Tendría yo que decirle: hola, negro, qué gusto verte de nuevo. Verte digo, y digo mal, pues te he visto cada día pasar bajo mi balcón, con esa cara de zorro. No te puedo oler desde lejos, pero da igual. Decía que qué gusto verte y hablarte, sin pensar en la piel, en los gestos aburridos de templar, en lo que una vez resuelto ya no importa. Me puedo hacer la sueca: aquí no ha pasado nada, tú no me has lamido,no me has toqueteado con gusto, no me paseas un dedo sobre las nalgas, y yo, tan tranquila.
Entonces le daría el beso de rigor, el muamuá sórdido que apaña los malos modales; la desesperación de que no esté debajo de mí, detrás de mí, dentro de mí.
Le diría: bueno, vamos a conversar un momentico; sí, te puedes sentar en el piso, con o sin botella, que el alcohol no va a cambiar la excitación, ya lo sabemos. Te cuento que llevo cinco o cien días aburrida, no marco tu teléfono, no me halo los pelos, no me sobo pensando en ti, ni siquiera me levanto de la cama. La cama apesta a sudor, y a sangre. Qué lastima que no huela a semen; olería si me hubieras hablado de cosas sucias con palabras escogidas, y yo, que soy buena perla, me hubiera dejado templar con cara de circunstancia, para que no parezca que me muero por ti, mi negro, porque eso de morirse por alguien es muy cursi, aunque sea literal, en estos tiempos.
En la escuela siempre nos dicen que nada de semen: hay que conversar de las relaciones seguras y/o protegidas; a mí que me dan alergia los condones chinos, y se me pone la vagina que parece una piedra.
Le susurraría: qué gusto verte, ahora sí, pegadito a mí, ojalá te pudiera decir cómo me siento, cuáles bichos me recorren, quién me va a tocar un pezón, quién va a poner los dedos sobre mí. Aprovecha y cuéntame por qué no me enamoraste con calma, por qué tuviste nada más que mirarme con esa cara de zorro, de templar sin cortejo.
Qué cosa, a los hombres les gusta ser ásperos, estar ausentes de toda la mahomía pertinente: horas de parque, trova en el oído, manos que sudan, palabras toscas, miedo; sobre todo miedo a que salga mal, a equivocarse en las intenciones, a ser malísimo en la cama, a que una salga rebencúa, o fácil, que para joder cualquier extremo es malo.
Mírame bien, pásame un rebenque, negro, que ni muerta debo yo ser dócil, trata de meterme en cintura ahora que me tienes a tu alcance, o mejor no, pásame la mano, suavecito, ponme la punta de los dedos en un hombro y déjalos que se vayan solos a pasear por mi piel. Sin asco, por favor, ni caritas, pues bien que me miras cuando crees que yo estoy en Babia.
Tendría que decirle: me acuerdo de tu dedo en mi panza, del susto ahí mismo.
La sensación fue tan leve que no pude convertirla en temblor, ni en placer.
Me acuerdo de tu mano en mi mano, también leve, de oírte decir que te excitan las mujeres con pelos en los sobacos, me acuerdo, cómo no, de los equívocos. Pero ahora no pienses en eso, nada más mírame, y tócame bien suave que me lo merezco, no me afeité a ver si te embullas y me tiemplas, y la cama se llena de semen. Cuando venga la policía —seguro ya soy cadáver de blanquita engreída— todo estará como debe estar, y tu pasarás debajo de mi balcón y no mirarás; no me va a importar, porque ya me diste lo que yo quería.
Pero nada de esto le podré decir, hoy, cuando venga a visitarme, porque voy a haberme muerto.
Qué asco. Cómo pude ser tan ingenuo, carajo, y pensar que se iba a calmar. Estúpida. Muchacha estúpida. Yo no quería venir hoy, ni nunca; llevo meses huyéndole. Se creen que porque son blancas ya uno tiene que andar detrás meneando el rabo. Engreída de mierda. Si llega alguien seguro me echan la culpa. Mira que venir a cortarse las venas, tan fina, tan niña. Virgencita, ayúdame, que no quiero desmayarme ahora mismo. No sé si llamar a un médico o a la policía. Carajo.
