Puedo parecer recurrente. Estoy consciente de que cada palabra pensada y escrita estará inmediatamente acompañada de la crítica rápida y desmesurada; algunas serán inteligentes y respetuosas.
No quiero, ni pretendo atacar a alguien, al mismo tiempo debo confesar que nunca he intentado cambiar la forma de pensar ajena, si alguna vez sin quererlo lo he intentado, pido disculpas sinceras.
Mis palabras tienen una dirección y sentido, las cuales navegan hacia el auto entendimiento y la búsqueda de ayuda cooperativa y desinteresada. Sin pretender tener la verdad y ni modo de inteligencia relativa, me gustaría compartir con ustedes siempre ideas que nos hagan reflexionar a todos.
Yo tuve un amigo, al menos lo creía, lo del amigo, porque él si existió, existe y camina aun por esta autopista que es la vida. Mi colega o ex colega, fue un tipo que pensaba siempre diferente a mí y viceversa, respetábamos nuestras proyecciones y entre tantas charlas y discusiones temáticas, llegamos a la conclusión de que nuestra generación pertenecía a algo que llamamos en aquella época, la Generación del desencanto.
Esta Generación disfrutó de las bandas de música de la escuela, de las tablas gimnásticas, de los churros a cuarenta centavos en cualquier esquina de la ciudad; la merienda escolar, las paleticas de helados baratas y las tiendas de cupones coloreados que daban la posibilidad más o menos asequible de comprarse algún que otro producto ruso en el Boulevard.
Muchos de nosotros usamos pantalones de sacos de harinas y zapatillitas de suelas de cámara de tractor o zapaticos ortopédicos resueltos por algún amigo médico.
En el Periodo Especial los más acaudalados comían una harina de maíz hervida con azúcar y leche, los que apretados encontraban los bolsillos de sus padres, tenían que conformarse con lo que cayera para el acompañamiento del preparado.
Jugábamos a las bolas, a lo trompos y nos esforzábamos para tener una vez al año un buen papalote con el cual retar a los novatos que llegaban cada temporada de vientos a levantar sus cometas acabaditos de adquirir.
¿Juguetes? No me hagan reír.
El mejor juguete se encontraba con los socios del barrio, los agarraos, los juegos a las casitas pa meterle mano a las niñas de la vecindad, los yaquis de las muchachitas, la chapa y fugarnos en pandilla pa cualquier edificio en construcción junto con hacer antorchas y laticas encendidas los 28 de septiembre, era lo que le gustaba a la mayoría.
Crecimos y entre frases escolares y consignas revolucionarias a nadie se le ocurrió cuestionar lo que creía o no, de una sociedad que nos tocó, sin preguntarnos o proponérnosla.
Los años pasaron y esa misma Generación se reunió a descargar a bajo costo en una fiesta citadina y adolescente. Muchos de los que calzamos zapatos ortopédicos para combatir la escasez nos reuníamos con elitistas de Nike y camisitas de ocasión que engañaban a la pobreza y con una elegancia vestida habitaban aquel mundo, con menos necesidades que la mayoría de lo que disimuladamente disfrazábamos nuestra desnudez.
La Generación del desencanto, pretendió en aquella aldea que nos toco vivir, tener una bici todo-terreno, adornar nuestros pies callosos con unas buenas Adidas, y sin importar la fiesta o la descarguita, llevar unos pesitos heredados para alegrar la noche con una buena cerveza o lo que a la novia del momento le apeteciera.
A muchos no les llegó el recurso y la ilusión fusionada con los sueños quedó pendiente.
Mi amigo, del que escribí antes, no andaba con rodeos, y siendo elemento activo de nuestra Generación, se enfrentaba a lo que fuera necesario porque lo creía justo y era su palabra.
Su padre estaba fichado por la Seguridad del Estado, según él, por decir en su trabajo lo que pensaba y consideraba era un abuso de la Administración y del Estado. Yo le creía y escuchaba, porque, aunque decoraba su espacio sonoro con el censurado Pedro Luis Ferrer, su progenitor, compartía con una retorica culta, la idea que se auto-agenció y defendió.
Mi ex amigo, es admirable por su autodeterminación ideológica y espiritual, y aunque pensáramos muy diferentes me enseñó que la relatividad de las cosas es un concepto a valorar. Fue uno de los primeros de mi generación que emigró, y con él la amistad. Representó por muchos años y aun lo hace, ese criterio distante sobre una realidad que siempre hizo suya. Me decía que él no soportaba al Gobierno Cubano, porque no le brindaba lo que necesitaba para su comodidad física y emocional. Le escuchaba y respetaba con determinada valoración sus ideales, genuinos, personales, apedillados como hermanos, caminaban él y su discurso bien fundamentado. Era y es valiente, admirable y único.
Nuestra Generación, se fue, se está yendo, dispersando y mutando.
También me piré y busqué mis Adidas, Euros y una gorra de Los Yankees que siempre deseé. Y como miembro activo de esta Generación también me perdí lejos de casa, sin rumbo fijo y estacionalmente estable, orientando el sentir equidistante a un exilio, que una migración necesaria y personal me tocó.
