Por: El Cojito Bibijagua.
-Siéntese, que le voy a preparar un tinto- dice ella con esa carita feliz que convence a lo que sea, así la negación te esté acomodando las entrañas en el peor de los días.
La primera vez que escuché esta frase en esta tierra sudamericana me vibró el alma por el amor que le tengo a ese néctar fermentado y aromatizado que es para mi, la bebida de dioses y mortales, un vinito de la viña de este mundo.
Portugueses, españoles, o franceses, me da igual. No reparo entre un Verde portugués o una Manzanilla Andaluza, Rioja, Oporto o los del Priorato. Siendo sincero, con un vino se me arreglan los males cotidianos y acumulados. Pero no es ahí donde quiero posar mis ideas, no es precisamente de vinos la puesta de pensamientos en este día.
Ella lo preparó y caliente llegó a mis manos, el tazón del mejor café del mundo. Grande, aguado y transparente.
- ¿Que es esto?- le pregunté a mi otro yo aun dormido.
Menuda manera de estropear el mejor grano universal y recordé el ¨mezclao¨ cubano, ¨cubaniao¨ de cafetería y de mañanitas de desayunos antes de salir de casa. No lo niego, me contradije y hasta la nostalgia me empaló las ganas de llegar físicamente hasta mi casa y gritar en el conjunto de bebedores que ¨el café este está malo con cojones¨, seguido de un ¨ñooo! es chicharo na ma esto¨
Cada cafecito es diferente, en España es malo con mayúsculas al contrario de los Portugueses que le ponen un sello único y el negrito dentro de la taza llega sin dudas a ser unos de los mejores.
-Faz favor, um café cheio e um pingo,- me encantaba decir en esa tierra húmeda y bella que es Oporto.
Las delicias venían juntas a adornarme la imaginación y el ¨pingo¨ me abría las ventanas de mi cara para no contemplar más que la realidad acumulada en ese recipiente blanco y amigo.
Pero más acá sigue ella preparándome el tinto diario, y yo lo quiero, lo bebo y lo vivo. Ya me gusta y lo busco; es diferente y único, pero sobre todas las cosas, el mejor.
Será porque esta tierra tiene sobradas riquezas nutricionales, y por eso los mangos, los kiwis, los tomates, papas y otros productos que no merecen la pena mencionar, se dan mejor aquí que en otros sitios. Las papayas saben a papayas, son de verdad, no han ganado esa superficialidad y artificial característica en forma de fruta.
La variedad colombiana abruma e incomoda, mucho más cuando constatas la miseria durmiendo en la calle, mal comiendo y orinando. Lo presencié cuando Angélica me invitó a unas cervezas y entre tanta belleza arquitectónica en la vieja Bogotá ahí estaba a la vista, ese inframundo citadino, el batallón de mendigos y callejeros recicladores de la decencia. Mi primera visión de la pobreza latente y respirable.
La variedad colombiana abruma e incomoda, mucho más cuando constatas la miseria durmiendo en la calle, mal comiendo y orinando. Lo presencié cuando Angélica me invitó a unas cervezas y entre tanta belleza arquitectónica en la vieja Bogotá ahí estaba a la vista, ese inframundo citadino, el batallón de mendigos y callejeros recicladores de la decencia. Mi primera visión de la pobreza latente y respirable.
Recuerdo a uno que muchos años antes durmió varias noches en el portal del Cine Prado, en la querida Perla del Sur. Como no soy habanero ni santiaguero, solo puedo hablar de aquella visión prematura de la marginación humana, que se me apareció en una de las ciudades que más me gusta. Aquella única interacción visual con la miseria humana, quedó hecha un acto de comedia con la vida citadina y mendiga de Oporto, Tarragona, Barcelona, Madrid, Sevilla, Granada, Roma y ahora Bogatá.
La vieja Europa tiene de todo y Bogotá, además de ser una ateneas en cultura y diversidad, naufraga en la marginación de seres hambrientos y sucios.
Angélica levitaba sin notar la muchedumbre durmiente y recogida. Caminaba a mi lado con esa protección que la costumbre aporta. Sé que le sobra corazón.
Está tierra tiene de todo también, papayas, mangos y papas y ella me pregunta si quiero tinto y ya caigo en la directa idea del mejor grano del mundo. Sonríe y yo me escudo tras esa carita feliz que me regala, como si nada malo saliera tras esos ojos que miran de frente.
Yo bebo, y me emborracho con el mejor de los cafés, pensando en el único mendigo de mi vida cubana y en los que me han regalado en estas tierras.
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