para España y sus mujeres... digamos basta!
Desde hace unos años el mundo ve con mayor indignación cada día el auge de uno de los crímenes más abominables que puedan cometerse: el “femicidio”, término este que incluso aún no ha sido recogido por la RAE pero que sin dudas el mero hecho de escucharlo no solo provoca angustia y dolor, sino también el entendimiento cabal y absoluto de lo terrible de su significado.
No lo creo, jamás podré creerlo, que en materia de civismo, un hombre o una mujer tengan que llegar a extremos de sociedades arcaicas y a comportamientos de quienes vivian en cuevas y cavernas para resolver un conflicto que mediante la palabra y el entendimiento pudiera lograrse. La misma humanidad con el transcurso de los años se encargó de darnos la posibilidad de perfeccionar nuestro lenguaje, es decir nuestro método y recurso de comunicarnos no a modo esencial sino de modo más profundo con nuestros semejantes.
La violencia del género y el asesinato de la pareja como momento final de tanto problema acumulado, son fenómenos que escapan a toda lógica del comportamiento humano. Todos no vivimos una eterna armonía en el hogar, es cierto, pero es nuestro sagrado deber ante los ojos de quienes nos rodean y ante nosotros mismos, intentar lograrlo del mejor modo posible.
Hoy he puesto en una balanza dos “proverbios” uno, que recientemente he escuchado y este otro, que mi mujer a cada instante me recordaba: “no existen mujeres infelices, lo que existen son maridos pobres” ¡qué cosa más simple! ¿Verdad?
No voy a comentar mucho sobre este último. La pobreza basada en la infelicidad, o mejor dicho la infelicidad basada en la pobreza, pasa por un concepto o prisma diferente en cada ser humano. Todos tenemos un standard, digamos, de “pobreza-infelicidad” cuyo antónimo sería entonces, “riqueza-felicidad”; Lo que sucede es que establecer nuestros parámetros de riqueza-pobreza y felicidad-infelicidad es tarea de cada cual y de la que cada cual debe estar plenamente consciente. Envidiar el tener más y más, querer ser “el otro” comienza como una espiga mala que crece dentro de nuestro cuerpo y que termina por exigirle al que está a tu lado más y más, y más… como Masicas, el personaje del cuento “El Camarón Encantado”
Ahora bien, costumbres ancestrales de muy variada naturaleza desarrollan un papel más nefasto que esta simple teoría, digamos feminista, que esbocé en el párrafo anterior. El machismo, los celos, las incomprensiones, las – ¡y porqué no!, casualidades de la vida -, la creencia de que “lo que sucede dentro de la casa dentro de la casa se queda”; que “la mujer debe supeditarse al marido”; que siempre “un secreto es mucho para uno y demasiado para dos”. La infinita creencia que tenemos todos los seres humanos que somos psicólogos en potencia y lo peor, considerarnos nosotros mismos todo poderosos, nos han llevado sin dudas, a cometer el fatídico “delito”, único de los seres humanos: tropezar con la misma piedra una y otra vez. Si a esto le sumamos el oscurantismo y atraso en materia filosófica y de comportamiento civil en determinadas sociedades, cuyos individuos a veces quieren “exportar” a los países nuevos a las cuales emigran, ¡menudo problema este en que nos encontramos!
Hace poco conocí la historia de una Sra., que con cinco hijos llegó acá a España, huyendo del caos económico – parecía – en el cual vivió en su país de origen. La Sra., logró salir adelante con todo el esfuerzo y el amor humano de quienes la conocieron; con el buen cariño y respeto de sus hijos, a los cuales traicionó luego, traicionándose ella misma, al traer nuevamente a su vida el mal que en verdad la había lanzado hacia una cultura completamente diferente en la cual por suerte había logrado sobrevivir: su esposo. Su “crimen” lo justificaba diciendo que “en el hogar donde ella se había criado, que era muy tradicionalista y católico, un matrimonio era algo “para toda la vida”
Esta indisolubilidad primitiva del matrimonio como institución divina, según se nos enseña en el Génesis, o el “lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.” – ha sido causa “indisoluble” de no pocos femicidios, con el perdón de nuestra Santa Madre Iglesia. El amor que nos prometemos al casarnos, es un amor para siempre, pero no puede convertirse en cadena y calvario. Nuestra adaptabilidad y forma de ser como individuos sociales dentro de una sociedad en constante renovación, transformación y cambio, no puede dominarnos y convertirse en amenaza para la permanencia de nuestro amor.
Esta Sra., vivía asustada con la creencia en “arder en el fuego del infierno” si llegaba a separarse “eternamente” de su marido y no era consciente que en realidad el infierno lo estaba viviendo en vida, al atarse en cuerpo y alma con alguien al cual ella no amaba ni soportaba, por “el qué dirán” y la obediencia, - sabe Dios mismo a cuantas personas obedecía – consumiéndose en vida al vivir no sólo para el sátrapa de su esposo sino para “lo que pudieran opinar los demás.” Asustada, temerosa del cambio – no poder comulgar, no poder acceder a la comunidad eucarística, la eterna penitencia, etc - su vida llegó a un instante en que se quedó sin rumbo. Jamás presentó una denuncia, ni solicitó ayuda especializada, temerosa de sufrir peores maltratos.
El santísimo pecado ocurrió meses después. Murió asesinada, sus hijos, fueron entregados a otras familias que los adoptaron como suyos; y como este mundo es tan civilizado y moderno y las leyes son tan benévolas e indulgentes – quisiera poder llamarlas de otro modo pero no puedo por respeto al público lector -, su asesino solo cumplió 7 años en la cárcel tras los cuales fue liberado por buena conducta. En estos momentos reclama – y con grandes oportunidades de agenciarse el triunfo – la herencia y el seguro de vida dejada por su víctima. De sus hijos, ni quiere saber. Sería un tonto si repartiera el pastel ¿verdad? Recordé entonces “el refrán” que escuché no hace mucho en boca de alguien a quien admiro y respeto sus conocimientos: “Resulta más ventajoso matar a tu pareja que enfrentarte a un divorcio. En un divorcio lo pierdes todo, pero si la matas, vas a juicio, cumples unos pocos añitos, sales y después cobras hasta su seguro de vida”
Lo cierto es que hasta el día de hoy nuestras leyes son bien benévolas cuando deben castigar a los culpables. A falta de una instrucción correcta, el agresor se siente impune, incluso “respaldado” por todo un grupo social que “pudiese” sino apoyarlo, justificarle su crimen. ¿Cuernos? ¡Cuchillo! ¿Solo sabe pelear? ¡Cuchillo! Y así el cuchillo viene de perillas para todo “crimen” Lo triste a la hora de condenar al “justiciero acuchillador“, es que en la gran mayoría de los casos el victimario no cuenta con antecedentes que puedan agravar su condena. A menudo los vemos en los tribunales y por sus pasillos entre arrepentimientos y sollozos, culpando al Dios Baco por su nefasto crimen, esperando sin dudas el pronunciamiento de una condena ridícula y llevadera que, es verdad, por muy severa que fuese jamás podrá devolvernos la vida que este criminal se llevó pero que si se sancionase como es debido, estoy convencido que cada día juzgaríamos menos a los “femicistas” que como él, lamentablemente, día a día parecen florecer en este bello pedazo del planeta Tierra.
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