Por Lorena Espinoza Arévalo.
Cuando recibí la invitación para escribir en este blog cubano, me pareció entretenido. Dado el “éxito” de mi primera historia, me han pedido otra. La cuestión es que me estoy dando cuenta de que se está convirtiendo en un ejercicio de la memoria fenomenal. Hay muchas cosas que recuerdo y otras, obviamente no. Las hubo buenas y malas, pero creo que lo quedó marcado a fuego en mí, fue constatar que la idiosincrasia cubana es simplemente increíble.
Acostumbrada a vivir en una ciudad relativamente “fría”, que se llama Temuco y que está a 700 km de Santiago, con 8 meses de invierno y en un país bien aburrido en lo público (en lo privado los chilenos somos tremendos), llegar a vivir al Caribe no es fácil. Ya tú sabes.
La primera vez que salí a la calle, el sol casi me partió en dos. Era marzo y los pocos conocidos me decían, “espera a que llegue julio y agosto”. Yo no tenía carro y francamente me daba tremenda lástima subirme al carrito que tira el caballo para transportar a la gente, y la guagua (¡¡¡la guagua!!!! así le decimos en Chile a los recién nacidos y hasta que tienen como un año más o menos) era de recorrido irregular, así que en esa época yo “di mucha pata”.
El primer encontronazo que tuve con otro cubano común y silvestre que se me cruzó fue insólito (para mí, chilena, joven y poco familiarizada con la exuberancia cubana). Iba yo por la Avenida 35, comiendo helado. Y de repente, pasa un cochero que me grita “Mimaaaaaaaa…no comas tanto helado que te vas a poner gorda!” (¿Qué?, ¿Cómo?, ¿Es cierto lo que escucho?) Y se me salió la chilenidad: “Y a ti que te importa, gueón, lo que yo coma o lo que deje de comer!”. Obviamente el tipo no entendió nada, pero mi tono de voz no fue amistoso, a lo que muy divertido me contestó: “Ay, mima, no te pongas brava que te vas a poner vieja”. Sí, esa fue mi primera lección con un macho cubano. En otra oportunidad, iba yo por el Boulevard con mi java (bolsa de plástico en chileno), llena de verduras. Y aparece uno que va y me grita: “Niña, pero tu pareces conejo con tanto verde que llevas ahí”. Este tipo de acercamientos verbales son impensables en país como Chile. Escasamente los hombres te miran en la calle y de vez en cuando algún obrero de la construcción desde lo alto de sus andamios te grita alguna galantería o una sandez irreproducible aquí. Y como la proxémica es cosa seria, un día, por la calle de la placita había dos muchachos sentados en la acera. Y una de ellos va y me dijo algo, no recuerdo qué, pero me lo dijo muy cerca y le di un manotazo. El que estaba al lado, se puso a reír con ganas mientras le gritaba “ehhh asereeeee lo que te pasó por descaraó”… Y yo, obviamente, huí.
Luego, para explicarme mejor, en Chile, para decir que alguien es así medio guanajo, tonto, leso, físicamente utilizamos un gesto que es poner la mano hacia arriba con los dedos abiertos. ¿Se entiende? Bueno, al principio yo quedaba espantada cuando estaba parada en alguna esquina, tratando de coger botella (hacer dedo) y el chofer del auto me veía y me ponía la mano así como les expliqué. “¿Será que me dice que parezco tonta?”. Nooooo…craso error, era que el carro iba lleno.
Cuando tenía casi un año de residencia cienfueguera, hice un curso de comunicación, a cargo del profesor Rafael Armas Moya, en la U. de Cienfuegos. Tal vez, como periodista, yo iba a entender mejor los misterios de la cultura -en lo teórico-, de las costumbre sy otro sin fin de cosas que me podía dar la academia. Era la única extranjera en una sala repleta de nuevos compañeros, casi todos ellos administrativos contables, que estaban en su primer “aproach” a lo que hoy conocemos como “coach”.