Llevo meses huyéndole y hoy me dejé cazar. Esta cabrona lo hizo para joderme… “Oiga, ¿servicio de urgencias?”… Qué finos, mira que decirle servicio de urgencias a que manden una ambulancia cuando aparezca el chofer que seguro está tomando café, o durmiendo siesta… “oiga, oiga, sí, se oye mal el teléfono, parece, mire, hay una muchacha que se cortó las venas, ¡cómo que la lleve para el policlínico!, yo no soy médico, la tienen que venir a buscar que se me muere aquí, carajo; yo ni la conozco casi, ah, sí, le digo la dirección”…
Ay, Virgencita, con lo linda que está la imbécil esta podías habérmela puesto en la mano, no en una cama llena de sangre, con las piernas abiertas. ¿Se estaría masturbando o pensaría que yo me la iba a templar? Qué imaginación, Dios mío. Déjame no decir Dios por gusto, que me va a castigar. Con esa cara de santa, todos los días la veo, la veía, pues seguro se muere de esta. Tiene, ay, carajo, tenía la barriga lisa. Un día la toqué sin querer al pasar y casi me muero. Seguro lo notó, porque se viró con cara de loca y se pasó los dedos por la barriga. Como se demora la maldita ambulancia. Ahí en la cama, qué bella se ve, y eso que casi me desmayo, Dios mío, ay, perdóname, Señor, que por poco no veo la sangre y le paso yo los dedos por la barriga. Mantén lejos de mí estos pensamientos, que me voy de cabeza al infierno. Me estaba engatusando para que viniera a verla desde hacía tiempo. Dios mío, con esta puerta abierta no sé cómo cualquiera no entró y se topó el fenómeno. Si hubiera tenido cámara la hubiera fotografiado, así, desnuda, tinta en sangre, con sus tetas grandes, y su cara de orgasmo. Cómo puede tener cara de orgasmo, carajo, después de cortarse las venas. Cualquiera sabe qué tiene la niña en la cabeza, por dónde le viene el morbo. Si sale viva le voy a tener que hacer un diez, porque, vaya, qué fuerte verla en cueros, tinta en su salsa, con esos brazos y piernas tan blancos, espagueti puro. Carajo, qué cosas se me ocurren, pero sí, esa es la idea: lamerla de pies a cabeza. Qué lástima las muñecas; seguro las cicatrices le quedan feas, pero bueno, eso se resuelve amarrándola a la cama, o a cualquier parte, o si le pongo unos pañuelos: se va a ver exótica. Virgen de la Caridad, tú que sabes, intercede por mí ante Dios nuestro Señor, cómo pueden venirme estas ideas. Virgencita, tú que sabes, métela diez varas bajo tierra, aunque suene malvado, porque si se salva voy a pasar por aquí todos los días y voy a mirar su balcón; de seguro no tienes que esforzarte, porque con lo que se demora la maldita ambulancia… Y me voy a morir de ganas de templármela, ella no se lo merece, cómo no me habló de frente, le hubiera dicho que no me interesaba, en buena forma, y sanseacabó, pero ahora qué le digo. Qué barriga tan hermosa, me dan ganas de morirme encima, de venirme encima, de bañarla, de repasarla con el dedo, con lo viejo que yo estoy para una muchacha, Virgencita, si es una preescolar, como dirían los socios. Tiene que tener un zapato en la cabeza, una tuerca floja, que yo soy un negro retinto y no tengo nada que ver con ella: no puede ser que se haya encasquillado de esa forma, sin hablarme, sin conocerme apenas. Si la madre se entera de mi existencia seguro la mata; a lo mejor no tiene madre, la pobre, porque… Dios mío, vacíame los sesos de malos pensamientos, mándame algo limpio, blanco; no, blanco no, que parecerá la sábana de la niña esta, y entonces me acuerdo de la sangre, y de los pies tan suaves. Qué lindos, me queda en la mano la piel marcada, no sé si esas son las palabras. Gracioso me veré yo contándoles a mis socios del barrio acerca de los pies de una tipa muerta.
