Tengo un corazón que se me pierde en la bruma. Un corazón que ni siquiera me pertenece. Un corazón grande, lleno de idilios y recuerdos. Cierta gota de nostalgia y culpa. Un llanto empedernido. Un no volver jamás. Un te quiero en la distancia. Tengo también esa risa que no es mía, que no fue dedicada a mi pero de la cual me he apropiado. Me hace creer en la bondad humana. En lo infinito y lo imposible, en la ternura y la desesperanza por encontrar su antagónico. No se como describirlo. No puedo. Me confunde y me desarma. Me rie y se alisa el pelo a un lado. Cruza la pierna. Me habla con naturalidad de niña, con el brillo de una estrella y con maneras propias de princesa high end. He empezado. Terminaré?
También siento culpas. Te lo he comentado. A veces quiero dibujar una escena, dos cuerpos frente a frente. Uno esperando ciertas palabras. El otro buscando el modo y el momento apropiados para decirlas. Se recrudece la espera. Las copas de vino adelgazan la botella que está sobre la mesa. Tus labios se tiñen y se mojan. Los mios también. Nuestro sentido se agudiza (debe existir un error en esto que he dicho) inventamos excusas, risas... mi mano se tiende infausta para alcanzar la tuya. No existe el por debajo de la mesa, es muy pronto. Tal vez algún día pueda decirte que lo intentaba con el pensamiento, que quería y no pude. Tú dirás <<o.k no ha problema en eso>>, mientras lamentas el miedo y la prudencia de esta persona que, sin conocerte, ya te había conocido.
" Como si llegaran a buen puerto mis ansias, como si hubiera donde hacerse fuerte, (...)"
Recuperarme o envejecer, reinventarme más joven o adecuarte a mis exigencias denota un esfuerzo sobrehumano. Triste por ser imposible de cumplir. Y si quisieras? Si decidieras adecuar tu tiempo al mío, organizar mis últimos conciertos a una felicidad temporal pero verdadera?
Quedaré en el camino. Alguien más joven podrá descifrar esos acertijos de tu boca. Podrá calzar y apuntalar tus libros de lectura psicodélica. Tus ciencias. Tu reloj. Alguien vendrá pronto, lo sé, a decirte soy yo y tú eres. Una vez más sentiré el escarnio por el año de nacimiento, por estar lejos, por no verte o no tocarte. Por no cumplir tus expectativas surrealistas. Lo siento. He aprendido a calzar las botas de la realidad. A no pensar en un más allá, más allá de lo posible, de lo que me es permitido y manejable. Creible. Innombrable.
Eres como un texto de Faulkner. Como una prosa de Lorca. Quiero juzgarte, desmembrarte, colocarte, definirte literariamente. Eres como la Wolf, la Bronté. Eres como la Allende y eres más que toda esa tinta y papel juntos. Cuadernos sin borradores. Espacios. Blancos. Rojo púrpura. Eres como ese beso cuando te despides, cuando no reclamas que me quede un rato más. Yo, loco, miro a un costado. No te hallo sin perderte. Sujetándote para que no te vayas, mientras tú, sutil, finges permanencias, citas rotas o pospuestas, deseos de estar por siempre con una risa de oreja a oreja hasta mañana.
Eres ese cuerpo que alguna vez tuve ante mi y no supe como comenzar a explorarlo y bendecirlo. Como esa droga que sabía estaba en el fondo de mi vaso de agua y no me importó bebérmela hasta el último sorbo. La sed me quemaba. Quería ver si desde allá podía cuidar tu vida para siempre, despejarte los caminos, confiar en ti, y en mi retrato en la repisa de la cocina y aquel búcaro de flores rojas y amarillas recordando lo que fuí o peor aún: recordar que quise ser Dios, que quiero serlo, pero ni encontré ni encuentro el sendero.
A lo lejos escucho un tema sobre el tiempo que ya no es y no volverá. Una letra que me recuerda a José José o a Carlos Gardel y tampoco es Sabina.
Solo entonces se me ocurre decirte: Venga a mi tu reino.
Roberto Lamelo
mayo 2013
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