La mayoría de mis coterráneos, conocidos desde tiempos memorables, nunca fueron disidentes ni opositores de nada, casi todos pertenecían a una familia acomodada y con pretensiones de sociedad de la baja e inculta burguesía cubana, de esas familias cienfuegueras que querían aparentar un estatus mayor al que en la soledad de sus alcobas respiraban. Salieron buscando sus Adidas y sus dólares necesarios, que la realidad cubana negaba por la escasez provocada o no.
Los cortos años en un patio extranjero aportaron a miembros de mi Generación las frases heredadas de un discurso reciclado y machacado. Sin construir autónomas expresiones, repiten consignas aprendidas en un exilio inventado como las mismas que en las escuelas de infancia exclamábamos por orientación ajena, figurando que integraban un sentimiento de Revolución que no se grita cuando debe sentirse.
Pero las cosas son así, es la moda y ella misma es un mecanismo de esclavitud; es la imposición mercantil y social de estilos de vidas, ideologías o falsas ideologías. Así decía Bob Marley: sigue a la moda y te convertirás en un esclavo.
Los pertenecientes a esta Generación que se fajaron siempre por la obligación a tener que asistir a las marchas patrióticas y pro revolucionarías, a los trabajos anti voluntarios, a la estupidez indefinida de una falsa invasión ideológica norteamericana y capitalista; los que no respaldaban el culto a la personalidad y combatían un falso y pseudocomunista concepto de revolucionario comprometido. Los que demandaban más elemento prácticos y menos retorica maquillada, también se fueron, porque la condición necesaria para emigrar: es quererlo.
La Generación fabricó la idea que más que política debe ser opositora su condición migrante. Nadie en el pequeño patiecito cubano, vistió la guerra antigubernamental, y su más miserable justificación a las cobardías intravenosas es alegar una supuesta represión, carcelaria y asesina.
Odio muscular inmóvil, destapadas emociones semipersonales con una mezcla de indiferencia cultural, alimentó en pocos meses la prole, aunque no en su totalidad.
No es cuestionable el derecho personal a defender o no, a compartir argumentos fundamentados lo que en verdad se quiere cambiar.
Es intolerante que la ignorancia sea el plato fuerte de emergentes luchadores pro libertad, bufones cotidianos del sentir nacional.
Lamentables espantapájaros y marionetas medulares, que sosteniendo la alegría por la desgracia ajena, creen que hacen una oposición digna.
Hace apenas unos día, producto de la muerte de Chávez, alguien que conozco muy bien, luego de alegrarse de la muerte de éste, me confesó que el cambio en Cuba depende de ese exilio al que pertenece. Muy valiente detrás de un teclado argumenta que él a sus diecisiete años ya discutía en su preuniversitario sobre el concepto de democracia en una dictadura como el mismo califica. ¿Qué contradicción? Me pregunté. ¿Si él discutió eso en un espacio público y estatal, no hay un divorcio entre lo que dice y lo que piensa?
Yo lo conozco bien. Nunca fue guapo, ni combatiente opositor en su Cubita linda natal. Pero ahora es un libertario virtual y enérgico defensor de lo que ‟no sé que hay que criticar”.
Y otro cuya vida no le alcanzó para conocer el Socialismo Ruso importado en Cuba, por la experimentación personal, pero que además no lo conoce por las letras ni por el estudio, hace referencias con un copy and paste, de conceptos milenarios sobre la democracia y la libertad de expresión.
Cuando lo conocí perdía sus días en parecer un Ricky Martin cubaniao, y en cosechar con ropita linda adquirida, una novia para el fin de semana. Pero el tiempo pasa y es necesario luchar, pensaría él; y la mejor forma es desde esa distancia que le da seguridad, adornar su poco espacio escrotal con unos timbales artificiales y comprados en mercadillo popular de baratijas importadas.
La Generación del desencanto tiene diversidad. Los que se fueron creen que son mayoría, no piensan que dentro hay un batallón mucho mayor que raspa la cotidianidad con audacia e ingenio. Hablan, cuestionan, y se transforman en una masa que lejos de denigrar, siente con propiedad el derecho a un cambio equivalente con las necesidades actuales de sus realidades.
Con los precios altos y la desintegración monetaria en los bolsillos cubanos, camina esa tropa que lejos de ser diezmada, come, reza y ama, sin más necesidad que apalear y resignarse a una Revolución por la que no luchó en el nacimiento de la misma.
Los dolores de parto de una nueva ERA apresuran contradicciones sociales y políticas, e intentar leer en un libro viejo y obsoleto las nuevas teorías de la conspiración parece un chiste de mal gusto.
Hay que resaltar que esta Generación cuenta con un sector que navega en la idiotez ilimitada. Y contra la idiotez es difícil luchar, porque es testaruda, perenne, incurable, contagiosa, osada e infinita.
Mal calculando las virtuales intenciones, diferenciales oposiciones chovinistas y disparatadas, considero que nuestra desencantada Generación encontrará en un tiempo medido, la derrota de una guerra sin hacer, que recordando a Martin Luther King con su magnánima frase, esas ilustrísimas se toparan con que, nada en el Mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda.
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