Este es sin lugar a dudas uno de los grandes nuestros. No lo olvidemos nunca.
Pude escribir el obituario más formal sobre el más viejo músico en activo que quedaba en el mundo, cuando el 2 de abril del pasado año vióse abocado al término de su vida natural, y entraba en el panteón histórico de la música cubana, donde se acurruca a dormir su eterna madrugada al lado de otros cienfuegueros eméritos del pentagrama, como Benny Moré, Edgardo Martín, Rafael Lay, Felito Molina.
Pude escribir el obituario más formal sobre el más viejo músico en activo que quedaba en el mundo, cuando el 2 de abril del pasado año vióse abocado al término de su vida natural, y entraba en el panteón histórico de la música cubana, donde se acurruca a dormir su eterna madrugada al lado de otros cienfuegueros eméritos del pentagrama, como Benny Moré, Edgardo Martín, Rafael Lay, Felito Molina.
Efraín Loyola Hernández (1916-2011), flautista, fundador del Conjunto de Sones los Naranjos, Ritmo Propio (génesis de la Orquesta Aragón) y la charanga Loyola, para terminar en la Banda Municipal de Cienfuegos, y viudo múltiple, se materializó por primera vez ante mi vista como un bultico humano plegado hasta la mitad de su estatura en una esquina de la entrada del Café San Carlos, precisamente la que da a la avenida homónima de la ciudad.
Culminando con la “melacita express”, una función nocturna del Teatro Terry, ejecuté mi acostumbrado escaneo de los tipos (y tipejos) sociales que comulgan su religión de Noctambulismo del Séptimo Día en el espacio referido, me detuve entonces en el nonagenario: lujosamente ataviado de chaqueta, chancletas de recia goma negra, bastón de aluminio y evidentes signos de profunda sordera, dormido a sueño suelto contra el ángulo de la puerta. Era Loyola, flautista y fundador. “Viene casi todas las noches y está así hasta las tres de la mañana. Luego se va…”, me explicaron los dependientes de turno. Su casa queda a unas cuadras, al doblar de la Biblioteca Provincial, antiguo Liceo.
Aún hierático, pero con los ojos abiertos, me encontré de nuevo a Efraín, en diurna reunión de la UNEAC cienfueguera, cercana al último congreso de esta. Como fundador de la organización en 1962, ejerció su derecho a hablar en el momento que escogiera, con las palabras que quisiera y el tiempo que estimara conveniente, sin seguir órdenes de palabras pedidas. Impidió que un creador no cienfueguero (tocó ser Senel Paz) concluyera la sesión, y emitió (sus) verdades, de las menos atendidas, ni siquiera por mí. Urgidos por el tiempo, mirábamos respetuosa y compasivamente al sordo ancianísimo que alongaba la sesión más de lo necesario, violando normas protocolares a troche y moche.
Dormido me lo encontré varias tardes, en posición más digna que en la cafetería, sentado a una mesa en el apacible patio de la organización de los artistas y escritores cubanos, quizás soñando, quizás inmerso en resquicios evocativos que sólo los viejos conocen, quizás fundando de nuevo la UNEAC, o repasando las llaves de la flauta con presteza largo tiempo perdida, o quizás nada de esta elucubración laudatoria y “kitsch” a que apelo, en inconsciente rapto por escribir un obituario formal(ista).
Quizás el endo
mingado Efraín ya no soñaba con nada, sino que, confundiendo tiempos y espacios, vivía de nuevo sus infantiles limpiezas de zapatos, sus adolecentes ventas de periódicos y los juveniles bregares panaderos, hasta que aprendió a tocar la flauta bajo las tutelas del panadero Eloy Frías y el ejecutante de redoblante Dagoberto Jiménez (1) nombres, vidas, sueños olvidados ya por todos, menos por Efraín, que los adoptó para su historia personal, como frágil nexo vivo entre los inicios del siglo XX y los inicios del XXI.
Conecto que ya desapareció, sombra fantasmal que quizás duerma par de siestas más en una esquina de la entrada del Café San Carlos, precisamente la que da a la avenida homónima, donde lo vi por primera vez, lujosamente ataviado de chaqueta, chancletas de recia goma negra, bastón de aluminio y evidentes signos de profunda sordera, dormido a sueño suelto, dormido quizás a recuerdo suelto, limpiando zapatos, voceando periódicos, haciendo pan, tocando la flauta.
Sería interesante, algún día de “aniversario cerrado” y “sentidos homenajes”, colocar una tarja conmemorativa en la cafetería donde durmió Efraín, hermano de Antonia, Beatriz, Eliseo y Wilfredo, hijo de Escolástica y José Ramón, nieto de Dolores y Ramón, sobrino nieto de María Tula, “negra de nación”…(2)
Notas:
(1)
Todos los datos históricos los ha obtenido de RAMÍREZ CABRERA, LUIS ESTEBAN: Flauta por flauta, Ediciones Mecenas (Cienfuegos) y Ediciones Unión (La Habana), pp. 15 a 20.
(2) Ídem, pp. 12 y 13.
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