Reza una definición fidelista que la cultura es el alma de la nación… pero, y sin irrespetar al líder, el barrio es el alma de la nación. Qué cubano se atrevería a desmentir la segunda tesis, ninguno, sobre todo aquellos que han probado la “frialdad” de otras comunidades más allá de nuestras fronteras.
Desde hace varios domingos escucho en el fondo de mi casa una desafinada recreación. Parece que alguien se ha hecho de un karaoke y por esa independencia de que gozamos, desde la mañana hasta bien entrada la noche, unos cuantos intentan igualar lo mismo a Juan Gabriel que a Marc Anthony… y claro que no lo logran, lo que hacen es molestar, pero como somos libres, no hay arreglo, además, la cultura no tiene momento fijo.
En el barrio se deciden los grandes acontecimientos, lo mismo para festejar un aniversario cederista, que se monta una bronca porque alguien cometió adulterio y puede que se rompa la unión –he visto regresar cabizbajo a más de uno y cargar por el resto de su vida la carga pesada de los tarros. Y allá van los solidarios, burlones o comprensivos vecinos… si no estabas asomado a la ventana, al otro día cualquiera te lo cuenta, con lujo de detalles y versión ampliada.
En el barrio te enteras de todo. Lo mismo de que la leche llegó tarde y no hace falta madrugar para recoger la bolsa normada –hay un período en que la bolsa es la fluida, en el otro con el alimento en polvo, gracias a las fuertes erogaciones del Estado cubano para mantener saludables a niños, viejos y a todos aquellos que sean capaces de pagarla en el mercado subterráneo-; que la papa la acaban de descargar en el mercado del fondo y si no te apuras, pues no alcanzas el preciado tubérculo…aunque después pasarán vendiéndola a 10 y 20 pesos el jarro de cinco libras…
Y que me dicen de la cola para estos o cualquier otro producto en la placita o la bodega. Esa es la mejor manifestación cultural de una idiosincrasia sin par, pues te enteras del mismo chisme, pero ampliado y versionado, puedes oir rajar del de arriba, del costado o enfrente; hay solidaridad –esa nunca falta-, pues alguien se cuela y allá van los insultos, desde descarao o descará, hasta epítetos tan agresivos como viejo o vieja de mierda, que ha perdido la vergüenza…
También se le abre paso a los desvalidos, embarazadas o apurados que pueden llegar tarde al trabajo, aunque para eso está el “plan jaba”, programa creado para las mujeres con vida laboral activa, pero que se ha extendido a las personas que viven solas y a los amigos de aquella que tiene la facultad de estampar un sello en tu libreta de abastecimientos para que no hagas la larga fila que se forma cuando viene el pollo por pescado o la mortadela, el picadillo de soya –que tiene su poquito de carne, que se sepa- e incluso para recoger el pan nuestro de cada día, cada día más malo, pero como nuestro vino, amargo, pero hay que tomárselo, digo comérselo…
En el barrio aunque no quieras conoces a la mayoría de quienes cohabitan ese espacio tumultuoso y variopinto. Es que a cualquier hora del día o de la noche, alguien silba y ya tu sabes para quién es, pero también gritan el nombre desde abajo, en competencia con los vendedores de pan, cebolla, ajo, soyur, pizzzas, bocaditos de helado, tomate, ají, habichuelas, calabaza, cake de capuchino o chocolate y coco, palitos de tender, compran botellas, afilan tijeras, aceptan pedacitos de oro, te arreglan el colchón en la casa, barnizan muebles y ponen pajillas o rejillas, como se les ocurra decir; chapean patio y recogen la basura… en fin, que del barrio no hay que salir, cualquier servicio está resuelto…
Puedes irte de casa con confianza, siempre habrá quien diga tu paradero si alguien se aparece a buscarte, casi todo el mundo está pendiente de tu vida, de quién te visita, tus horarios de trabajo, la ropa que te pones y hasta lo que comes, porque cuando pasas con la jaba, te pueden decir: “anda, que hoy vas comer bueno”… tal parece que tienen ultrasonido en la vista y si hay mucha confianza, pues ahí mismo debes repartir.
Con confianza sabrás quién te vino a buscar, pues como retrato hablado a la usanza policial, te disparan que alguien tocó a tu puerta, no dejó recado, que la persona era pesada o agradable, venía bien vestida, parecía de afuera o de adentro, qué más da y si traía un paquete, hay quienes amablemente se brindan para hacértelo llegar… y ya tu sabes, al momento se entera el resto de la vecindad, no por malicia, sino por esa solidaridad que nos caracteriza…
Nada de avisar que irás de visita. Eso no hace falta, en cualquier momento alguien se te puede colar en la casa, para desbarrar de los demás o para hacer una llamada telefónica, ah y tu número aunque privado es colectivo, porque lo dan a compañeros de trabajo, novias y novios, familiares y amigos, con tu consentimiento o no, para por si acaso algo importante sucede, lo mismo una invitación a salir o contarse a distancia lo que ocurre en otro barrio –recuerde que estamos en plena era del desarrollo de las comunicaciones.
Y la música… escuchas de todo y para todos los gustos, es más puedes prescindir de televisores, DVD u otros equipos, los que tienen uno más potente que el tuyo se encargan de imponerte sus deseos y no te atrevas a protestar, coño que para eso están los vecinos, para alegrarte o joderte la vida, como mis vecinitos del fondo, que ahora mismo están metiendo una sinfonía de Miriam Hernández a grito limpio…
¿Todavía duda que el barrio es el alma de la nación? Pudiera escribirse un tratado porque los cubanos somos así, diáfanos, jodedores, cumbancheros, sencillos, solidarios… y mucho más, tanto que no alcanzarían las cuartillas o páginas en blanco del Microsoft Word… y si te mudas encuentras lo mismo, porque desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí vivimos los mismos diáfanos, jodedores, cumbancheros, sencillos, solidarios y mucho más…
Por Boris L. García Cuartero
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