Conocí la envidia por primera vez allá por el año 1977 o 1978. Fue el mismo día que gané mi primera apuesta. Mi madre me había llevado, como de costumbre, a pelarme a la Barbería de la Calle San Fernando, la que hoy conocemos como Boulevard.
Siempre tuve un barbero, “El Mexicano”. Mi madre, si estuviese viva, pudiera atestiguar mis perretas por negarme a pelarme con otro barbero. Ya era costumbre y él, algunas veces, sospechoso, nos guardaba un ticket. Recuerdo la banquetica que me ponía para “levantarme”. Recuerdo también “la máquina de vapor” - como yo le decía -, que había justo al lado de su sillón, y recuerdo a Braulio, y a otro barbero, moreno, que era el primero de la esquina.
Ese día, alguien le había comentado al Mexicano, que los crucigramas de la Bohemia cada día estaban más difíciles, y él, de modo natural había comentado que con él se pelaba un niño que los llenaba en un 2x3. Ese niño era yo. Tampoco era tan así, pero bueno. Puedo decir que hubo algunos que nunca pude llenar, pero el promedio de aciertos, sí, era alto. Cuando no los terminaba tenía que esperar la revista la próxima semana,… no esperarla, cazarla, pues la tirada no era alta, a Cienfuegos no llegaban muchas, y era del carajo la cosa; pero a la Barbería siempre traían y por suerte, a veces, cuando iba a pelarme, había alguna que tenía el crucigrama vacío y yo mientras esperaba mi turno, procedía a llenarlo.
No recuerdo de donde nació mi pasión por los crucigramas. Recuerdo que cuando chico, mientras muchos de mis amiguitos del barrio se entretenían en cazar lagartijas, yo me refugiaba en la lectura de cualquier libro, jugar ajedrez con cualquiera, llenar crucigramas y ponerle fósforos a mi abuela entre los dedos de los pies cuando se quedaba dormida en el sillón de la sala. Básicamente en eso transcurrió mi infancia. Ah, y entre cantar EVA MARIA SE FUE, NO ME BAÑO EN EL MALECON, RECUERDOS DE AQUEL LARGO VIAJE y cualquiera de las canciones de Sergio Farías.
Fui un niño aplicado e impoluto, por eso aquel día que El Mexicano me preguntó si quería ganarme 20 pesos, lo primero que hice fue mirar a mi madre.
Veinte pesos. El mismo billete, azul, con Camilo al centro, con su sombrero alón, pero en una perspectiva que hoy muchos no conocen, con un poder adquisitivo del carajo y un poder intimidatorio de tres pares de cojones, superior, quizás, al que hoy tienen 20 CUC, aunque Camilo se empeñe en aparecer al centro reconceptualizado.
Si fue difícil, no recuerdo, ya he dicho con anterioridad que se me daba fácil aquella tarea, lo cierto es que finalicé mucho antes que El Mexicano terminara sus cortes.
- Venga, que te dije? Le comentó El Mexicano al hombre y aquel rostro nunca se me olvidará. Por un momento pensé que era porque había perdido 20 pesos. A nadie le gusta perder, y en aquella época, perder 20 pesos era como perder la madre. O la virginidad.
- No comas mierda, dijo…. Déjame revisar.
Y en ello consumió par de minutos, cada vez con mayor acritud en su rostro, hasta que tiró la revista en una silla, mientras mi madre, contenta, parecía un ventilador buscando miradas fraternales y parecía decir: ese es el chamaco mío!
Al final, los 20 pesos fueron a parar a su cartera. No recuerdo si me los dio después, bajo algún ataque de ira de mi parte alegando que no fuera soruyo, pero aquel rostro de la envidia, en la cara de aquel señor cincuentón, no lo olvidaré nunca. La he visto tantas veces después. Incluso ayer, que no pude verla, la sentí, quizás, disfrazada bajo ciertos atisbos de intolerancia, o resignación, no sé, me es difícil precisarlo. Ya ahora no soy un niño y se cuanto significa. También yo odié y envidié a alguien que me quitó una novia. Envidié no ser bonito como Olaf, o como Etienne. Se que no puedo envidiar sentirme joven, pues yo disfruté a plenitud la etapa antes de llegar a los tá, pero jamás, que yo recuerde, envidié un talento, aunque fuese superado y me haya tocado ser víctima.
Siempre recuerdo la fábula de la montaña y la ardilla y esa sentencia que lo dice todo: Difieren los talentos a las veces: ni yo llevo los bosques a la espalda, ni Usted puede, señora, cascar nueces.
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