para ella, sin derechos reservados.
Esta historia ya estaba escrita. Curiosamente no lo sabías. Tampoco lo sospechabas, pero me pediste hoy que la escribiera. Di mi nombre, sin miedos, no me lo recortes. No lo merezco. Yo preferí callar. Disfrazarlo una vez más.
Escribí sin saber tu reacción. Escribí al otro dia... horas después de aquella noche en la que no me dejaste dormir. Te apareciste en mi mente justo cuando recosté mi cabeza en la almohada. Justo cuando la luz del cuarto desapareció gracias a la mala calidad del bombillo. Yo pensé que había sido un fusible sin darme cuenta que el fusible de esa noche tenía tu nombre.
Comencé por recordar tu risa nerviosa cuando te sentaste a mi lado aquella tarde. Tu mirada incongruente y asombrada. Tus manos inquietas, lunáticas, reprimidas... Las mías actuaron diferente. Era imposible no inventar el mechón de pelo que entorpecía tu campo visual o auditivo. Una mancha en el hombro, un pedazo de algo en el cabello. Tenía que tocarte. Tenías que sentir que yo existía, que había algo más detrás de ese que te decía tantas cosas y que por tanto tiempo te las dijo. Hubiese sido un pecado dejarte escapar sin adivinar tus senos, sin hablarme de ellos, sin imaginármelos sobre mi espalda una noche cualquiera, desnudos, fríos o calientes, pero ellos. ¿Es mucho pedir?
Luego salté a tu chaqueta roja, descolocada en aquel lugar repleto chicas bellas con shorts anaranjados. Eras como la capa del torero y yo el ingenuo animal, que cabeza gacha buscaba descuartizarte mientras tú dabas giros de ocasión, a menudo calculados, pocas veces espontáneos y yo terminaba, sofocado, refugiándome en un buche de cerveza, o en participar de algo que no me interesaba, una conversación absurda, una evasión de funciones, una foto para la historia, un ¿cuándo repetimos esto caballero? o un de aquí para no sé donde.
De tu chaqueta y tus manos salté repetidamente a tus labios. Perdóname que te lo diga. Suena atrevido, pero sueno como soy. Me moría por besarte. Perdón, aún me muero por hacerlo. No es mi culpa. Tu labio inferior es como mi némesis de tardes. Es como algo que pudiera definir perfectamente pero prefiero no hacerlo hasta tanto no pueda saborearlo. Es como el tema que conocemos pero no debatimos. Como el idioma que hablo pero no alardeo de su conocimiento. Es como Dios, que no hemos visto nunca pero decimos que existe.
Hablabas y yo naufragaba en él, inventándome un motivo para acercarme y rozarlo. Y la cerveza hacia mella en mí y en mi subconciente y tú, hija de puta, sabías lo que estaba sucediendo y no hacías nada por impedirlo. Fue así que, para vengarme de tu audacia decidí saltar e irme al labio de encima. A éste quería morderlo. Al otro no, pero a este sí. No me preguntes porqué.
Pudieras preguntarme sin embargo, que provocó en mí verte vestida como Satanás en aquella fiesta de Halloween, cuando yo me encontraba distante de ti a 153 Kilómetros, 90 millas y otros 210 kilómetros más. La alegoria que hice tú la conoces y no viene al caso contarla. Te prefiero a ti. Prefiero incluso tu chaqueta roja, con toda esa amalgama de sentimientos taurinos que me provoca(s): repito, estrellarme contra ti como si fuera un toro. Ensartarte y que tú, dócil, me claves la banderilla que me merezco.
Tambien escribí sobre tu partida. Maldije tu carro alemán. Rezaba(s) porque estuviese roto. Me conformaba con que demorara en arrancar, o que no arrancara nunca y que me pidieras te llevara a la casa. Perdón, aun busco que me lo pidas. O que te lleve a un sitio, no me importa cual, para recapitular todo lo que conversamos aquella tarde, todo lo que vi, lo que no vi, lo que me sugeriste o imaginé. Te repito, cualquier sitio.
Lo importante es verte. Contarte que ya esta historia estaba escrita. Que no tenías que pedírmela, como tampoco tienes que pedirme que te piense a cada rato. Que deseo que seas libre, como te mereces, aunque luego yo te ponga las esposas, aunque seas tú la que decidas atarte a mi o atarme a ti. Aunque yo confunda todos estos sentimientos que guardo, aunque me duela que me digas my friend, aunque tú sepas que no es lo que yo quisiera, pero es lo que hasta ahora tengo y con lo que debo conformarme.
Lo importante, creo, es volver a incursionar con mis ojos en tu boca. Volver a imaginarme o inventarme un motivo único, disfrazado de miles de objetos extraños en tu pelo, en tus hombros y en tu cara. Lo importante es que esas manos nunca se estén quietas, que yo crea que es porque quieres tocarme o darme ese abrazo que no puedes y que yo no resistiria.
Y yo, mientras, dime, qué hago con todo esto?
Ya sé, volver a escribir sobre ti un día de estos. O si lo prefieres, escribir, sólo, sobre tus labios.
por Roberto A. Lamelo Piñón
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