Una tipa no, una niña, parece una bebita, una mocosa. Señor, ayúdame; Virgencita, socórreme; Señor, sálvala; Virgencita, guárdamela… “Enfermero, sí, es esta casa, corra, corra que se está desangrando. No sé qué edad tiene. Se llama Violeta, ah, no, el apellido no me lo sé, pero estudia en un instituto de algo, tampoco sé. Sí, yo me voy con ella hasta que aparezca la madre o cualquier pariente, no se preocupe. Eduardo Sosa, para servirle.” Me cago en la mierda, ¡qué preguntadera!; lo que me pasa a mí no le pasa a nadie.
Los hospitales de noche son del carajo, nadie se los imagina —nadie sabe cómo es la cabina del piloto en el avión, o la mente del psiquiatra mientras escucha al del diván—. El hospital, cuando estoy de guardia, es un hormiguero de cosas que no se ven y de gente concentrada en aquello que no debe. A veces no pasa nada, o vienen enfermos que a uno lo aburren, o hay un accidente y entonces no se puede ni respirar. Ahí viene alguien a joderme la noche: la máquina trae las luces encendidas, la sirena, y tremendo aparataje… Vamos a ver qué sale cuando abran la puerta... Entre ese negro fuerte y un camillero están bajando a una muchacha blanca, lívida, con la ropa tinta en sangre, y los ojos cerrados. ¡Carajo, la blanquita esta me jodió la noche! Déjame pararme: se jodió el horario de la novela, se jodió, mira que esta blanquita venir a cortarse las venas ahora, y sabe Dios por qué.
Qué es este nuevo camino, por qué las paredes dan vueltas. De dónde salen las luces…, me falta el aire. Está ahí, mira a mi negro ahí, con el cuerpo sudado y desnudo, lo puedo tocar, no sé qué me pasa, ya no lo veo… Por qué gritan, qué es lo que no funciona… No me puedo mover, están gritando muy fuerte. Me están apretando el pecho, nadie me oye… Mami, ven, reza conmigo, ay, si yo no sé rezar. Sálvenme, a quién le pido que me salve. Mami, no te veo, hay mucha luz, todo es luz.
Ella quiere decir algo. Mueve los labios y a nadie le importa. Para mí que está rezando. La gente reza cuando la soga le aprieta, a ver si afloja, qué absurdo, por eso yo no rezo. Esta se quedó con la soga, seguro. Ahí la están reanimando, y afuera está ese negro. Él tiene cara de llanto, pero a mí sí que no me toca darle la noticia: la blanquita no va a salir. Yo creo que tiene miedo y sabe… ¿De dónde habrá sacado esa muchacha al negro? Uno se topa cada fenómeno… Por eso, yo ni pregunto. Me da pena con ella, que no va a salir, pero me estoy yendo a ver la novela ya mismo. Allá los que quieran seguir con la reanimación. Ni siquiera le han dado un punto en la muñeca; el techo del salón es lo más parecido al cielo que va a volver a tener frente a los ojos, vamos a ver si le alcanzan las fuerzas para morirse en paz. Todo el mundo quiere morirse en paz. Yo creo que Dios abandona a los que se suicidan; pero, de todos modos, Señor, acompáñala, para que se vaya rápido y sin angustia, porque esta blanquita no vuelve más.
Entonces le daría el beso de rigor, el muamuá sórdido que apaña los malos modales; la desesperación de que no esté debajo de mí, detrás de mí, dentro de mí.
