Por Boris L. García Cuartero
Volvimos a reunirnos los profesionales de la prensa en Cienfuegos, para denunciar los traspiés que nos impiden hacer la crónica de la Cuba de hoy, con sus virtudes, pero también con los defectos, esos que nos hemos propuesto erradicar y que una vez al desnudo en los medios de comunicación, harían repensar a más de uno.
Casi que me los esperaba, pues son los mismos de hace unos años atrás –unos cuantos años atrás- y las impedimentas son iguales, aunque nos propongamos cumplir con el rol social que por mandato popular tenemos y al que nos debemos, sin compromisos individuales, sino con la obra toda, imperfecta, pero la nuestra.
Pudiera decir, incluso, que un poco más subidos de tono –tanto va el cántaro a la fuente… diría que con más energía, porque molesta el irrespeto de quienes se adueñan de la información, de quienes se inventan prohibiciones y autorizaciones de “más arriba” para compartir con el pueblo cuestiones tan elementales como el trabajo de una escuela para niños sin amparo filial…
O quienes se atribuyen la autoridad para decirte lo que quieren y que tu repitas lo que a esos les conviene, amparados en una cincuentenaria retórica de la cercanía del enemigo ideológico y de su acecho permanente para desprestigiar, tergiversar, atacar y hasta enredar… pero –y todo esto es verdad-, más daño hace no decir lo que el pueblo quiere saber, entonces cabría volverse a preguntar lo que un colega se cuestionó ¿para qué servimos?
Coincidimos en que, pese a los pronunciamientos del Presidente cubano Raúl Castro, el secretismo goza de buena salud y cambiar la mentalidad tiende a convertirse en otra frase hecha, si no se transforma la manera de pensar de algunos –decisores y directivos-, para entonces volvernos a reunir mañana o pasado mañana y tener que repetir lo mismo, exigir lo mismo y reiterar que seguiremos comprometidos con lo mismo…
Reconocemos los retos que nos imponen las nuevas tecnologías, la introducción consciente o no de otras miradas y formas de hacer de la información una necesidad cotidiana, sabemos que debemos asumirlo con lo poco que tenemos, pero de nada nos valdrían los medios tecnológicos si seguimos con nada que decir, salvo todo aquello que nos llena las jabas en el mercado, los planes cumplidos, las metas alcanzadas, las irrenunciables conquistas de salud y educación gratuitas o banderas y reconocimientos, merecidos, si, pero no más que el cumplimiento del deber.
Comenzamos otra etapa –por aquello del exorcismo en reuniones del gremio- y queremos convencernos de que habrá mayor comprensión, de que se abrirán las puertas a la información, de que nadie tomará como ataque personal la denuncia oportuna del camino torcido; seguimos con la idea de que nuestro trabajo sea el reflejo fiel del lugar donde vivimos, sin adornos… y no nos cansaremos hasta lograrlo.
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