a tu despedida larga y tu regreso breve. |
Era como la de un mártir. Intocable su recuerdo. Desconocida. Indescriptible.
Partió... un día tal, de más cual año, a una hora que me es imposible precisar. Entonces le hablé a su ventana triste, sucia, con mi nombre escrito en el cristal, bordeando un beso estampado con creyón rojo tres días antes. Le pedí a la ventana que se abriera y no quiso. Le pedí a esos labios que regresaran y la ventana, entrometida, me contestó que ella volvería pronto. Que tal vez entonces tendría algo diferente que contarme, decirme o explicarme. ¿No era lo mismo? Así y todo decidí aceptar sus disculpas. Su presencia - la de ella - no me fue tan útil sino a la hora de dormir. Entonces buscaba su cuerpo en mi cama, o intentaba figurarme ideas falsas sobre el mio en la suya. Intenté percibir esa sonrisa y ojos rasgados, su conversación inteligente, su pelo coloreado de modo diferente cada semana. De nuevo su sonrisa nueva.
La imaginé incluso en la ducha de la beca. Intentando gastar poca agua para que alcanzara para tres lo que había en el cubo. ¿Y si repartiera su amor de modo tan justo y equitativo? Si me besara... si supiera como hacerlo incluso estando lejos. Yo, mientras, a dormir esperando el otro día. Las siete, las ocho, las nueve... no llega. Lamentos e injurias. ¿Y si Dios me oyera? Si apareciera... y el cliché de la imagen de un camino que se pierde en el horizonte, con cipreses a ambos lados, y esas hojas caídas por el otoño hizo acto de presencia. Ella de espaldas, también como el otoño, se alejaba.
Regresó, como siempre, apenas sin decir palabras. Sin explicarse ni explicarme. Mucho menos decirme, contarme o alegrarse por estar tiempo lejos, esta vez, que fue cuando más cerca estuvo. Extrañé lo que fuí o he sido hasta ese entonces. Alguien ahí, perenne, molesto, desequilibrante a veces. Ingenuo y feroz en su comportamiento. Incoherente. Lleno de matices y excusas en un diccionario o una redacción mal hecha. Un texto repetitivo, una idea sin cuajar en cuatro párrafos. Un amigo que no tiene mucho más que ese circulito verde que a veces aparece y ese lamento por estar tanto tiempo lejos.
Regresé de Cayo Hueso, cansado de otear al sur, hacia una playa que está al norte. Volví entonces a la realidad y tomé una foto.
He vuelto a agradecerle la sonrisa.
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