Ya no me gustan los carnavales. No se si será por nostalgia o porque los años pesan como para caminar de arriba abajo, con una lata en la mano, llena de cerveza con igual sabor –sean del precio que sean- y saludar a tanta gente, tropezar con tanta gente, embarrarse del meao de tanta gente o sencillamente mojarse hasta el tuétano, porque en Cienfuegos siempre llueve cuando hay carnavales.
No obstante me fui de fiestas el domingo 11, para que nadie me contara lo que imaginaba. Ya los carnavales no son los de antes –cuando tenía a cuestas la mitad de los años que tengo ahora-, ni por la fiesta en si, ni por las ofertas, ni por los paseos de carrozas y comparsas y mucho menos por lo que cuestan para los humildes bolsillos de quienes esperan el jolgorio populachero de agosto.
Supe que la gala inaugural –algo que se han inventado en los últimos años para dar rienda suelta a la diversión del pueblo- fue lo mejor que se ha visto en la Plaza de la ciudad, por su elegancia, por su contenido, por el brillo y las lentejuelas…y por lo que costó al erario público. Supe por oficio, que estarían dedicados a las grandes culturas del mundo…¿y porqué no a la nuestra… a esa rica tradición de cumbancheros que nos endilgan…?
…y aquí viene la nostalgia… ¡eso si era un desfile de colores, alegría y música sabrosa de verdad! Por todo el Prado, los tambores resonaban y la gente arrollaba detrás de las comparsas…los muñecones caminaban todo el paseo cienfueguero y alcancé a ver hasta las mascaritas…pero echaré un poco más acá en el tiempo: los muchachones de entonces salíamos a la calle con cinco o diez pesos en el bolsillo -¡una fortuna- y la cogíamos en grande, después a refrescar en el kiosko de la Pesca, donde vendían pescado frito…vaya, que vivimos en una ciudad en la que se puede tocar el mar con las manos…
Y si de energías se trataba… del carnaval para la cola de las guaguas que salían del parque Villuendas para Rancho Luna, ¡todos los días! y de la playa regresábamos al carnaval, cansaos, pero contentos…lo mismo nos íbamos para la parte de atrás de la plataforma de Prado y Saldo que terminábamos en la Patana…
…y vuelvo a la realidad…vi a los comparseros caminar por el malecón, para hacer sus evoluciones solo delante de un jurado que premia, dicen, belleza, virtuosismo, vestuario y unas cuantas cosas más; lo mismo para las carrozas… ¡¡¿carrozas?!!, los fuegos artificiales, eso si, más bonitos –algo tiene que haber de distintivo- y la comida…y la cerveza…hum…
Dicen las malas lenguas que la de diez pesos es la misma que la de pipa, pues la reenvasan los propios vendedores por aquello de la “lucha” cotidiana; los alimentos con precios…¡que con cinco pesos no vas a ningún lado, vaya…!, ya se ha perdido hasta los atuendos propios del carnaval…aunque la gente se pone cada cosas hoy día…
El domingo al que hago alusión, a las tres de la mañana –y eso que no me gustan los carnavales- no había ni dónde comprar cigarros…¿serían las fiestas antitabáquicas…? Eso si, un mar de pueblo en la calle, en la Plaza, quise decir…con muchachos chiquitos en los coches, la gritería, la guapería de esos tiempos, la pesadez y la borrachera…
Los kioskos…¡qué feos! Más nunca he visto algo ni tan siquiera digno. Paran cuatro palos, le ponen las tejas negras esas de cartón, esta vez les dieron una pinturita y los cartelitos de carnaval, que dan más pena que alegrías…
¿Qué habrá pasado con los carnavales…? ¿el que ya no sean como antes será culpa de la crisis mundial o del bloqueo yanqui contra Cuba…? Y que no me digan que no hay dinero, porque solo el espectáculo inicial debe haber costado unos cuantos miles -me he propuesto llegarle a la cifra para mi programa Cuentas Claras, espero que no haya problemas, pues no debe haber secretismo.
…y la gente se divierte, te dicen que están buenísimos, amanecen en la calle haciendo no se qué…en fin, a la usanza de los tiempos romanos: a la plebe, circo y vino…y que nadie se ofenda, juro por mi madre que son buenas mis intenciones…
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