Le he dedicado unas líneas a algunos, he intentado llevar con transparencia lo vivido, sin que el dolor dejado por las cosas amargas me conduzca por el camino terrible del odio. Irremediablemente seguiré así, justificándome en este modo propio de ser, compartido por muchos, otros como yo, mayoría inmensa que prefiere encontrar la paz escuchando una canción o viendo una película antes que enrolarse: más en lo deprimente que en lo que da la vida.
Pero hoy he vuelto a recordar, que muchas veces con lo bueno, llega lo malo también, como obligándonos a no descansar nunca. Y no es raro que las novelas terminen cuando los enamorados se dan ese beso grande después de haber vencido tantísimos obstáculos, se abracen, venga la boda, coman perdices vivan felices, y el escritor, conocedor de lo que se les avecina, le ponga fin al cuento.
Tú siempre nos decías que con la inauguración de la piscina llegó nuestra desgracia, antes había agua, el agua llegaba hasta el tanque alto, que se llenaba sin que hiciera falta una turbina. Hubo agua todo el día, y por las noches, y hasta en las madrugadas hubo agua.
Nuestra desgracia llegó con la piscina, con la piscina también llegó la alegría, éramos, después de los vecinos del Edificio de la Marina, los que más cerca estábamos de la piscina. Y pensar que nunca me bañé en ella, tal vez todavía esté a tiempo, pero ahora lo que importa, es que después de la inauguración, pasadas unas semanas, comenzó a faltarnos el agua.
También sé que nunca le atribuiste la desgracia a otro factor que no fuese la piscina, aunque también se sabía de que el hospital, también se llevaba una buena cantidad de ese preciado líquido. Tú has sido siempre una defensora del hospital, por eso, siempre has preferido tan sólo criticar a la piscina.
Lo cierto es que hoy, en la cruda distancia que nos separa, he aprendido tanto de ti como de quienes me rodean. Y lo cierto es que lejos de criticar esa ingenuidad con la que lo has aceptado todo, prefiriendo echarle la culpa de tanto sacrificio a una piscina que te roba el agua. Debo aceptar que mis ojos se humedecen al pensar en ese cuerpo delgado de mujer que tanto me ha dado con su ejemplo y que en silencio, soportando lo malo que trae lo que considera bueno; ha cargado sobre sus espaldas, más cubos de agua que un bombero.
Por Liber Y. Barrueta Martínez, para una persona que amo.
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