viernes, 6 de septiembre de 2013

Sevilla, hoy quisiera beberte de un golpe como a una botella de Ron


Por: El Cojito Bibijagua.

Razones existen muchas para homenajear Roma, honrar Madrid, adorar Oporto, contaminarme de Valls, perderme en Barcelona y amar Granada. Podría tener toda una vida para hablar de ciudades encantadoras e ir redescubriéndolas a medida que enlazo letricas para formar excelentes frases de alabanzas interminables. Confieso que no estaría mal, ni sobrado; es más, seria estupendo coleccionar tantos recuerdos en un folio blanquito, sacando poco a poco las buenas imágenes y recuerdos de cada uno de esos lugares maravillosos. Y lo será, solo que no hoy. Bajo esta luz bogotana me empeño a descorazonarme para luego rehabilitar mi maltrecho miocardio, sentir bajo mis pupilas borrachas la más sabrosa de las nostalgias.

Se hace difícil y lo sentencio; es imposible hablar de lo que no se conoce, pero en este caso, que es mi caso, hablar de la Sevilla que conocí se hace tarea difícil y dura. Puedo perder el tiempo, elaborando oraciones pequeñas y grandes, contando que se siente tocar la Torre del Oro, o caminar Santa Cruz en plena noche calenturienta sevillana, caminar la ribera del Guadalquivir, escalar cada peldaño de la Plaza de España y tropezar con insistencia los contenes que el Prado brinda sin egoísmo, quedarme estancado en una de sus calles sin saber dónde comer y beber o navegar el puente y mudarme a Triana para luego retornar a Sevilla e irme corriendo al Centro que no es el Centro de la Ciudad, sino del Universo, y buscar con insistencia El Gongora, porque lo conocí con Juan, que no solo sabe comer, sino que sabe comer bien, y sabe enseñar que una buena Carrillada, con un intermedio de Manzanilla, para luego embriagarse con una Tortilla Isleña acompañada de una Cruz Campo helada, y terminar con un jamoncito, minúsculo siquiera, pero jamón al fin, Ibérico, Pata Negra, Español, extremeño o andaluz, no importa su origen, pero ahí, justo ahí en el Centro de la Tierra, maquillando tus oídos con una sevillana original o preferiblemente esa melodía que aun guardo con recelo “…..Sevilla sigue teniendo su duende, me sigue oliendo a  Azahar, me gusta estar con su gente….”, no tiene precio porque no se compra ni se vende el Paraíso. Caminar y charlar con un gourmet andaluz, caballero de honores y cultura, un amigo sevillano sin igual, como es Juan, descubrir la magia del quillo mezclando los humos de un buen habano, con una retorica embriagadora de tapas sevillanas, no es la condena a una vida eterna, es la magia revelada, la luz que abre los caminos, la salvación más anhelada. Es muy complicado escribir sobre esto, se me hace un nudo en la mano y en el pecho. 

Puedo rememorar lo que es  abrazar la Giralda con la vista desde el balcón de Marcos, con un vaso de ron cubano en la mano. Puedo sin dificultad alguna, renombrar cada cerveza bebida, o cuanto Kebab he disfrutado a la orilla del Guadalquivir, respirando ese aire andaluz, rebelde, indiferente, mientras miro el rostro de Mariangeles, y escucho de sus acordes andaluces un “No bebas má, mi arma, mira como te va a poné”, mientras los naranjos decoran una avenida envejecida por el zapateo, el flamenco, el estribillo gitano cotidiano, y vuelvo a mirar sus ojos y descubro que la España profunda está ahí, comiéndose un Arroz del Nilo a mi lado, mientras el rio resguárdese mi espalda cubana, y Triana llora porque no me quedo con sus rosas, teniendo a la Maestranza a mi derecha, con cada grito de Olé, perpetuando la muerte y la vida, para luego naufragar con los pescaditos fritos, y sepultarme con una de las mejores cervezas del mundo, que no es española, sino bética, muy bética, criollamente árabe, romana e ibera, mientras rompo los silencios que me imponen los adobes añejados, cuando quiero enredarme con una guitarra que grita enloquecida el amor eterno de una gitana, y yo, payo al fin, o cubano, o ciudadano mundial, o lo que quiera que me pueda calificar, me desprendo una lagrima, porque soy sevillano desde ese entonces, como Marcos, como Juan, como Antonio que me brinda un cubata y me invita que no abandone El Salitreras porque los buenos rones solo se comparten con buenos amigos.



Es posible que la distancia sea finita, y que el riesgo sea la paz de un futuro. Sin querer vivir lo posible, Sevilla mora cada segundo y centímetro de este miocardio que no para de trotar hacia ella, contaminándome de una Patria que adoro como a la mía, cuando escribo en mis pensamientos, en esta cabeza medio loca, que sí, perfectamente ella tiene su duende, que es elegante y hermosa, servicial, y amable, que tiene a su pueblo sin casa propia porque la comparten, que es una novia adorada.  Y salgo a la calle bogotana cantando pa mis adentros que Sevilla me sigue oliendo a Azahar, me gusta estar con su gente. 

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