Las orillas de Cienfuegos están protegidas
por monstruos antediluvianos que duermen un sueño alerta; esperando... Para los
profanos en temas de paleontología, los fósiles de gigantescas mandíbulas pasan
por pilares de viejos muelles ya extintos.
Los dientes careados, olvidados de su pasado óseo, brotan del agua con
un resto de fiereza. La estructura triangular de una boca de cocodrilo aún se
puede advertir en el traspatio de un Club que fue de Cazadores incapaces de
matar. A poca distancia, los restos de un compañero de caza o quizás su pareja,
sonríen con un recuerdo constante del sabor de la carne.
Pero ambos aún aguardan por la siguiente presa: un muellecillo que
renunció a su dependencia y rompió el nexo con la península. Ya emancipado, ahora
se hace llamar Ysla. Está donde los cazadores lo quieren; dentro de cien años
será el ataque...
Cercana al Muelle Real, que durante mucho tiempo abdicó su trono a favor
del Olvido, otra quijada perfuma su aliento con el detritus que se aglomera en la
orilla. Mantiene sus dientes afilados con las conchas adheridas a estos e
impregna su lengua del veneno despreciado por los hombres. Es verdaderamente
mortal ahora. Sólo tiene que esperar...
Donde Cienfuegos confunde su apellido de ciudad con el de naturaleza, y
las casas de Reina crecen en desordenada colonización de las orillas, donde se
puede ver más de una gaviota a la vez; ahí descansa el mayor asesino de todos.
La larga mandíbula de hierro se interna en el agua para proteger sus dominios. Aún exhibe recientes víctimas ganadas a los
humanos: un barco de pesca que fue privado de su navegar, y desde su cabina
escorada observa los mástiles y la silueta de un vapor decimonónico digerido
poco a poco por la arena.
Emboscados junto al malecón, al fortín que no
se amparó ni a sí mismo y al hotel que cambia de color, se despliegan otras
tantas sonrisas de madera, hierro y roca carcomidos. La ciudad es su
abrevadero. El agua salada alimenta su paciencia de milenios.
Los saurios esperan porque el eco de su
próxima carcajada anuncie la nueva era. El instinto les promete otra ronda de
gloria...
por Antonio Enrique, Tony
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