Odio a Yasiel Puig y a Ariel Pestano. Los odio a ambos pero no de siempre, si no de ahora, desde hace un rato, cuando, masoquista, me dediqué a revivir una vez más estos momentos significativos de sus vidas en apenas 24 horas. Los odio - ahora - porque me hicieron llorar. El negro mío - porque es de Cienfuegos de donde soy yo - me ha provocado hasta dolores en el pecho con su de 9 - 4 en el Yankee Stadium, el cementerio de los "novatos" que él hoy convirtio en su Monte Olimpo. Los odio, porque el palmireño no verá por ahora su nombre escrito en ninguno de los semanarios digitales de esa lejana Cuba, tan cerca como noventa millas o apenas unas cuantas olas distantes de mi recuerdo acérrimo de cubano orgulloso, y porque el villaclareño despachó un jonrón inolvidable, delante de las narices de quien injusto y revanchista, pretendió sepultarlo en el ostracismo.
Comencé a escribir este artículo hace diez minutos y tuve que interrumpir su escritura por culpa de ellos, sobre todo por esa frase de Pestano: "Dios existe, la justicia es divina (...) él sabe lo que hace (...) " y yo no soy cristiano, pero creo en él, en Pestano, y creo en su enormidad al detener su carrera cuando iba hacia primera base y excomulgar, con gestos y palabras ahogadas dentro del grito de una multitud delirante, toda la rabia y el dolor de una ausencia que nos costó ir a San Francisco.
Detesto a Puig, a quien veía a veces, allá en Cienfuegos, con su sueño de ser gigante algún día, esquivando la cruda realidad que pretendía esposarlo a una dieta de diez o doce dólares diarios si lograba ir a alguna competencia fuera del territorio nacional, de la cual solo podría escapar si llevaba escondido en su equipaje, alguna cajita de tabaco para vender a precio de licencia deportiva por dos años, o al salario equivalente a uno y medio de sus padres, ambos ingenieros.
También - y por defectos y excesos - odio hablar sobre mi mismo, prefiero cercenarme las palabras cuando me invade la rabia y la desesperación por escribir algo que no puedo, cuando irreverente, mi verbo precisa de cautela porque expresar lo que ahora siento, sería suicidarme con fonemas y morfemas inaudibles, pero perfectamente comprensibles en cada letra que venga a continuación de esa otra, en cada frase entre signos de admiración y júbilo infantil por par de machos. Ya no soy un niño y tampoco soy gay.
Ya nada me convence más que sí, que "algo" existe, que ese "algo" no se equivoca. Que las cosas suceden por una razón, aunque a veces, aunque muchas veces ni yo mismo pueda comprender su grandilocuencia divina 263 días y 362 noches después.
Por eso prefiero pensar que sería mejor, mucho mejor, odiarme a mi mismo, o quizás no, odiar... y quizás ni eso, sino abuchar a quien en nombre de la prepotencia o la injusticia hizo y hace mutis ante la verdad o ante el talento. A quien corta alas, sueños,... a quien te da riendas y luego te enlaza por el cuello como si fueras un novilla que escapó pateando la talanquera. Con lo difícil que se hace patalear!
No hay remedio para estas lágrimas ni para este dolor en el pecho. No puede haberlo. Y no lo hay porque ni Ariel Pestano, ni Yasiel han sido culpables de lo que fueron o lo que hicieron - o mejor dicho, les hicieron - porque algo, en esta linda historia, está torcido desde el principio, y ellos no merecen que los culpe, por darle tantas alegrías a mi corazón de cubano abandonado en esta frontera de indecisiones cotidianas, de recuerdos en el Cinco o el Sandino, de un Clásico Mundial que exigía a gritos la presencia de ese catcher, a lo cual un manager lapidó y una prensa, casi en masa compacta y complaciente no respaldó como debía.
Hoy mis lágrimas y mis odios, son sinceras y lo son porque nunca les estreché la mano a ninguno de los dos y pude hacerlo. Pude esperarlos a la salida del Estadio - de cualquiera de ellos - y decirles GRACIAS, y no lo hice. Entonces lloro por mi, porque es mi culpa, porque me enseñaron que ellos eran tan iguales como yo y NO, NO LO SON, NUNCA LO FUERON.
Hoy Yasiel y Pestano se me antojan como esos héroes a caballo y con machete de la historia cubana del Siglo XIX que me enseñaron en la escuela, como aquellos griegos que fueron a combatir a Troya. Son como aquellos pequeñísimos juguetes con los cuales yo dormía... Ahora, demasiado tarde, reconozco que ellos no vinieron a la tierra a pisar el home, hacer la cruz y mirar al cielo. Ellos son el cielo mismo de la gloria que hoy me invade al saber que estuve cerca, estancado en esta tierra, mientras ellos, sin saberlo, cabalgaban entre las nubes.
Roberto A. Lamelo
junio 20/2013
Felicidades.....muy buen artículo....
ResponderEliminarAyer Yasiel con super Home-Run en el Yankee...nada mas y nada menos que en el Yankee Stadium!!!!!
Gracias por escribir cosas como estas, me recuerdan a mi historia en Cuba cuando era un niño y me troncharon mi carrera deportiva
ResponderEliminarGracias por escribir cosas como estas, me recuerdan a mi historia en Cuba cuando era un niño y me troncharon mi carrera deportiva
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