La idea era que nos comunicáramos, primero con nosotros mismos, para poder entender cómo nos veía el resto. Causé sensación, primero porque hablaba como guajira (ya lo dije, el acento chileno se presta para eso) sin serlo y además era como que parecía cubana pero no lo era. Conté mis anécdotas, aventuras y desventuras. Sí, porque yo me cruce con algunos comemierda (como el pajero aquel detrás de los matorrales de la calle del estadio), comí cable para el huracán Michelle, y una vez un policía me confundió con una jinetera (con todo mi respeto a las mujeres).
A la clase siguiente, llegó una chica -no puedo recordar su nombre- con el siguiente texto, que quiero compartir con ustedes, por si alguien no lo conoce. Sólo para que me quedara claro, de qué estábamos hablando y donde yo vivía:
Preguntósele una vez al profeta: – ¿Maestro, qué cree Ud. de los cubanos?.
Recogió el Patriarca en un puño su inmaculada túnica, frunció el ceño y con voz trémula dijo:
-Los cubanos están entre vosotros pero no os pertenecen, pues no son de vosotros. Los cubanos beben en una misma copa la alegría y la amargura. Hacen música de su llanto y ríen de su música; toman en serio los chistes y hacen de todo lo serio un chiste; creen en Dios, en Changó, en la Ouija, en la Charada y en el Horóscopo al mismo tiempo. Creen en todo y no creen en nada.
-¡No oséis discutir con ellos jamás! Los cubanos nacen con la sabiduría propia y no necesitan leer, todo lo saben. No necesitan viajar, todo lo han visto. Los cubanos son el Pueblo Elegido… por ellos mismos. Se caracterizan individualmente por su simpatía e inteligencia, y en grupos por su escandalera y apasionamiento. Cada uno de ellos lleva en sí, la chispa del genio… y ya se sabe que los genios no se llevan bien entre sí; de ahí que reunir a los cubanos es muy fácil, pero unirlos es imposible.
Jamás habléis de lógica con los cubanos, pues ésta implica razonamiento y mesura, y ellos, son hiperbólicos y desmesurados. Si os invitan a comer, no es “al mejor restaurante del pueblo”, sino “al mejor restaurante del mundo”. Cuando discuten, jamás dicen: “No estoy de acuerdo con Ud.”, sino “Está Ud. completamente equivocado”.
Poseen marcadas tendencias antropofágicas, pues decir: “Se la comió”, es signo de admiración. “Comerse un cable o comer soga”, es señal de situación crítica y llamar a cualquier persona “Comemierda”, es su más usual y lacerante insulto. Los cubanos son tan amantes de las contradicciones que llaman “monstruos” a las mujeres hermosas y “bárbaros” a los eruditos.
Son capaces de ofrecer soluciones antes de conocer los problemas, por eso acuñan la frase de: “No hay problema (aunque se estén muriendo de hambre). Cuando visité su Isla me admiró el hecho de que cualquier cubano sabía como encauzar económicamente América Latina, como eliminar el hambre de los pueblos africanos, como liquidar el comunismo y como enseñar a los rusos y a los americanos a ser potencia mundial. Cuando quise predicar mis ideas, comenzaron por indicarme, pletóricos de bondad, como debía comportarme para ser un buen predicador y de que forma debía expresar mis ideas para hacerme más asequible…
Después se quejan, se asombran, se molestan y se insultan porque nadie (excepto ellos mismos) comprenden cuan simples y evidentes son sus fórmulas… así viven en cualquier parte del planeta, sin acertar a entender por qué la gente no habla ni entiende su puñetero español.
El texto fue tomado de una revista Selecciones de 1949
Su autor es el vasco Sardamelio Bonceñigo y Arbsturdiayrria
Su autor es el vasco Sardamelio Bonceñigo y Arbsturdiayrria
Lorena Espinoza Arévalo
Periodista.