sábado, 22 de diciembre de 2012

El Profe


“Alguien a mí me preguntó, si había leído El Capital. Sí, pero a mí no me gustó, pues la heroína muere al final.”
                           Frank Delgado.






A quienes inspiraron la historia: mis queridos   Leandro y Medardo. Al Cojito, que dice es marxista

Hoy es el día escogido para contar esta historia. Mis alumnos - y en general todos los alumnos de la Universidad - han sido convocados a participar en un acto de masas en la capital provincial. También yo fui citado pero no me presentaré. Lo que pasa es que El Rector me pidió de favor que si iba a asistir, tratara de mantenerme al margen. <... no te metas en el tumulto Gerónimo,…que no te vean,... muy reciente lo tuyo; si vas, ándate con pies de plomo.> así me dijo. Y yo pienso que tiene razón. No hay porqué estar provocando a la gente, sobre todo a la masa estudiantil; especialmente a mis alumnos, que piensan que yo soy un hijo de puta, y presentarme en un acto de este tipo pudiera provocar reacciones impensables en mentes suspicaces y belicosas como las de todos ellos.

Yo en realidad trato de entenderlos, pero he arribado a la conclusión que son ellos los que no quieren entenderme a mí y se pasan la vida murmurando en los pasillos que yo presumo de una cosa y soy de otra; que en mis clases simulo ser ferviente defensor de unos ideales que luego en la práctica pisoteo con mis actos; que la asignatura que yo imparto carece de utilidad alguna en el Siglo XXI; que la realidad es otra, más versátil y que el Marxismo sencillamente es mierda, un cadáver, una utopía.

A quienes piensan de esa manera les tengo reservada la mejor de mis armas: el suspenso en el examen.

Realmente no me estimula en lo absoluto entrar en debates conceptuales acerca del porqué o no es importante el estudio del Marxismo. Entre mis alumnos y yo existe una barrera abismal de conocimientos y la forma que tienen ellos de asumir “el concepto” me molesta tanto que en ocasiones me pregunto a quien carajo se le ocurrió la idea de poner muchachitos de 15 y 16 años - cariñosamente llamados Maestros Emergentes - a impartir clases en los Preuniversitarios, de donde proceden estos jóvenes rebeldes que día a día enfrento en el aula y que porque oyen a Sabina y leen a Coelho piensan que pueden arreglar el mundo apenas entran a la Universidad, como si el mundo fuera lo que Sabina canta en sus canciones y tan fácil como Coelho lo escribe en sus libros. ¿De qué otra manera puede concebirse que un chiquillo viaje por el mundo entero sin la autorización de sus padres, sin dinero... sino es en la perversa mente de un escritor como Coelho? Y el mundo no es eso.  El concepto de “humanidad” que proclamaba Marx no es viajar y conocer.  Sencillamente no lo es; pero estos chiquillos lo creen. Aunque no viajen.

He aquí el motivo por el cual odian tanto el Marxismo, porque en el Marxismo no hay margen a la ficción. Todo es conciso y real. Lo digo yo. Sin embargo mis alumnos, que no saben nada aún de la vida, lo consideran inoperante y fosilizado; fuera de contexto,  quimérico y yo me cago en la estampa divina de todo el que piense así; sea alumno mío o no.

En mi clase exijo determinados requisitos. No me interesa en lo absoluto que haya crisis económica a nivel mundial y que los ingresos hogareños se hayan vistos reducidos por ese concepto. A mi no me interesa ni la crisis ni el bloqueo de los Estados Unidos a Cuba. No. Ese cuento se lo hacen a otro. Que haya un muro tan alto como el de la ciudad de Babilonia o tan infranqueable como el de Troya, no impide que se asista con cierta “ética marxista” al aula. A mis clases tienen que venir bien vestidos, pelados correctamente... así me lo exigían a mí cuando yo era estudiante. El que no quiera acatar mis mandamientos, que son bien pocos, apenas dos o tres, que se largue a otra parte a teorizar sus conceptos post-modernistas de la vida. Sencillamente, que no venga a mi clase. ¿Por qué no se quejan de Dios y de las diez ordenanzas que impuso en el año de la trompeta a gente que en su mayoría no sabían ni leer ni escribir? Tales edictos existen aún y millones de personas, entre ellos grandes intelectuales y estadistas, los siguen de forma incondicional pero... nadie protesta. ¿Por qué no hacerle caso al Marxismo que es más reciente? ¿Por qué decir que Marx se equivocó o que estaba loco? ¿Por qué sí le hacen caso a ese tipo... a Dios? ¡Coño, a un tipo que ni siquiera han visto y que ni siquiera se sabe si existe o no existe! A ese sí que no le dicen ni ji. ¿Por qué? ¿Por qué es inmaterial?

