martes, 30 de abril de 2013

Un espía en la sala.


por Roberto A. Lamelo Piñón.

En la mesa tres cervezas bucanero han sido puestas como leit motiv para iniciar la conversación. Un cenicero de cristal con cuatro pequeños asesinos de pulmón dejados por El Boricua en la sala la noche anterior, da cierto aroma irresistible al local . A ninguno de los presentes parece molestarle.
El gran misterio de quienes visitan su casa es ese búcaro, de cristal también, que contiene siete flores plásticas rojas, bien limpias, que parecen casi cortadas en el día, naturales, pero no lo son. No hay tal misterio. Ni en el número ni en las flores. 

El Boricua emplea diez minutos cada mañana en darles brillo desde que las trajo de la URSS cuando la época de la Guerra Fría. Es un ejercicio que ha venido haciendo por 23 años para darle a la sala de su casa un toque de frescura tropical pero con flores plásticas rusas.No importa el aroma de los cabos de cigarro.

<<Es como un hobby compadre,…mientras lo hago pienso en lo que haré durante el día.>>
Luis me había comentado sobre su viaje a Cuba y la reunión en casa del Boricua. Debí advertirle. Fue un error no hacerlo. Una reunión en la que fueron puestas muchas esperanzas, a la cual quizás fue alguien, con la intención de escuchar, otro tal vez fue solo con las ganas de tomar cerveza gratis que trajo el emigrado, pero Luis, Luis tenía otras perspectivas  y yo, tonto, pensé que sólo asistirían los que tenían que ir.

Existen par de cosas que me molestan de Luis. Una es, su ingenuidad. Otra, que me considera a veces un parlanchín; pero he deambulado casi que por toda Cuba, y donde más asenté raices, fue en una Torre de Babel, situada en F y 3ra, en pleno Vedado – Havana City para el que no entienda- en la cual vivian personas de toda Cuba y que se relacionaban con el otro resto de Cuba que vivía dispersado por otras “torres” similares. Así que puedo jactarme de conocer de todo(s) un poquito y a veces, cuando hablo, cuando opino, cuando digo que, quienes me conocen saben que puede ser que sí, que no esté mintiendo.

Recuerdo ahora perfectamente cuando Luis me contó, entusiasmado, sobre su “gran compra”. Debo aclarar que no “compró” nada, si consideramos el acto como la firma de una parte y de una contraparte, mediante la cual la primera recaba el ejercicio de la segunda y esta a su vez, percibe un salario por ello. No. Todo fue más sencillo. Se necesitaba empeño. Deseos. Voluntad. Se necesitaba creer. Y tal vez La Fiera creyó, se expresó como y cuanto quiso, salió de aquel 3er piso convencida que sí, que se podía, que los negros no son tan brutos como a veces los pintan. Y en su mente se dibujó todo un amasijo de proyectos infinitos y perdurables, repletos de elogios y premios en metálico – o no – pero imprescindibles en su afán de crecer. Solo que, ella, sin saberlo, había llevado a Satanás consigo.  A quien no la dejaría levantarse un centímetro más del suelo.

Luis me dijo que yo era un pájaro de mal aguero. Se rió en mi cara. Me dijo que yo veía fantasmas donde quiera. Yo le aseguré que los fantasmas los veía otro. U otros, y que si no, se los inventaban. Luis ha vivido menos que yo. Quizás un par de años menos y los vivió casi todos del lado de una mentira inventada, que solo él y otros como él creian que era cierta. Yo me acostumbré a vivir en la cuerda floja. A creer en lo que veía aunque por el TV y la prensa dijeran otra cosa. Asistí a fiestas de hijos de mamá y papá. Fui testigo de la demagogia de algunos pejes gordos u otros familiares de pejes gordos. Y tuve amigos entrañables de la infancia que hoy son “comecandela” a los que acudo, a veces, solo para protegerme las espaldas.

Ayer Luis me llamó contrariado. Me acusó de haberle echado mal de ojo a su proyecto. Yo solo le recalqué que aquel invitado especial que no se sentó junto a la mesa, que se quedó en la retaguardia y que fingía leer un periódico, no era más que otro matahari, de esos que parece que sí pero no, o que parecen que no pero sí. De esos que se montan en la tabla y enderezan la vela para donde sople el viento. De esos que son como corchos. De esos que rien disfrazados. De esos que no deberían ni existir en esta vida.

Siento una gran pena por Luis y por La Fiera… y ojalá esté equivocado. Ojalá esa prenda decida brillar con luz propia un día y colabore con él en su proyecto. Ojalá y crea en que sí se puede creer, en que algo diferente es posible. Reconozco que le será difícil. Aparte del miedo, aparte del desdén porque la idea nació de quien no tiene salvoconducto de Bachiller, está el chantaje y yo conozoco ese Satanás que comparte la cama todas las noches con ella el cual estoy seguro no pierde minutos para decirle que se ande con pies de plomo.

Es una lástima. No siempre encaminamos nuestra vida al lado de la persona corrrecta y yo, no se como decírselo a ella.

(Mis felicitaciones por este escrito, genial. No siempre somos tan ingenuos como aparentamos):  Liber. 

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