por Roberto A. Lamelo Piñón
En estos días de aparente calma he revisado un poco la historia de los mundiales de Fútbol. Me he reencontrado con aquella famosa tanda de penales entre Francia y Brasil... he visto una vez más la alevosa entrada al francés Batiston por parte del portero alemán Schumacher (el francés perdió parte de su dentadura)... he vuelto a ver el codazo de Tassoti al español Luis Enrique, que sangraba como una vaca apuñalada con el tabique roto y el arbitro ni chistó... he visto el gol que le anularon a Joaquín en el Mundial de Corea... he visto de todo, o casi todo de lo que recordé como momentos memorables del fútbol. He visto infinidad de goles, pero solo he volví a vivir 2 partidos. Ambos del 1986. El Argentina-Inglaterra y el Argentina-Alemania.
En esa época yo era un pichón de amante al fútbol, y Maradona llegó a ese Mundial con la deuda inmensa ante una prensa y un público que, decían era el mejor jugador del Mundo, pero no acababa de dar el Diego, el Do de pecho dentro de una cancha con la Selección Nacional.
Del gol aquel con la mano ante Inglaterra, pasó luego al sacrificio total en la final contra Alemania. En este último partido vencian dos por cero y a escasos minutos del final entró un jugador emblemático del fútbol alemán: Karl Heinz Rumanigge, que no alineó en ese partido de titular por estar con serios problemas, pero la nave teutona se hundía y su entrada a la cancha se hizo necesaria. Rumanigge anotó el del 1 a 2 y su fuerza y empuje fueron determinantes en el empate a 2. Argentina se derrumbaba.
Fue entonces cuando otra vez volvió a aparecer ese genio llamado Maradona, y herido en su orgullo propio, le dijo a Burruchaga y a los chicos: "Vamos, vamos, no ha pasado nada, a empezar de cero de nuevo" Pocas personas tienen esa capacidad de liderazgo, esa determinación, esa fuerza en el espíritu, ese sentido del martirio y de la inmolación. Minutos después, entre tres marcadores teutones Maradona, sin bajar el balón al suelo le hizo el pase de la gloria a Burruchaga, que anotó el gol de su vida. Argentina ganaba la final 3 a 2...
Pero el verdadero genio de Diego A. Maradona se había hecho presente días antes ante una Bélgica desmoronada, después de haber bajado a Dios desde el cielo, y ponerlo en la cancha en aquel partido de muerte ante Inglaterra. Aún Argentina estaba herida por los sucesos de las Islas Malvinas y había que lavar esa afrenta. Los latinos somos así de pasionales. Todo lo asociamos con todo.
Si humillante para Inglaterra fue aquel 1er gol convertido con una mano que ni en la cámara lenta pudo verse que fue mano, aquel segundo, fue la pieza que cerró el concierto de violines. A Diego le llegó el balón unos metros detrás del círculo central, se dio media vuelta y comenzó aquella cabalgata histórica. En el giro, se quitó de golpe a dos marcadores, luego un 3ro, luego un 4to, por último mandó para el hospital a un Shilton cuarentón que se regó sin fortuna sobre el césped, para finalmente aguantar la marca de un 6to defensa q venía a su costado y anotar aquel gol que aún se recuerda como el mejor gol en la historia de los mundiales.
El gol de por sí valía todo el PIB de la Argentina en ese 1986. El de toda America Latina y en Cuba, también se vivió aquel triunfo como si fuera un triunfo de una escuadra cubana de fútbol.
Años después Jorge Valdano, uno de los compañeros de la escuadra albiceleste, entrevistado por un periodista recordaba aquel momento. Valdano, para quien sin dudas Maradona ha sido el mejor jugador de fútbol de la historia contaba que, tras el partido, Diego le comentaba lo difícil que le había resultado anotar aquel gol. Valdano le "reprochó" con modestias inmensas a su ídolo el no haberle pasado el balón.
- Pibe, le dijo a Diego, yo venía acompañándote solito por el segundo palo, pero Vos no me viste..
Entonces Diego le dijo: "Yo si te vi, lo que pasó fue que cada vez que intenté acomodarme para pasarte el balón, se me atravesaba una pierna inglesa..".
Valdano, tuvo la delicadeza de revisar aquel video una, dos y hasta tres y diez veces. Jamás pudo ver un momento, un segundo, una fracción de segundo, en la cual Diego hubiese levantado su cabeza para ver a su compañero, como el genio le atestiguara en el vestuario.
- He visto ese video una y mil veces, le confesaba Valdano al periodista, no hay un solo momento en que Diego pueda haberme visto. No lo hay... jamás levantó la cabeza, pero yo se que me vió. No se cómo, pero se que lo hizo.
Y sonrió ligeramente, sacudió su cabeza. Habían pasado ya muchos años de ese Mundial y Valdano aun no sabía explicarse la magia.
Los genios son así... aparecen, como aquel único balón que pudo tocar con claridad Diego cuatro años después frente a Brasil en el Mundial de Italia 1990. Aquel pase que le dio a Caniggia... aquel gol que hundió a un Brasil que habia dominado, 89 minutos de juego. Pero esa historia se las contaré en otra ocasión.
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