lunes, 4 de marzo de 2013

Ariagna, el sexo y yo.




Por: El Cojito Bibijagua.

No recuerdo la edad que tenía, siquiera la escuela en la que estudiaba, las asignaturas y las tareas que nunca hice. No me llega a la memoria si vestía con aquellos pantaloncitos hechos de sacos de harina y teñidos en los calderos de la cocina, o si era la época en que los tirantes estaban de moda o los pre-lavados.
Solo recuerdo la mañana y el frío que hacía, pero no porque me molestara la piel y los huesos, sino por la imagen de sus pechos esbeltos y grandes, montañosos, prepotentes, deseables.
Recuerdo que no me gustaba ella y me refiero a su esencia, solo me gustaba su sexo, su pubertad adelantada y mercenaria, las ganas con que contoneaba sus caderas y el proselitismo de sus nalgas entrenadas. 
Muy niño era yo para esa trigueña despampanante y suculenta. Fruta fresca de mis noches mojadas, meretriz de mis fábulas recreadas en las sábanas de mi cama.
La vi ese día y como siempre me quedé callado, mirándola y deseándola en los dos metros que nos separaban; ella abanicó su pelo negro y largo; en su espalda se dibujaron mis labios y el deseo en ellos cuando llegó  el encontronazo y la emancipación de mi sexo inmaduro, al mismo tiempo que  mis pupilas se clavaron en sus pezones rebeldes y desnudos. Me abordó el frío de la impotencia y el calor del deseo me protegió.
-Ariagna, que...- traté de decirle pero me frené.
- Dime, que ando apurada, voy a casa de Yaima que tenemos que practicar para la gimnasia- espetó sin condolerse de mi agonía.  
Enmudecí por un siglo y ella se fue volando ante mis ventanas verdes y borrachas de tanta exquisitez.
No la seguí, recuerdo que hacía frío y me contenté con la flagelación personal en mi soledad protegida. 
Ariagna, Ariagna, que tetas, que nalgas.

-Raaúlll... señora, ¿Raúl se encuentra?- escuché en mi cuarto horas después.
-Rauli, te busca una compañerita de la escuela- dijo mi mamá con un tono salvador y conspirativo.
- Voy mamá- grité cuando ya estaba en la puerta de la casa. 
- Eh, ¿pasa algo?-pregunté.
- ¿Me puedes acompañar a casa de Belén?
-Claro- me apunté como buen servidor.
Y doblando la esquina en esa sombra bendita que da el pino en la noche, a la orilla del Círculo Infantil, sentí la incisión de sus labios en mi boca, y su lengua tocándome las ganas de un orgasmo prematuro y anticipado.
Me dejó respirar y encontrarme con la realidad desenfundada, mi cabeza mataba neuronas a quemarropa y su voz me llegaba como la salvación en el mar tormentoso de mis eyaculaciones anunciadas.
-Si no lo hago, jamás te atreverías- me dijo mientras su lengua saboreaba no sé qué de mis orejas.
Y quedé sordo, mudo y tonto.
- Es que... deja que te explique- balbucee.
Y sus pechos ya estaban en mi cara, en mis ojos, en mi boca, en mi alma.  Y no me importó más nada, ni el frío que no existía, ni la posible observación ajena.
Me recordó que era hembra, y muy hembra, que su sexo era deseado y cuidado, que yo era su fiel amante esa noche de locura improvisada en la que me llevaba a sus brazos de afrodita sureña.
Caminamos unos pasos más y traté de convencerla que detrás del Círculo la discreción era la favorita del barrio, pero ella alegó que aquella sombra nocturna y legendaria le acariciaba el deseo de una penetración calculada y silenciosa.
No recuerdo la fecha, ese día amaneció temprano para mí, no hubo puesta de sol, ni estrellas colgando del cielo con cocuyos desafiando el manto negro del barrio. Pero indudablemente se paró el tiempo ensordecedor y con él, toda mi prolongación sexual desentrenada, cuando disfrutaba del néctar de su piel y la saliva embriagadora de sus labios, los suspiros, las promesas, los me gustas con ‟pinga” y con todo, y yo me enamoraba de su sexo, de ella y también de su gimnasia, salvadora de mis placeres.
Diosa divina, recuerdo que le decía, con cada empujoncito descompasado y aprendiz. Gritaba en silencio un ‟ cásate conmigo mujer”  y se me detenía el tiempo con el corazón corriendo.
No nos volvimos a ‟ver” más. Ella me enamoró y me dejó mientras yo la amé y la adoré, hasta que pasados muchos años nos miramos y entre nos apareció el sexo de ocasión  y la pregunta de cuándo fue.
La verdad no recuerdo cuando sucedió o si aconteció lo de Ariagna, el sexo y yo.            

1 comentario:

  1. Mi hermano tu profesionalidad es de solo hablar de temas sexuales y hacer el amor con alguien, no te das cuenta que habla mucho de tus pensamientos. Hay muchos otros temas de que hablar, ese solo no existe-

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