viernes, 21 de diciembre de 2012

La barbería de Aldito.


Por El Cojito Bibijagua.

Ahí mismo en la sala de su casa sin terminar plantó su barbería, llanta de camión soldada a un sillón de alambrones que giraba sometido a la mala lubricación de una caja de bolas rusa; espejo manchado y caja de zapato para las herramientas, escoba y recogedor. Acompañaba el cuadro criollo barberil, un ventilador con motor de secador de maquina de lavar, también rusa, y a trabajar. Los frijoles llegaban por esa vía, cortando y quitando lo que los clientes le pedían. Aquella sala estaba siempre llena de gente del barrio; cazadores de vidas, chamacos que pedían a gritos entre botellas de alcohol y populares de bodega, unos fulas más y la oportunidad de buscarse la vida.

Aldito había sobrevivido a la Tormenta del Siglo, bueno, en verdad sobrevivió a la mitad de mierdas de su casa que casi le aplastan la cabeza y el pecho. Lo atrapó durmiendo y sepultado quedó. El dolor vino horas después cuando materializaron la desmaterialización del Gao, la casa, el templo viejo del barrio de Los Obreros.
Siempre fue como mi casa, sin tocar la puerta me adentraba hasta la oscuridad de la cueva. Su hermana, que también era mi amiga desde pequeños, encontraba su dialogo con Dios en cinco metros cuadrados, donde cohabitaban entre colchones recogidos, gasificador de brillantina y la maquina de coser de Alfa, su madre,  que era desde los tiempos memorables de los productos soviéticos, su medio de trabajo.
No recuerdo a Alfa descansando, desde que quedábamos para robarnos los mangos en casa de Parodi, nos decía, en su clip clip del pedaleo de maquina, que nos cuidáramos.

Maito, ripostaba, con cada trago matinal y noctambulo diciendo en voz muy bajita que la pobreza pasa, la deshonra no. Con José Martí, creo que vivía sus borracheras permanentes y desaceleradas. Los mejores buches de café malos me los brindaba  Maito, cuando iba hasta su cocina a preguntarle como estaba, siempre me miró a los ojos, me apretaba la mano, y como hacen los hombres de bien me daba el mejor consejo, de que no bebiera ron.

Yaremis se fue hablar con Dios en otro idioma, con la sentencia característica del be or not to be, nos dejó como herencia, un cariño que es imposible separar de las bocanadas de aire que a veces cogemos.

Aldito, lleva tiempo récord en cortar pasas, cabellos, barbas. Se había hecho profesor de enseñanza media, trabajó y trabajó, descansaba cuando pelaba a los locos que le dejaban la cabeza, y con tanto trabajo desenfundado, sacó, con otras ayudas por supuesto, la casa de aquella prisión que tenía como integradora, los secretos más guardados de cada integrante familiar. 

Les dijeron que lo materiales llegarían. No les dijeron en que año, siquiera les avisaron si sería en el milenio pasado; en este, no han recibido notificación. Desde aquel fatídico día del 93 en que Aldito casi pierde la vida, le ha sobrado la esperanza de ver terminada su guarida  en el barrio de Los Obreros, capital ilustre del Tulipán marginado por los marginados.  

Cuando no me despedí de él, me dijo que estaba bien eso de que viajara y regresara, que nos veríamos  planificando fiestas y desordenes mujeriles, que ya el ron sabría diferente por lo añejado que se encontraría de no tomárnoslo juntos, que ya quedaría él para recibirme, porque el se quedaba a cortarle las pasas a cuanto negro apareciera en su casa y a los chamacos que quisieran parecerse a sus reguetoneros favoritos. 

Ya en el Yuma, hay muchos barberos Pérez, me sentenció. Lo mio es terminar esta mierda que hace 19 años estoy levantando, comprarme un Karpaty, y sonarme con una buena botella de ron los sábados,  enredarme con la primera que aparezca. Yo soy de aquí asere, de Los Obrero, déjale el Yuma y la Madre  Patria a otro.

Regresé aquella mañana, y después de que escuchara mi, ¿qué vuelta tío?, me miró con esa paciencia que siempre ha tenido mi amigo Aldito, le espetó a mi madre; Hortensia, ¿de donde pinga tu sacaste al gallego este? 

Hoy tengo deseos de verlo y como cuando éramos fiñes, irnos a robarle los mangos a Parodi, el mismo Parodi ahora gay, pero siempre generoso pa´ decirnos que los mangos no se los podemos coger porque son de su abuela, ya muerta hace tiempo.

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