Le diría: bueno, vamos a conversar un momentico; sí, te puedes sentar en el piso, con o sin botella, que el alcohol no va a cambiar la excitación, ya lo sabemos. Te cuento que llevo cinco o cien días aburrida, no marco tu teléfono, no me halo los pelos, no me sobo pensando en ti, ni siquiera me levanto de la cama. La cama apesta a sudor, y a sangre. Qué lastima que no huela a semen; olería si me hubieras hablado de cosas sucias con palabras escogidas, y yo, que soy buena perla, me hubiera dejado templar con cara de circunstancia, para que no parezca que me muero por ti, mi negro, porque eso de morirse por alguien es muy cursi, aunque sea literal, en estos tiempos.
En la escuela siempre nos dicen que nada de semen: hay que conversar de las relaciones seguras y/o protegidas; a mí que me dan alergia los condones chinos, y se me pone la vagina que parece una piedra.
Le susurraría: qué gusto verte, ahora sí, pegadito a mí, ojalá te pudiera decir cómo me siento, cuáles bichos me recorren, quién me va a tocar un pezón, quién va a poner los dedos sobre mí. Aprovecha y cuéntame por qué no me enamoraste con calma, por qué tuviste nada más que mirarme con esa cara de zorro, de templar sin cortejo.
Qué cosa, a los hombres les gusta ser ásperos, estar ausentes de toda la mahomía pertinente: horas de parque, trova en el oído, manos que sudan, palabras toscas, miedo; sobre todo miedo a que salga mal, a equivocarse en las intenciones, a ser malísimo en la cama, a que una salga rebencúa, o fácil, que para joder cualquier extremo es malo.
Mírame bien, pásame un rebenque, negro, que ni muerta debo yo ser dócil, trata de meterme en cintura ahora que me tienes a tu alcance, o mejor no, pásame la mano, suavecito, ponme la punta de los dedos en un hombro y déjalos que se vayan solos a pasear por mi piel. Sin asco, por favor, ni caritas, pues bien que me miras cuando crees que yo estoy en Babia.
Tendría que decirle: me acuerdo de tu dedo en mi panza, del susto ahí mismo.
La sensación fue tan leve que no pude convertirla en temblor, ni en placer.
Me acuerdo de tu mano en mi mano, también leve, de oírte decir que te excitan las mujeres con pelos en los sobacos, me acuerdo, cómo no, de los equívocos. Pero ahora no pienses en eso, nada más mírame, y tócame bien suave que me lo merezco, no me afeité a ver si te embullas y me tiemplas, y la cama se llena de semen. Cuando venga la policía —seguro ya soy cadáver de blanquita engreída— todo estará como debe estar, y tu pasarás debajo de mi balcón y no mirarás; no me va a importar, porque ya me diste lo que yo quería.
Pero nada de esto le podré decir, hoy, cuando venga a visitarme, porque voy a haberme muerto.
Qué asco. Cómo pude ser tan ingenuo, carajo, y pensar que se iba a calmar. Estúpida. Muchacha estúpida. Yo no quería venir hoy, ni nunca; llevo meses huyéndole. Se creen que porque son blancas ya uno tiene que andar detrás meneando el rabo. Engreída de mierda. Si llega alguien seguro me echan la culpa. Mira que venir a cortarse las venas, tan fina, tan niña. Virgencita, ayúdame, que no quiero desmayarme ahora mismo. No sé si llamar a un médico o a la policía. Carajo.
