Por: El Cojito Bibijagua.
Los años pasaron y por decisión que ni me preguntaron, me inscribieron en una escuela cerca del centro de la ciudad. Debió ser por la lejanía que me situaba de Pelo ´e saco, de mi primo el Pichón, Janvi, Yamuri, y los demás del barrio que lloraba todos los santos días en el primer grado de la Julio Antonio Mella. Los pequeños tiempos que me quedaban en la tarde para escaparme con Pelo ´e saco, en los trotes de las muchachadas, no me bastaban para reparar tanto aislamiento involuntario. Pero la divinidad existe y en solo tres años me cambiaron para la escuela del barrio y entonces matriculé en la misma aula donde él se sentaba a tratar de aprender las letras que pocos años después abandonó. Yo quedé contento porque me unía a mi primo desde temprano y para variar un poco nos fugamos unas cuantas veces de la escuela, y nos fuimos para la Quinta, a comer nísperos y mangos verdes, darnos un chapuzón en el río que años después nos enteramos que no era rio, ni riachuelo, ni ná, sino un desagüe de las casas del Callejón de Andulce.
Llegamos a la secundaria, y mi primo Pomponio ya sabía matar puercos, gallinas, topar gallos, hacer nudos y montar a caballo. Yo, rezagado en aquellas maniobras varoniles, lo seguía admirado pero siendo un pésimo aprendiz de labores mundanas. Lo admiraba desde ese entonces. El no sabía leer muy bien, ni sumar o restar los caramelos y las figuritas de clases, ni enlazar la idea equis distante de Cruces con Palmira en las clases de geografía, pero si sabia buscársela desde chiquito, desde atar a una bestia hasta cortar la hierba con el garabato y el machete afilado. Yo andaba apurado para ser como Pelo ´e saco, ganarme la confianza de los demás por la buena y ejecutable labor que él hacía, o simplemente revolcarme en las migajas de la admiración que causaba en el Cojito, mi abuelo, porque desde ese entonces ya era grande, grande de sentimientos y acciones. Nunca defraudó a un amigo o se acobardó en una pelea. Sabía colocar las distancias con una buena llave de Judo, o un jab inesperado. No sabía leer las letras pero sí las emociones y despegaba como loco único en los deseos de ayudar a su abuela que también es la mía, o poner en la mesa un par de frijoles ganados por el esfuerzo personal.
Sigue aún siendo un niño, pero grande, con muchas madres y padres. Lo admira y quiere el mío, lo estima mi hermano que desde el cielo lo ve, el Cojo aun lo orienta en las pequeñeces de sus consejos que como antaño acumula toda la nobleza del mundo. Un día me dijo que como Janvi Rabo ´e yegua quería irse, que como yo volé, él tenía que hacer lo mismo, porque desde dentro no ve que lo seguimos. Eso, creo, piensa él. Si es por la mejora que no necesita, o si es por la distancia que nos aprieta, desconozco su camino. Creo que tiene necesidad de cuidarnos, de defendernos, porque él es padre, tiene ese sentimiento paterno, protector, varonil y patriarcal. Siempre recuerdo que Pelo ´e saco fue la primera persona que admiré, desde mi proximidad en meses de diferencia de edad, y sin vacíos sustanciales, abrazo la idea de estar juntos de nuevo, sin más excusas que la misma casa de la calle 16.
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