Alguna vez fui un amante furibundo del fútbol. Crecí en el barrio de la Juanita, a escasos metros de donde vivían Julio Modesto Cabrera, David Sarría, Carrazana, El Negri, Elio René y aprendí a quererlos tanto, a ellos y a los de la Selección de Cienfuegos, que no me parecía muy distante la diferencia de la calidad entre ellos y aquellos otros que veíamos en las Copas del Mundo.
Aprendí a querer a Máximo, al Mango, a Bermúdez (padre), a los hermanos Pérez-Espinosa, a Rajadel, a Llorente, Kiki Blake, a Roldán, a Lara, a William Matos, en fin a todos, y por alguna similitud entre mi carácter rebelde y opuesto a las injusticias, cada golpe recibido por ellos y por los que vinieron después, de manos de quienes debieron apoyarlos incondicionalmente, por ser el único deporte colectivo que sacaba la cara por la provincia en aquella época, me parecía una total falta de respeto hacia ellos y en general hacia el pueblo.
Claro que en aquellos tiempos decir cuatro cosas era buscarse un rollo. Por eso ninguno lo hacía. Ni ellos mismos, amparados en el único estímulo posible de lograr, subir a la Selección Nacional, ni los otros, quizás, esperando fueran invitados a cubrir el evento a no-se-donde. Y de la provincia, para arriba, lo que subía era un TODOS ESTAN BIEN y no dudo que en papeles inflaran y falsearan dietas a base de pollo y carne de primera, cuando la realidad era bien distinta.
Por ello, porque lo ví y conviví jornadas donde no había un bloque de hielo para “sazonar” el agua caliente y porque en los días en que empezaba el Campeonato venía no-se-quien a decir que sí, que se podía, que había que dar el ejemplo, y que todo un pueblo estaba detrás, y que era el momento de dar el paso al frente, y todos ellos se miraban y se aguantaban las ganas de expresar lo que por prudencia no podían, es que amé aún más a mi equipo de Cienfuegos de Fútbol.
Porque valía la pena caminar todo el malecón y detenerte a cada rato a disfrutar un trago a pico de botella de cualquiera que te reconocía la labor, porque valía la pena tener en jaque a quienes tiempo después fueron removidos de sus cargos por incompetentes, porque valía la pena sentir un apretón de manos sincero en plena playa de Rancho Luna de alguien de Sta Clara, que no te conocía pero te decía USTED SI QUE TIENE COJONES.
El tiempo fue poco, pero suficiente y aprendí bastante. Aprendí por ejemplo, que ser camaleón es importante si quieres conservar tu puesto. Aprendí que no hace falta estudiar periodismo para estar al frente de un grupo de periodistas. Aprendí que no hace falta saber de muchas cosas, para prohibir. Aprendí también, que no me importaba quien fuera quien, aprendí que el miedo a expresar ciertas cosas es incompatible con la profesión periodística.
Ya ha pasado mucho tiempo. Quizás alguno se duela con esto que escribo. No lo hago por rencillas o por odios flatulentos. Quien me conoce lo sabe. Quien no me conoce debe saber que puedo recibir un bofetón y perdonarlo minutos después.
Lo que pasa es que ahora, y es lógico, en el afán de levantar un monumento a la provincia, y a la verdad, si queremos hablar de Cienfuegos, y hablar de su deporte, habrá que en algún instante mencionar al futbol, pero también habrá que mencionar al remo, o al Curro Leyva, o a Julito González. Habrá que mencionar a los que están y ya no están. De nada servirá empezar de cero, desde ahora, porque la memoria es traicionera, y todos, absolutamente todos, podemos hablar de lo que ocurre, pero conviene recuperar lo que ya no es, para que no quede olvidado, aunque tal vez, alguno se moleste, con que se conozcan los ponches de bicicleta cogidos día a día por el capitán del equipo de la Generación Dorada. De nada servirá omitir y ocultar.
Pido perdón entonces, si en aras de hablar del fútbol cienfueguero, mencioné estas cosas. Pido perdón si hablaré del “Guantanamazo” del que vino de la FCB y del de la prensa. Pido perdón a todos los que han puesto sus nalgas en las tablas de palo - yo también las puse -, pido perdón a quienes quisimos y no pudimos colgarnos el título en el 82´.
Doy gracias a todos aquellos que mencioné al principio, y a Bermúdez hijo, a Yordanys, al Pulpo Quintana, a Pedraza, a Yanko, al Capi, ellos no fueron los únicos que cogieron una mocha para chapear el terreno del Luis Pérez y hacernos delirar días después ante la tropa de Odelín Molina y Yenier Márquez.
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