Pero no, mis alumnos prefieren cagarse en el Marxismo, que aunque ellos lo tildan de abstracto, es más “tangible.” Por eso yo me cago en ellos. Me es más fácil y objetivo. Incluso me cago en sus madres subjetivamente y luego los suspendo en los exámenes, lo cual les duele más aún.

Hoy los imagino en el acto, portando pancartas en sus manos y consignas en sus voces; agitando banderitas al aire, reafirmando posiciones vanguardistas y convicciones apologéticas. Eso piensan los que están encima de la tarima: que esa masa deforme y gritona está ahí porque conoce el compromiso. Imaginan que todos han decidido dar un paso al frente en este momento tan complejo de nuestra historia. ¡Qué equivocados están! En realidad lo que están haciendo es joder, conversar, reír, planificar un fin de semana en la playa... eso es lo que hacen. Joder. Así son los jóvenes universitarios de mi país. ¡Qué actitud más jodida tienen ante la vida!

Eso sí, es innegable que poseen talento para engañar, aunque a mí sí que no me engañan. Yo los conozco demasiado bien. Yo también fui estudiante.

Por ese motivo no fui al acto; para no andarme confundiendo entre ellos, para no ser un número más, otra cabeza en la muchedumbre. Otro cordero. No me da la gana. Y aunque el Rector me pidió de favor que si iba mantuviese una actitud discreta, él conoce perfectamente mis debilidades. Sabe que la situación está muy mala como para andar desaprovechando esas oportunidades y otras. Simplemente no quiero arriesgarme y volver a pasar la pena de estar en una Unidad de la Policía Nacional Revolucionaria, yo, profesor de Marxismo en la Universidad, acusado de venta ilícita de artículos femeninos de primera necesidad; para ser más explícitos: almohadillas sanitarias.

Me importa un bledo que entre “la plebe” se forme el runrún que yo soy el profesor de la Universidad Central que está pendiente a investigación, acusado no solo de eso, sino también – y este es el cargo más grave - de acostarse con estudiantes a cambio de otorgar notas de privilegio en la calificación de sus exámenes.

Soy sordo ante esos que especulan con que años atrás obligaba a los estudiantes extranjeros a los cuales les impartía clases, a comprarme jabones y de todo lo que necesitaba para mi aseo personal en las diplotiendas. ¿Qué andaba con dólares? Sí, lo reconozco. ¿Qué los introduje clandestinamente al país cuando vine de México? Sí, lo hice. No he sido yo el único. El Rector cuando fue a Italia en el noventa y dos también lo hizo. Imagino que los de más arriba también lo hayan hecho, así que... ¿qué carajo me reclaman a mí?

Yo no soy el único profesor que vende exámenes, ni siquiera me siento culpable de hacerlo. Allá los alumnos que los compran. No soy el único que vende hebillas de pelo, ganchos, calenticos, ajustadores... Tampoco soy el único que me acuesto con chiquillas de dieciocho años. El más santo de los profesores al menos se deja provocar por cualquiera de ellas. Yo como profesor de Marxismo no puedo, por ley, dármelas de santo. Soy materialista dialéctico. Mi filosofía es actuar.

El hecho real es que me pagan solo cuatrocientos pesos y el salario no me alcanza para los treinta días que tiene un mes. Mi mujer constantemente me pregunta lo mismo < ven acá chico, ¿tú te crees que yo soy maga?> y para ser sinceros… ¡tengo que subsistir de alguna manera! ¿O no?

Por eso, me cago en los estudiantes y en el Rector también. Si quieren que vaya o que no vaya al acto me da lo mismo. Y mientras escribo estas líneas, mientras les explico a ustedes estas cosas, lo único que lamento es haber perdido esa oportunidad maravillosa que me brindaba el mitin para vender cuatro o cinco blusitas de mujer que tengo ahí “enganchadas” en la casa desde hace par de meses y que no he llevado aun a la escuela por temor a que me revisen mis pertenencias y me acaben de joder pa’l carajo.

Hoy es el día en que puedo exclamar a los cuatro vientos estas cosas. Mientras las digo, me pregunto que pensarán los clásicos del Marxismo sobre mí y sobre todo esto que les he contado.

A decir verdad no me importa. Soy consciente que actúo en modo opuesto a lo que ellos “me enseñaron” y que mi proceder se contradice con lo que yo mismo enseño, pero si no hago así... y te pregunto yo a ti, Marx, dime... ¿cómo satisfago mis necesidades primarias? En fin, que tengo que vivir de algo compadre. Y si tú y Engels que son los que pueden entenderme no lo hacen,... me cago en ustedes también.

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