H. Zumbado | La Habana
Gracias a la antropología –la única disciplina en el mundo que ofrece a los científicos la posibilidad de saltar de alegría cuando encuentran un cadáver humano después de una dura faena de pico y pala― hemos podido conocer a nuestros antepasados y rasgos generales de nuestra prehistoria.
Los antropólogos son geniales, pues solamente necesitan
encontrar un trozo de cráneo, un fémur, un par de
costillas, una pelvis o una mandíbula
–batiente o no― para reconstruir y precisar más o
menos la fecha en que el buen señor se despidió de sus
semejantes. Así, en una tienda de souvenirs de Pekín, a
principios de siglo, un antropólogo descubrió un trozo
de hueso (posiblemente lo tenían a la venta como un
cenicero de la V Dinastía Ming) que después resultaría
ser un antepasado y se haría famoso como el Hombre de Pekín.
Otros huesos encontrados en otros lugares, disperso por
África y Europa, serían reconstruidos y también se
harían célebres como el Hombre de Neardental, el
Australopiteco, el Pitecantropus Erectus u Hombre de
Java y el Hombre del Cromañón. (Por cierto, el
Pitecantropo Erectus no tiene que ver, como piensan
algunas damas inquietas, con la virilidad; se llama así
por ser un antropoide que caminaba erecto, erguido. Lo
siento.)
Y ahora los antropólogos están de plácemes porque se ha
descubierto en el archipiélago de las Aluviones o las
Adulonas, una de esas islas del Pacífico, no un hueso,
sino dos esqueletos humanos, completitos, sin un solo
hueso faltante.
Los esqueletos o fósiles se hallaron en posición harto
curiosa, un hecho insólito en los anales de la
antropología, pues un esqueleto montaba a caballito
sobre el otro y el de abajo sostenía en la mano dos
instrumentos agrícolas muy parecidos a guatacas. Ambas
osamentas tenían placidez en el semblante, evidencia de
que habían muerto en estado, si no de felicidad, al
menos de tranquilidad de conciencia.
Si los científicos con dos o tres pedazos de huesos
pueden reconstruir todo un esqueleto, ¡imagínense
ustedes lo que son capaces de hacer con dos esqueletos
en perfecto estado!
No solamente averiguaron que se trataba de dos
esqueletos de cromañones y que el cromañon montado a
caballito tenía una jerarquía superior, sino que,
incluso, fueron capaces de reconstruir la conversación
que habían tenido poco antes de morir aplastados por la
lava del volcán. El diálogo, textualmente, había sido:
―¿Jefe, me permite que lo lleve a caballito, y de paso
también la guataca?
―Oká, Gugu, si ese es tu deseo.
Fue así como se descubrió que ese gesto había sido el
primer acto de chicharronería del que se tiene
conocimiento en la historia de la humanidad. (Para otros
antropólogos significó también el antecedente más remoto
que tenemos del Trato del Esqueleto). En fin, lo
importante es que el esqueleto de abajo –el cargante, no
el cargado― ha pasado a engrosar las filas de los
hombres ilustres de la prehistoria. Se le conoce como el
Hombre del Guatacón.
Lamentablemente, el Hombre del Guatacón marcó un hito en
la historia del desarrollo humano y señaló un camino. Él
ha inspirado a cientos y cientos de miles –millones tal
vez― de seguidores que a lo largo de la historia han ido
perfeccionando, puliendo y refinando las técnicas de la
chicharronería. (A propósito, este vocablo no tiene que
ver con la carne de puerco. Es un aporte al idioma,
surgido en los últimos años, que viene del chicharrón,
un insecto similar al llamado gallego, que
constantemente está revoloteando en torno a la luz. De
ahí que chicharrón sea sinónimo de guataca, nombre
excelente también porque el guataca da la sensación de
que le va desbrozando el camino a su inmediato
superior).
En Cuba, que se sepa, parece que el nivel más alto de
chicharronería se alcanzó durante el machadato, si nos
atenemos a la famosa anécdota de la respuesta que le
dieron al General Machado en una ocasión. ¿Qué hora es?,
preguntó el dictador. Y le respondieron con una sonrisa:
¿Qué hora quiere usted que sea, General?
Pero decíamos que las técnicas se han ido refinando y no
parece justo que todos los guatacas sean ubicados en la
misma categoría. Hay diferencias. Por eso pensamos que
debía constituirse una especie de Comisión Nacional de
Evaluación de Chicharrones que administrara justicia
social, extendiendo certificados de chicharrón A, B y C.
El C es burdo. No se anda con boberías ni sutilezas. Va
directo al grano. El B es algo más imaginativo. Y el A…
¡Ah, el A es un genio!
El examen de evaluación se haría sobre la base de una
situación creada y el certificado se entregaría de
acuerdo con la respuesta que diera el guataca aspirante.
Por ejemplo:
Situación tiene lugar en despacho del jefe. Jefe dice de
pronto; ¡Qué desgracia! ¡Se me acaba de desprender el
tacón del zapato!
Chicharrón C responde (burdo y atávico, evocando al
Hombre del Guatacón): No se ocupe, jefe, móntese aquí en
la espalda que yo lo llevo a caballito el resto del día
para donde usted desee.
Chicharrón B (algo más sutil) dice: No hay problema,
jefe, deme el zapato que aquí cerca hay una zapatería.
Chicharrón A (refinado, sugiriendo): Jefe, ¿no se ha
fijado que nosotros tenemos el mismo pie?
Evidentemente una comisión de evaluación chicharroneril
sería buena. Pero lo ideal, lo ideal socialmente, sería
tener una Comisión de Achicharramiento de Chicharrones.
n.e: tomado de http://www.lajiribilla.cu
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