas. Son pecios que nacieron muertos y llenos de fantasmas de árboles, que purgaron pecados desconocidos convirtiéndose en casas. Las casas levantadas con cadáveres están condenadas desde el inicio.
Las esquinas podridas de las casillas del orgulloso tablero de ajedrez se desmoronan como los recuerdos de un viejo. Guiada por una postrer remembranza del origen vegetal, alguna casa intenta echar raíces, que se quiebran contra el cemento antes de alcanzar los nutrientes de la tierra.
Junto al mar o a orillas de una calle, los palacios que fueron bosques se inclinan o comban ante las bofetadas del viento, y lloran a través de órbitas donde nunca hubo ojos. Otras intentan darle sentido a su vida, y el pecio se lanza a navegar por primera vez, y se desmembra sobre las olas. Aún se divisan las costas de la ínsula y el marino muerto ya se desmenuza en la frustración de NO SER nunca.
Quienes las construyeron no sabían que manipulaban esqueletos, que comenzaron a morir la muerte cuando el primer clavo los atravesó. Ahora, un campamento de leprosos sin manos para pedir limosnas, sin ramas para beber del sol, sin vida para proteger a sus habitantes, sin vida… sin vida…
Las casas levantadas con cadáveres están condenadas desde el inicio…

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