Llevo meses huyéndole y hoy me dejé cazar. Esta cabrona lo hizo para joderme… “Oiga, ¿servicio de urgencias?”… Qué finos, mira que decirle servicio de urgencias a que manden una ambulancia cuando aparezca el chofer que seguro está tomando café, o durmiendo siesta… “oiga, oiga, sí, se oye mal el teléfono, parece, mire, hay una muchacha que se cortó las venas, ¡cómo que la lleve para el policlínico!, yo no soy médico, la tienen que venir a buscar que se me muere aquí, carajo; yo ni la conozco casi, ah, sí, le digo la dirección”…
Ay, Virgencita, con lo linda que está la imbécil esta podías habérmela puesto en la mano, no en una cama llena de sangre, con las piernas abiertas. ¿Se estaría masturbando o pensaría que yo me la iba a templar? Qué imaginación, Dios mío. Déjame no decir Dios por gusto, que me va a castigar. Con esa cara de santa, todos los días la veo, la veía, pues seguro se muere de esta. Tiene, ay, carajo, tenía la barriga lisa. Un día la toqué sin querer al pasar y casi me muero. Seguro lo notó, porque se viró con cara de loca y se pasó los dedos por la barriga. Como se demora la maldita ambulancia. Ahí en la cama, qué bella se ve, y eso que casi me desmayo, Dios mío, ay, perdóname, Señor, que por poco no veo la sangre y le paso yo los dedos por la barriga. Mantén lejos de mí estos pensamientos, que me voy de cabeza al infierno. Me estaba engatusando para que viniera a verla desde hacía tiempo. Dios mío, con esta puerta abierta no sé cómo cualquiera no entró y se topó el fenómeno. Si hubiera tenido cámara la hubiera fotografiado, así, desnuda, tinta en sangre, con sus tetas grandes, y su cara de orgasmo. Cómo puede tener cara de orgasmo, carajo, después de cortarse las venas. Cualquiera sabe qué tiene la niña en la cabeza, por dónde le viene el morbo. Si sale viva le voy a tener que hacer un diez, porque, vaya, qué fuerte verla en cueros, tinta en su salsa, con esos brazos y piernas tan blancos, espagueti puro. Carajo, qué cosas se me ocurren, pero sí, esa es la idea: lamerla de pies a cabeza. Qué lástima las muñecas; seguro las cicatrices le quedan feas, pero bueno, eso se resuelve amarrándola a la cama, o a cualquier parte, o si le pongo unos pañuelos: se va a ver exótica. Virgen de la Caridad, tú que sabes, intercede por mí ante Dios nuestro Señor, cómo pueden venirme estas ideas. Virgencita, tú que sabes, métela diez varas bajo tierra, aunque suene malvado, porque si se salva voy a pasar por aquí todos los días y voy a mirar su balcón; de seguro no tienes que esforzarte, porque con lo que se demora la maldita ambulancia… Y me voy a morir de ganas de templármela, ella no se lo merece, cómo no me habló de frente, le hubiera dicho que no me interesaba, en buena forma, y sanseacabó, pero ahora qué le digo. Qué barriga tan hermosa, me dan ganas de morirme encima, de venirme encima, de bañarla, de repasarla con el dedo, con lo viejo que yo estoy para una muchacha, Virgencita, si es una preescolar, como dirían los socios. Tiene que tener un zapato en la cabeza, una tuerca floja, que yo soy un negro retinto y no tengo nada que ver con ella: no puede ser que se haya encasquillado de esa forma, sin hablarme, sin conocerme apenas. Si la madre se entera de mi existencia seguro la mata; a lo mejor no tiene madre, la pobre, porque… Dios mío, vacíame los sesos de malos pensamientos, mándame algo limpio, blanco; no, blanco no, que parecerá la sábana de la niña esta, y entonces me acuerdo de la sangre, y de los pies tan suaves. Qué lindos, me queda en la mano la piel marcada, no sé si esas son las palabras. Gracioso me veré yo contándoles a mis socios del barrio acerca de los pies de una tipa muerta.
Una tipa no, una niña, parece una bebita, una mocosa. Señor, ayúdame; Virgencita, socórreme; Señor, sálvala; Virgencita, guárdamela… “Enfermero, sí, es esta casa, corra, corra que se está desangrando. No sé qué edad tiene. Se llama Violeta, ah, no, el apellido no me lo sé, pero estudia en un instituto de algo, tampoco sé. Sí, yo me voy con ella hasta que aparezca la madre o cualquier pariente, no se preocupe. Eduardo Sosa, para servirle.” Me cago en la mierda, ¡qué preguntadera!; lo que me pasa a mí no le pasa a nadie.
