La primera película chilena nominada al Oscar al mejor filme extranjero está protagonizada por el mexicano Gael García Bernal y describe con maestría la forma épica en la que se instrumentó la campaña propagandística que en 1988 –en plena dictadura y por presiones internacionales- le permitió elegir al pueblo trasandino entre decirle Sí o No a la continuidad de Pinochet en su mandato.
Antes de la proyección, Lombardi celebró los 15 años ininterrumpidos del Bafici y dijo que “parece mentira, un sueño, pero hay algo muy atractivo en la cultura porteña que permite reinventarse y darle continuidad a este festival”.
“El Bafici son sus películas, sin ellas no existiría. Pero está también esta posibilidad de manejar continuidad y cambio, tener distintas miradas manteniendo firme la misma filosofía original que le dio origen hace 15 años”, añadió el funcionario, al que luego siguieron Panozzo y los cineastas Pablo Trapero y Pablo Larraín.
El director chileno consideró “el Bafici es un festival muy importante como cultura fílmica en Chile, un referente de que se puede hacer un cine privado e íntimo, pero que también puede ser exportado al mundo entero”.
El caso de Trapero es especial, ya que ganó con “Mundo grúa” el premio a la mejor película de la primera edición del Bafici en 1998, y en esta nueva edición fue convocado para filmar los tres cortometrajes institucionales del certamen y para volver a presentar –en copia restaurada- su opera prima en una retrospectiva de filmes argentinos.
“El Bafici es un lugar de encuentro al que siempre está bueno volver”, expresó el director de “Elefante blanco” y “Carancho”, y añadió que “es muy lindo volver a proyectar ‘Mundo grúa’ en copia nueva 15 años después. Me pone muy contento que sea un signo de que el festival se renueve y siga adelante”.
Luego de los discursos y previo a la proyección de “No” fueron exhibidos los tres cortos realizados por Trapero (“un estado de ánimo cada uno de ellos”, según él mismo los definió), que llevan el título “Cielo”, “Mar” y “Tierra”, y que muestran una faceta documental no demasiado conocida del realizador.
El primero de ellos, quizás el más emotivo y conmovedor, contiene imágenes de 1991 de la grabación del detrás de escena del rodaje de “Gatica, el Mono”, donde se ve a un Leonardo Favio exultante en el Luna Park, mientras le da indicaciones por megáfono a Edgardo Nieva en la filmación de una de las escenas más fuertes de la película.
La película de Larraín, por su parte, sigue los pasos de René Saavedra, publicista hijo de exiliados que regresa a Chile a trabajar en una agencia de comerciales y en 1988 es convocado por el jefe de campaña de la Concertación para que tome las riendas de la comunicación política en favor del No, en el plebiscito que abrió las puertas a la vuelta del a democracia en Chile.
Grabada enteramente en U-matic (un viejo formato de video muy usado en la televisión en aquellos años), la película de Larraín recobra algunas de las grabaciones originales de la campaña de aquella época y las inserta –en una bella forma de mezclar presente y pasado- dentro de las imágenes creadas por el protagonista para promocionar el No.
Además de soportar las amenazas, las delaciones y las mentiras del gobierno y el jefe de la campaña por el Sí, Saavedra debe superar los problemas internos dentro de la Concertación (“una bolsa de gatos” de 17 partidos de centro e izquierda) que no tenían fe en su triunfo porque creían que el resultado del plebiscito ya estaba arreglado de antemano y sería un acto que legitimaría a Pinochet.
En ese sentido, el filme muestra cómo la campaña del No obtuvo finalmente el triunfo a partir de los riesgos tomados por el publicista, que introdujo elementos del marketing a la campaña y, en lugar de insistir con los crímenes cometidos por la dictadura, se centró en mensajes pro positivos, jingles y slogans como “Chile, la alegría ya viene”.
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