ESCRITO POR EL COJITO BIBIJAGUA
Cada ocho de julio, al amanecer terminaba con ellos en la cama, escuchando gráficamente los eventos asociados al paritorio de mi madre, los humos entrelazados del cigarro del Cojito con los de mi padre, más la desesperación y expectativa, de esa mañana esperada, constituían el oleo de la narrativa matutina.
Cada ocho de julio, al amanecer terminaba con ellos en la cama, escuchando gráficamente los eventos asociados al paritorio de mi madre, los humos entrelazados del cigarro del Cojito con los de mi padre, más la desesperación y expectativa, de esa mañana esperada, constituían el oleo de la narrativa matutina.
Tremendo lío, esos dos seres juntos, se querían desde ya.
Me contaban, que mis ojos nacieron abiertos y observadores, que me contentaba con el indicativo de mi dedo zurdo en la boca, refrescando mis ansias de comer.
Con cuarenta y cinco días de hospedaje en este mundo, me dejaron en la sala de los más infantes del circulo infantil Niños Felices de la Primera de Tulipán. Ocho horas de trabajo que le daba a las cuidadoras, alimentandome, aprendiendo y durmiendo; pocos días después el Circulo entero nos ingresó a la mayoría de los niños en le hospital de la ciudad, debido a una intoxicación provocada por un envenenamiento que causaron los opositores al Gobierno en el deposito de agua potable. Fui una victima más de aquella inhumana acción. Sobrevivimos todos, nadie perdió el camino.
Cada día ocho de julio escuchaba parte por parte, como grabación invariable, las patadas que le daba a la panza de mi madre; las mismas patadas que años después lancé sin objetivo exacto en un Dojo de la calle Dorticos que bajó la lluvia cada tarde mis padres me llevaban y regresaban luego al Tulipán de todos los días.
Ahí mismo en el barrio aprendí a crecer en altura e ideas. Nos refugiábamos, mi primo ¨pomponio¨ Pelo Saco y yo en un agujero antiaéreo que había hecho el marido de mi tía Iliana, en la entrada de la casa de mis abuelos. Tanto temor a una invasión gringa le apuro la capacidad de construir su guarida bélica. Bajábamos cada tarde al hueco hasta que abuela nos agarró con Yamury, la doncella del barrio, y la novia de todos nosotros, en pleno toqueteo infantil y descubrimiento de nuestra sexualidad emergente.
El pichón, Janvier mi primo, el duo de Los Isleños, Totico, El bolo, El pelú, Lazarito, Orin el preservativo, Leopordo, Rafelito, Los preña carneras y El negro fueron integrantes indisolubles de aquellas pandillas mutantes, que entre juegos de bolas, trompos, y catanas, nos caíamos a pescozones constantemente. También estaba mi hermana y sus amiguitas, con el lenguaje de las PE, diciéndole a Migdrey, ¨TePe tenPegoPo quePe haPablarPa paParaPa miPi herPemaPanoPo noPo mePe enPetiPiendaPa¨. Toda una clave anti espía que me enverdecía de la rabia por no enterarme de sus amores pioneros.
La separación vino con el preuniversitario en el campo, el Dimas fue la gran escuela, guaperias deformes, fugas del trabajo agrícola, sexos rápidos y repartidos, broncas sin sentido en el albergue, alcohol casero, y un hambre que asustaba a cualquiera nos marcaron para siempre.
En esa escuela imprescindible decidí por voluntad autónoma agenciarme un carnet de la Unión de Jóvenes Comunistas, la entrega la harían en el Parque Martí, en medio de un acto por el 28 de enero, aniversario del natalicio del apóstol Llegué temprano acompañado por mi padre y nos encontramos la voz que anunciaba mi nombre a una multitud revolucionaria al mismo tiempo que visualizamos a otro Raúl, que con mis apellidos, recogía lo que me pertenecía. Primera decepción y derribo a la lona como el KO, desorientador en el primer asalto.
Años después, con la misma voluntad y decisión personal abandoné aquel cartón fotografiado y firmado, por una conciencia más limpia y genuina.
Las antorchas de aquella noche, no alcanzaron para alumbrar mi militancia comunista en la organización.
Yo también les contaba que en la Universidad, me encontré a un Otto que decía que había que hacer sacrificios; que la juventud es el motor principal de las Ideas, luego embriagaba ese mismo discurso entre una botella de Habana Club 7 años con cuerpitos del mejor camarón de la Isla y langostas prohibidas en un lugar no muy lejano, donde algunos lacayos garantizaban que la élite se sintiera cómoda, cuando los sacrificados jóvenes se nutrían con unos calamares fétidos y viejos en un comedor sucio y descuidado.
Existió un ministro que decía en esa misma Sede que si la necesidad obligaba, se iría caminando hasta Santiago. Que la falta de combustible no afectaría su trabajo. Otro que no era ministro ni na´, pero comunista de papel, decía que era cuestionable que el vicio del cigarro formara parte en la vida de un revolucionario. Tanta idiotez me hizo intentar abandonar el teatro, tronchándome la salida la vice-decana, que con mano estirada y autoritaria me dejó entrever que era imposible escapar de tanta estupidez. Recordé al Che con sus tabacos en la boca también a Lenin con su pipa, y se me deshicieron en el suelo las ideas y la ilusión.
Cada ocho de julio, buscaba el calor de mis padres en esa cama legendaria y pacifica. Encontraba las mismas palabras que años tras años escuchaba sin perder detalle, y la historia era nueva y querida. Los humos, la voz anunciando mi llegada a la vida, la teta de mamá en la boca luchando con mi único indice zurdo. Creo que nunca escucharé mejor historia.
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