jueves, 10 de enero de 2013
ELLOS. LOS INCORRUPTIBLES.
En alguna ocasión me he vanagloriado de ser un chico de principios. Es cierto. Mi abuela y madre, me enseñaron algo de principios pero una, mi madre, falleció en el 88; la otra, mi abuela, cambió el fogón de carbón y la cocinita de kerosene que tenía allá en Cienfuegos por uno eléctrico de acá, de la U.S.A, en el año 93, así que mirándolo de modo contextual, los principios en mi familia se resquebrajaron un tanto cuando el bloque socialista y la URSS se fueron al carajo. Eso sí, jamás cambié mi cuerpo por dinero. En primer lugar, nunca tuve un cuerpo idílico, pero cuando la cosa apretó, cuando de acá o de allá iban a acullá a “matar jugada” no fui yo ajeno a proposiciones de ese tipo. Siempre fui tajante en ese aspecto. Lo que no me entraba por la vista, nananina tres patines, y eso que estaba estudiando en la U.H, becado, y pasaba un poco de hambre, pero por aquí o por allá “resolvía”, sin mucho lujo, siempre y simplemente lo necesario. En alguna que otra ocasión a través de un contacto de Tania, vendí reservaciones para El Castillito, el Hola-Ola y El Comodoro, por debajo del telón. Sí, reservaciones de la UJC, que estaban destinadas a estudiantes destacados fueron a parar a manos de quienes no estudiaban pero podían comprarlas. También cobré la entrada a la Casa de la FEU en una fiesta de la Facultad de Derecho. ¿Qué podía hacer? Tenía una pasmera del carajo y había una chica habanera - muy bella - esperando por mí adentro y yo no tenía ni este peso en el bolsillo.
Fuera de eso, ruptura en mis principios, no recuerdo muchas. Una habitación gestionada en Villa Capricho a algún turista canadiense amante del nudismo, por la cual recibí cuarenta dólares de propina, pero no mucho más.
En mi época de adolescente habían dos tipos en Cienfuegos que eran “la mata” de la incorruptibilidad. Santana, el que trabajaba en Tránsito y Pistolita el CVP de Pasacaballos.
Santana era el último bastión entre el timón y el vacilón; entre la tipa fea y la más dura. Siempre el del carro ha tenido un poco más de suerte con las mujeres y Santana era el tipo del salvoconducto final. Como… un condom! Era, dicen, un tipo ácido, de pocas entendederas como Pedro, el hermano de Meñique. En el momento del examen, si se te apagaba el carro, si no sacabas la mano, si cruzabas los brazos, si acelerabas, si metías un “clochazo” sus palabras siempre eran las mismas: parquea y ven la semana que viene. No recuerdo si fumaba, pero así le regalaras la llave del Almacén de Tabaco que está en la Calle Santa Elena, justo al cruzar la esquina del Sueños de Juventud, su respuesta hubiese sido la misma. Santana no entendía de hijo de fulano, ni recomendado por mengano; para colmo de males no se enfermaba nunca, tenía una salud de hierro y día tras día estaba ahí, en Perseverancia pa´joderle la vida a sesenta cienfuegueros. No era tan alto como El Tio Stiopa, pero no era menos en firmeza de principios.
Pistolita tampoco era alto. Era más o menos del mismo tamaño de Santana, pero creo que era un poco más atravesao, más HP - con perdón de su santa madre - y sin ésta gota de entendederas. Era un tipo cuadrao, cuadrao. Recibía una orden y la cumplía a rajatabla. Cuando estaba en la puerta del Hotel no había vengo a ver a fulano, ni déjame pasar al baño, NO, nada de eso. Cuando él estaba yo no perdía mi tiempo. Le decía: vengo a hospedarme. Era el único modo. A veces no me hospedaba, a veces sí tenía que hacerlo. Era el único modo de entrar a la Discoteca. Sin dudas era firme. También era feo y zorro, porque le hablabas y no te contestaba, así que de paso parecía sordo y mudo, te hacía perder los estribos y entonces sí que estabas jodio' pa' toa' la noche.
Mi Tío trabajaba en el Hotel y nada, ni regalándole 7 botellas de Ron o así el Cheff de Cocina le regalase un boliche de carne, Pistolita no entendía con nadie por las noches del fin de semana, y si era sábado, menos que menos. No entendía de esposas que vengo a ver a mi esposo, ni de hija que vine a buscar la llave de la casa con mi papá porque la mía se quedó dentro. Era más duro que un guardia alemán en el Muro de Berlín.
Pero claro, yo hablaba de los años 80 y tantos, cuando “había de todo”, cuando no hacía falta nada. Y también hablé de mi, de mis principios, y dije que eran tan firmes como los de estos dos personajes, pero para desgracia mía y de ellos, llegaron los 90´. Pero ya también hablé de eso, y a lo que pasó entonces no escapó nadie. Ni mi abuela, que en paz descanse.
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