miércoles, 11 de septiembre de 2013

El hombre del guatacón


 
H. Zumbado | La Habana


Gracias a la antropología –la única disciplina en el mundo que ofrece a los científicos la posibilidad de saltar de alegría cuando encuentran un cadáver humano después de una dura faena de pico y pala― hemos podido conocer a nuestros antepasados y rasgos generales de nuestra prehistoria.

Los antropólogos son geniales, pues solamente necesitan encontrar un trozo de cráneo, un fémur, un par de costillas, una pelvis o una mandíbula –batiente o no― para reconstruir y precisar más o menos la fecha en que el buen señor se despidió de sus semejantes. Así, en una tienda de souvenirs de Pekín, a principios de siglo, un antropólogo descubrió un trozo de hueso (posiblemente lo tenían a la venta como un cenicero de la V Dinastía Ming) que después resultaría ser un antepasado y se haría famoso como el Hombre de Pekín.

Otros huesos encontrados en otros lugares, disperso por África y Europa, serían reconstruidos y también se harían célebres como el Hombre de Neardental, el Australopiteco, el Pitecantropus Erectus u Hombre de Java y el Hombre del Cromañón. (Por cierto, el Pitecantropo Erectus no tiene que ver, como piensan algunas damas inquietas, con la virilidad; se llama así por ser un antropoide que caminaba erecto, erguido. Lo siento.)

Y ahora los antropólogos están de plácemes porque se ha descubierto en el archipiélago de las Aluviones o las Adulonas, una de esas islas del Pacífico, no un hueso, sino dos esqueletos humanos, completitos, sin un solo hueso faltante.

Los esqueletos o fósiles se hallaron en posición harto curiosa, un hecho insólito en los anales de la antropología, pues un esqueleto montaba a caballito sobre el otro y el de abajo sostenía en la mano dos instrumentos agrícolas muy parecidos a guatacas. Ambas osamentas tenían placidez en el semblante, evidencia de que habían muerto en estado, si no de felicidad, al menos de tranquilidad de conciencia.

Si los científicos con dos o tres pedazos de huesos pueden reconstruir todo un esqueleto, ¡imagínense ustedes lo que son capaces de hacer con dos esqueletos en perfecto estado!

No solamente averiguaron que se trataba de dos esqueletos de cromañones y que el cromañon montado a caballito tenía una jerarquía superior, sino que, incluso, fueron capaces de reconstruir la conversación que habían tenido poco antes de morir aplastados por la lava del volcán. El diálogo, textualmente, había sido:

―¿Jefe, me permite que lo lleve a caballito, y de paso también la guataca?

―Oká, Gugu, si ese es tu deseo.

Fue así como se descubrió que ese gesto había sido el primer acto de chicharronería del que se tiene conocimiento en la historia de la humanidad. (Para otros antropólogos significó también el antecedente más remoto que tenemos del Trato del Esqueleto). En fin, lo importante es que el esqueleto de abajo –el cargante, no el cargado― ha pasado a engrosar las filas de los hombres ilustres de la prehistoria. Se le conoce como el Hombre del Guatacón.
Lamentablemente, el Hombre del Guatacón marcó un hito en la historia del desarrollo humano y señaló un camino. Él ha inspirado a cientos y cientos de miles –millones tal vez― de seguidores que a lo largo de la historia han ido perfeccionando, puliendo y refinando las técnicas de la chicharronería. (A propósito, este vocablo no tiene que ver con la carne de puerco. Es un aporte al idioma, surgido en los últimos años, que viene del chicharrón, un insecto similar al llamado gallego, que constantemente está revoloteando en torno a la luz. De ahí que chicharrón sea sinónimo de guataca, nombre excelente también porque el guataca da la sensación de que le va desbrozando el camino a su inmediato superior).

En Cuba, que se sepa, parece que el nivel más alto de chicharronería se alcanzó durante el machadato, si nos atenemos a la famosa anécdota de la respuesta que le dieron al General Machado en una ocasión. ¿Qué hora es?, preguntó el dictador. Y le respondieron con una sonrisa: ¿Qué hora quiere usted que sea, General?

Pero decíamos que las técnicas se han ido refinando y no parece justo que todos los guatacas sean ubicados en la misma categoría. Hay diferencias. Por eso pensamos que debía constituirse una especie de Comisión Nacional de Evaluación de Chicharrones que administrara justicia social, extendiendo certificados de chicharrón A, B y C.

El C es burdo. No se anda con boberías ni sutilezas. Va directo al grano. El B es algo más imaginativo. Y el A… ¡Ah, el A es un genio!

El examen de evaluación se haría sobre la base de una situación creada y el certificado se entregaría de acuerdo con la respuesta que diera el guataca aspirante. Por ejemplo:

Situación tiene lugar en despacho del jefe. Jefe dice de pronto; ¡Qué desgracia! ¡Se me acaba de desprender el tacón del zapato!

Chicharrón C responde (burdo y atávico, evocando al Hombre del Guatacón): No se ocupe, jefe, móntese aquí en la espalda que yo lo llevo a caballito el resto del día para donde usted desee.

Chicharrón B (algo más sutil) dice: No hay problema, jefe, deme el zapato que aquí cerca hay una zapatería.

Chicharrón A (refinado, sugiriendo): Jefe, ¿no se ha fijado que nosotros tenemos el mismo pie?

Evidentemente una comisión de evaluación chicharroneril sería buena. Pero lo ideal, lo ideal socialmente, sería tener una Comisión de Achicharramiento de Chicharrones.

n.e: tomado de http://www.lajiribilla.cu
 


 

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