por Roberto A. Lamelo
Yo hubiese querido matar el calor de mi cuerpo hace veinte años atrás, cuando te conocí, cuando descubrí tus ojos, tu sonrisa, tus bellos dientes blancos, pero tú, ... tú nunca me miraste.
Yo, por mi parte, nunca hice nada para destacarme ante ti. Ni siquiera hubiese podido… no tenía nada para brindarte, excepto mucha timidez, un beso medianamente bien dado y un sexo terrible.
Yo no sabría, en aquel entonces que hacer contigo. Que hacer con tus glúteos, con tus muslos, como quitarte la saya o la blusa, así que aprendí a contemplarte desde lejos, a pensar que eras un poco artista, que tenías el cerebro vacío, y que no, no me merecías. Se que estaba equivocado, pero me fue más placentera la derrota.
Yo aprendí a verte luego en una Universidad … casi igual, tú, yo maltratado y deslumbrado por la luz de aquella ciudad que apenas conocía, tú apenas te limitabas a saludarme porque habíamos estudiado juntos cuando el pre y yo, aún esta vez, tuve que seguir mirándote en manos de otro.
Esa escena, tú de espaldas, ese short blanco que apenas podía contener tanta musculatura, ese pelo medio largo a medio ondear, esa envidia… no lo olvido. Yo, debo confesártelo, te he admirado demasiado, incluso cuando no te veía. Ya no, pero antes, te soñaba, te dibujaba en mi cama. No sé ni porqué … eras tan distinta, no existía nadie más bella que tú, y yo, yo nunca te dije nada. No tenía motivos, y repito, no tenía nada que ofrecerte, pero te soñaba, no me molesta decírtelo, soñaba un beso de esa boca, imaginaba mi mano derecha entre tu pelo, imaginaba morder tus muslos, devorar tus nalgas en plena madrugada, acostarme sobre ti, besarte, esculpirte con la lengua, volverte a hacer con mis manos, decir, decir, decir… lo que no sabría decirte, ni hacerte, pero imaginaba ese sudor que decían separaba al hombre de la mujer cuando tienen sexo, imaginaba decirte algo al oído, porque en alguna película lo vi, o alguien me comentó que era erótico.
Y me retorcía, y jugabas conmigo y te odiaba, cuando en cualquier mañana en aquella 265 o en los pasillos de la Facultad apenas fingías verme. Luego yo aprendí a creer en mí mismo, descubrí que todo tiene un momento y un porqué… pero ya no estabas. Ya no podía mirarte, ya te habías ido, y se me hizo más difícil cada noche poder imaginarte, hasta que te diluiste entre aquel recuerdo de la saya azul y aquellas palabras que decías en aquel idioma raro que ya yo no comprendía. Por suerte, no han cambiado tus ojos, ni tu sonrisa, ni esa locura, ni esa mirada pícara que tienes para sacarle a un hombre más de cinco sentimientos. Por suerte, he aprendido a desplomarme en renglones de palabras, a explicar mis gestos y mis angustias, para llegado el momento no tener que depender de una lengua traicionera o de un gesto fuera de lugar.
Si te digo esto hoy, es porque quiero que sepas que me gustas, que aun sueño con hacer realidad todas aquellas fantasías locas de adolescente que tú me vedaste por ser la más bella, por ser la más linda, la más deseada y yo, ser el más pendejo de toda aquella escuela. Espero no sea tarde… por suerte, he descubierto y demasiado bien, como es la teoría del sudor, y la de la frase en el oído, he descubierto como hacer caminar mis manos y mi lengua, como destrozarte los argumentos de fiereza que seguramente pudieras poseer.
Por suerte se que no me lastimaré en besarte, en morderte, en acostarme a tu lado, sobre ti, o llevarte al baño directamente y de rodillas. Por suerte se que te gustará que te enjabone, que te moje y que te seque, que te acueste en la cama. Que te haga el amor. Que se vuelva el tiempo atrás.
Muy interesante y cargado de sentimientos, se ve el desgarro sentimental que produjo algo así en tantos años de desear a esa persona. Sólo decir que cuando se ama y no se es correspondido el olvido es el mejor aliado y ojalá puedas amar así tan intensamente a otra persona y que seas totalmente correspondido.
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