Disentir… discutir, polemizar…

La palabra se ha vuelto maldita en este lado del Caribe. Tal pareciera que en el idioma de Cervantes quedó solo para calificar a ciertos grupitos, a los que sus amos llaman disidentes y cualquier relativo idiomático está unido por la raíz al comportamiento insano de esos bien o mal pagados, según los aportes de y a los césares en tiempos de modernidad.

Resulta que uno de esos intercambios –en los que se habla mucho, se atiende poco y no se resuelve nada, una reunión, aunque di mucha vuelta- a un ingenuose le ocurrió emplear la palabrita de marras para expresar su desacuerdo con una decisión, que por obra y gracia de quien la dirigía, le pareció lo más acertado y aquel inocente, además de no tomarse en cuenta sus criterios, se llevó la reprimenda por usar el término.

Créame que he escuchado de todo y mucho me resta por oír, porque la falta de inteligencia tampoco tiene límites y en estos tiempos, lamentablemente, los ineptos han tomado las riendas de varios poderes, para socavar la razón de quienes hacen uso racional de sus neuronas, no obstante, aquel regaño me hizo acudir al “mataburros”.

Respiré profundamente al comprobar en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que disentir es no ajustarse al sentir o parecer de alguien, por ejemplo: disiento de tal opinión; relativo a diside o disidente, que se muestra contrario a determinada opinión, creencia, doctrina u organización… En lo personal, aplaudo a quien disiente cuando una causa justa mueve a estar en contra y busca solución a sus preocupaciones; a los que han encontrado en disentir un modo de vida, prefiero llamarles apátridas.

Respeto, incluso, a quien cuestiona la validez de nuestro proyecto social, a quien convencido de sus ideas, piensa que las soluciones no están en distribuir a todos por igual, que la propiedad privada es un estímulo a la competencia o que con un solo Partido no hay más opciones, en fin, para las discusiones francas estamos hechos los humanos… el convencimiento es otra cosa, tiene que ver con los principios de cada quien.

Creo válido también disentir de las tonterías de los enfundados en trajes de ocasión, ideólogos de pacotilla, pretensiosos de la palabra e inactivos por naturaleza, aquellos que intentan imponer su autoridad por decreto y no moral, porque ni son ejemplo y las más veces les falta capacidad de discernimiento, o la pasión suficiente para creer en lo que hacen y cumplen a pie juntillas con aquello de haz lo que yo digo y no lo que yo hago.

Respiré profundamente porque, cuando terminó aquella cita sin sentido ni acuerdo alguno para dar cauce a las soluciones, le dije a aquel que tanto le gusta escucharse hablar –bueno, solo por aquello del don humano- que también disentía de su posición, de su incapacidad para escuchar, de su oratoria insulsa y hueca, de su fingida moralidad y entonces trató de darme algunas lecciones, ya aprendidas, por cierto, de la proximidad del enemigo, de sus intentos por doblegarnos ideológicamente y bla, bla, bla, bla…

Esta vez me convencí de cuánto disiento de la palabrería fatua, del discursillo pasado de moda; no es esa la manera de ganar ninguna batalla y menos si no hay verdaderamente pluralidad de pensamiento, porque la verdad absoluta no está en manos de nadie y es mejor construir entre muchos, porque la obra de uno solo siempre suele ser imperfecta.

Cambiar la mentalidad es todo un reto, y se han quedado atrás los que creen tener siempre la razón, tanto que disentir es estar unido umbilicalmente a los que sin programa alguno y mucho menos prestigio, pretenden vivir sin patria y con amo… esos los llamados disidentes, de los cuales disentimos la inmensa mayoría de los cubanos.

Por Boris L. García Cuartero