¿Quién no escuchó en el Macizo Guamuhaya
hablar del Gallego Otero, de sus hazañas en las milicias, de sus misiones
cumplidas, de su incondicionalidad con Cuba?... ¿Quién no ha peguntado por esos
rincones cómo se llega a su Finca en busca de algún remedio, aunque ya él no
esté allí?
Enrique Otero murió hace un año, el Gallego
rey de las plantas medicinales, el hombre honrado y ser humano especial. Su
sepelio fue precisamente en su jeep ruso de dos puertas, el mismo que lo condujo en todas las peleas contra los
demonios, donde hizo el último viaje. Esas montañas mil veces por él desandadas
aún están de duelo. ¡Mira que luchó contra la muerte!, pero no hubo remedio.
Fue un hombre que nos sorprendía a todos
con su andar pausado guataca en manos y con su típica forma de hablar. Apenas tuvo
tiempo para aprender bien el abecedario, sin embargo, como Osaín, del monte
conocía todos sus secretos.
Por suerte sus hijos continúan su legado,
Chuchi se dedica al cultivo de las plantas y Tania a dar las consultas, que antes
hacía su padre, a cuanto enfermo llega a la Finca buscando un remedio para su mal. Así que no
murió en serio, fue solo una mala pasada que nos juega la vida. El Gallego Otero debe estar riéndose y seguro haciendo un gesto despectivo sintiéndose
incómodo con tantos elogios, porque los seres humildes y sencillos como él, no
están para tantas distinciones.
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