Los hospitales de noche son del carajo, nadie se los imagina —nadie sabe cómo es la cabina del piloto en el avión, o la mente del psiquiatra mientras escucha al del diván—. El hospital, cuando estoy de guardia, es un hormiguero de cosas que no se ven y de gente concentrada en aquello que no debe. A veces no pasa nada, o vienen enfermos que a uno lo aburren, o hay un accidente y entonces no se puede ni respirar. Ahí viene alguien a joderme la noche: la máquina trae las luces encendidas, la sirena, y tremendo aparataje… Vamos a ver qué sale cuando abran la puerta... Entre ese negro fuerte y un camillero están bajando a una muchacha blanca, lívida, con la ropa tinta en sangre, y los ojos cerrados. ¡Carajo, la blanquita esta me jodió la noche! Déjame pararme: se jodió el horario de la novela, se jodió, mira que esta blanquita venir a cortarse las venas ahora, y sabe Dios por qué.
Qué es este nuevo camino, por qué las paredes dan vueltas. De dónde salen las luces…, me falta el aire. Está ahí, mira a mi negro ahí, con el cuerpo sudado y desnudo, lo puedo tocar, no sé qué me pasa, ya no lo veo… Por qué gritan, qué es lo que no funciona… No me puedo mover, están gritando muy fuerte. Me están apretando el pecho, nadie me oye… Mami, ven, reza conmigo, ay, si yo no sé rezar. Sálvenme, a quién le pido que me salve. Mami, no te veo, hay mucha luz, todo es luz.
Ella quiere decir algo. Mueve los labios y a nadie le importa. Para mí que está rezando. La gente reza cuando la soga le aprieta, a ver si afloja, qué absurdo, por eso yo no rezo. Esta se quedó con la soga, seguro. Ahí la están reanimando, y afuera está ese negro. Él tiene cara de llanto, pero a mí sí que no me toca darle la noticia: la blanquita no va a salir. Yo creo que tiene miedo y sabe… ¿De dónde habrá sacado esa muchacha al negro? Uno se topa cada fenómeno… Por eso, yo ni pregunto. Me da pena con ella, que no va a salir, pero me estoy yendo a ver la novela ya mismo. Allá los que quieran seguir con la reanimación. Ni siquiera le han dado un punto en la muñeca; el techo del salón es lo más parecido al cielo que va a volver a tener frente a los ojos, vamos a ver si le alcanzan las fuerzas para morirse en paz. Todo el mundo quiere morirse en paz. Yo creo que Dios abandona a los que se suicidan; pero, de todos modos, Señor, acompáñala, para que se vaya rápido y sin angustia, porque esta blanquita no vuelve más.
Olga Romero Mestas
Del libro Ana en sombras, Editorial Acana, Camaguey(2009)
Olga María Romero Mestas nació en Camaguey en 1972, editora y escritora, Licenciada en Periodismo. Máster en Cultura Latinoamericana. Trabajó en la Editorial Acana de Camaguey. Artículos suyos han sido publicados en la Revista Antenas, y en compilaciones de relatos breves de la Editorial Cajachina, del Centro Onelio Jorge Cardoso. Con la novela infantojuvenil "Pajaritos,
escabeche" obtuvo el Premio de la Ciudad, Camaguey, 2012. Sus obras
fotográficas e instalaciones han sido expuestas en diversas galerías
cubanas.
Nota del Administrador del Grupo: Agradecemos a la autora del texto su gentil colaboración.
Nota del Administrador del Grupo: Agradecemos a la autora del texto su gentil colaboración.
TEXTO ESQUISITO... SEGURAMENTE "RARO" PARA ALGUNOS. DECIDIDAMENTE cienfuegoshoy.com PRONTO SERA REFERENCIA OBLIGADA ... GRACIAS A LA CHICA, Y Q PORFA, SIGA COLABORANDO CON UDS. YA SON 3 MUJERES, Y UDS 5 HOMBRES. WOMEN FOR THE POWER
ResponderEliminarEvidentemente no todos podran entender el texto, pero de que mola mola....
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