por Roberto A. Lamelo
Quiso la fortuna,
o la poca fortuna en todo caso, que uno de los mejores atacantes del Mundo en
aquel 1990, Andrea Carnevale, italiano, entrara a la cancha en aquel primer
partido que jugó su selección en el Mundial del 90´ con un chino enganchado en
la espalda, no digo yo detrás.
En aquel primer
juego, Carnevale falló goles como un colegial quinceañero y el técnico italiano
metió mano al jugador más controversial del equipo: Salvatore “Totó” Schilacci,
goleador de 2da, mejor dicho, goleador de primera, pero que militaba en la 2da
Categoría del Fútbol Italiano. ¿Las razones de la discordia? Era muy limitado
técnicamente, pero haciendo goles, que es para lo que está un delantero, los
hacía. Y bastante. Totó vivía y moría en el borde del fuera de juego pero una
de ellas agarraba y definía, como hizo en efecto esa tarde, que anotó un gol de victoria y selló su titularidad sobre Carnevale, quien era indiscutiblemente mejor jugador que él.
Schilacci fue la salvación, y la revelación de
Italia en ese Mundial. Fue el máximo anotador por Italia, fue su bujía, pero
esa tarde del partido ante la actual campeona del mundo, a pesar de haber anotado el gol que le daba
temprana ventaja sobre los argentinos, él no fue la figura. Sino el número 15.
Un 15 que después sería 10. Roberto Baggio, un jovencito que estaría llamado a
ser figura en el Mundial siguiente. Genio y figura. Y también Judas, pero eso
ocurrió 4 años después.
Argentina había
jugado días antes un partido terrorífico ante Yugoslavia. Había jugado en
superioridad numérica y no había podido concretarla. Entonces
tuvo que recurrir a una tanda de penales donde, Goycochea, una vez más, se erigiría
figura, parando sendos penales a los yugoslavos. El desgaste físico de los argentinos, la
seguridad del catenaccio italiano, el
estar invictos, el jugar con su público, le daban lógicas condiciones de
favoritos a los mediterráneos, pero del otro lado estaba un Diego conectado, jugando delante de su público en el estadio de San Paolo en Nápoles, un Nápoles que era campeón de Liga gracias al argentino... Diego era, conocedor como pocos, de aquel fútbol. En las gradas los sentimientos estaban encontrados. Nápoles esa tarde, era toda Italia. Italia toda era Nápoles.
También estaba por Argentina, una vez más lo menciono,
Goycochea.
Por los
italianos, Baggio fue la máxima estrella durante todo el partido. Fue el
jugador más desequilibrante, mientras que en la defensa, Franco Baresi
confirmaba lo que de sobras todo el fútbol mundial sabía. Era el mejor allá
detrás. Donde él jugaba, ni los ratones
pasaban. Walter Zenga en la portería era otra garantía para la victoria.
Pero…
El fútbol tiene
sus cosas y Zenga, portero notabilísimo y muy seguro, tuvo un momento gris.
Tras un centro corto y a media altura de Olarticoechea, en una jugada iniciada
por Maradona, Walter salió a cazar mariposas y otra vez más, el rubio pelú de la cintica, Caniggia, se
encontró con el balón. Fue un golpe de suerte, despeinado, una pelota que se
encontró con su cabeza, porque el gaucho apenas tuvo tiempo de girar su testa.
La golpeó hacia atrás, sin saber, y Zenga que no se esperaba la llegada de este
ante la prestancia y solvencia de sus defensores por arriba, fue sorprendido.
El balón terminó en el fondo de las redes y hubo que seguir jugando. Par de
tiempos extras para arribar a una tanda de penales, en la cual, cualquier cosa
podía suceder. Argentina tenía un buen portero, pero ellos, los italianos
tenían excelentes cobradores de penal. Bueno…
Yo nunca supe
porqué un jugador tan triste como Aldo Serena, se coló en esa ronda fatídica.
Nunca me gustó su estilo de juego. Realmente en ese Mundial y casi siempre
durante toda su carrera fue más bien un jugador de segunda mano y a ese 5to
disparo fue, de piernas cansadas y con el miedo reflejado en el rostro.
Anteriormente un Roberto Donadoni, excelente jugador, de los mejores que ha
tenido Italia en su historia, había fallado un disparo e Italia, ante el penal
anotado por Diego, estaba contra la pared.
Al punto penal llego Serena,
marchito, presionado y al fallar, las cámaras se hicieron cómplices de su entierro.
Italia había encontrado un culpable para su angustia. Como mismo lo encontraría
4 años después en la figura del hombre que prácticamente fue el que los puso en
semifinales: Roberto Baggio. Pero de ese partido hablaremos en próximas
ocasiones.
Maradona festeja el gol anotado por Claudio Caniggia.
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