por Roberto A. Lamelo
Berlín Oriental, 1984, la Stasi, la policía política de la República Democrática Alemana, vigila cada día, a cada hora, la vida de los alemanes. Gerd Wiesler, alias HGWXX/7, capitán de la Stasi dedica las horas completas de su jornada laboral a la vigilancia de un reconocido dramaturgo fiel al régimen comunista. Un equipo de espías de la Stasi cablea la vivienda del escritor, plagando el lugar de micrófonos ocultos, y dispone la central técnica de vigilancia en el sótano del edificio.
Esta es, a grandes rasgos el tema de una de las mejores películas que yo haya visto en los últimos años. Para los detractores de los filmes alemanes – he de reconocer que el fuerte sonido gutural del idioma alemán es molesto en algunos – les tengo una noticia: se están perdiendo un excelente film, que nos atrapa desde el mismo comienzo.
La Vida de los Otros cuenta la historia de un oficial de la Stasi, la policía secreta alemana del régimen comunista de la República Democrática Alemana, que recibe el encargo de vigilar y espiar a la pareja formada por un importante literato y una famosa actriz. La trama se sitúa cinco años antes de la caída del Muro de Berlín, y se ocupa de la severa vigilancia a la que fueron sometidos los habitantes de la RDA, donde se dice que uno de cada tres ciudadanos era “informante no oficial” de la Stasi.
El objetivo de HGWXX/7 era verificar la conexión del intelectual con los disidentes del régimen. Termina encontrándolo, a expensas de vigilar la vida de los otros, descuidando, o quizá evitando, vivir la suya. HGWXX/7 es un hombre inflexible y convencido de sus principios comunistas en los que el régimen está por encima de todo. Sin embargo debajo de cada impávido gesto se engendran cambios en su personalidad que con posterioridad hacen que cada pequeña variación en su rostro sea traducida perfectamente por el espectador para descifrar los sentimientos de tan adusto personaje. La Vida de los Otros nos da cuenta de una sociedad vigilada, un estado todopoderoso que se inmiscuye arbitrariamente en la vida de los habitantes de la por entonces Alemania Oriental pero que bien pudiera ser hoy mismo en cualquier lugar de este planete. Nos expone un modelo anacrónico de vigilancia estatal, la vigilancia personalizada propia del siglo XX y la Guerra Fría, un modelo de vigilancia que demandaba proporcionalmente grandes recursos, dedicación de equipos técnicos y de personal y la definición de una persona a vigilar a partir de alguna característica propia: una opinión, una actividad política, o como retrata el film, una cuestión personal.
Berlín Oriental, 1984, la Stasi, la policía política de la República Democrática Alemana, vigila cada día, a cada hora, la vida de los alemanes. Gerd Wiesler, alias HGWXX/7, capitán de la Stasi dedica las horas completas de su jornada laboral a la vigilancia de un reconocido dramaturgo fiel al régimen comunista. Un equipo de espías de la Stasi cablea la vivienda del escritor, plagando el lugar de micrófonos ocultos, y dispone la central técnica de vigilancia en el sótano del edificio.
Esta es, a grandes rasgos el tema de una de las mejores películas que yo haya visto en los últimos años. Para los detractores de los filmes alemanes – he de reconocer que el fuerte sonido gutural del idioma alemán es molesto en algunos – les tengo una noticia: se están perdiendo un excelente film, que nos atrapa desde el mismo comienzo.
La Vida de los Otros cuenta la historia de un oficial de la Stasi, la policía secreta alemana del régimen comunista de la República Democrática Alemana, que recibe el encargo de vigilar y espiar a la pareja formada por un importante literato y una famosa actriz. La trama se sitúa cinco años antes de la caída del Muro de Berlín, y se ocupa de la severa vigilancia a la que fueron sometidos los habitantes de la RDA, donde se dice que uno de cada tres ciudadanos era “informante no oficial” de la Stasi.
El objetivo de HGWXX/7 era verificar la conexión del intelectual con los disidentes del régimen. Termina encontrándolo, a expensas de vigilar la vida de los otros, descuidando, o quizá evitando, vivir la suya. HGWXX/7 es un hombre inflexible y convencido de sus principios comunistas en los que el régimen está por encima de todo. Sin embargo debajo de cada impávido gesto se engendran cambios en su personalidad que con posterioridad hacen que cada pequeña variación en su rostro sea traducida perfectamente por el espectador para descifrar los sentimientos de tan adusto personaje. La Vida de los Otros nos da cuenta de una sociedad vigilada, un estado todopoderoso que se inmiscuye arbitrariamente en la vida de los habitantes de la por entonces Alemania Oriental pero que bien pudiera ser hoy mismo en cualquier lugar de este planete. Nos expone un modelo anacrónico de vigilancia estatal, la vigilancia personalizada propia del siglo XX y la Guerra Fría, un modelo de vigilancia que demandaba proporcionalmente grandes recursos, dedicación de equipos técnicos y de personal y la definición de una persona a vigilar a partir de alguna característica propia: una opinión, una actividad política, o como retrata el film, una cuestión personal.
Esta implementación de la vigilancia personalizada por parte del Estado en una sociedad democrática supone la mediación del debido proceso que garantice los derechos fundamentales, por lo que cada acto de vigilancia personalizado debe ser mediado por al menos una orden judicial. La historia de los países democráticos indica que el derecho a la privacidad está reconocido en instancias constitucionales que prohiben expresamente la intromisión del Estado en las viviendas, los papeles y correspondencia y en general en la vida de las personas sin que medie garantía y orden judicial, pero en la Alemania de 1986 no sucedía así. En muchos de los países, hoy en día, no sucede así. Hay cierto desgarro, cierta violación de la ética de la privacidad. La Vida de los Otros en 1986, es tan actual como la vida de nosotros mismos en este 2013.
Pero por encima de eso, la película nos habla de la soledad del individuo, de aquel que estructura su existencia alrededor de una idea y el desasosiego que resulta al contemplar como las anteriores y válidas convicciones se hacen añicos, como todo se desmorona.
Profunda, cargada de ritmo, consigue imbricar suspense y tensión con una epidérmica revisión de los principios de los individuos, de las consecuencias de la falta de libertad, de la obsesión por el control absoluto en los detalles más nimios cuando en realidad hasta la propia existencia se escurre entre las manos.
Juan Villoro . escritor y periodista mexicano, bien conocido en el gremio intellectual mexicano, latinoamericano y español por muchos años nos cuenta del film
Al verla, recordé mi último episodio en Berlín Oriental, ocurrido en el año en que se ubica la película: 1984. Pocos días antes de volver a México, el amigo de un amigo de un amigo me pidió que fuera a verlo a una iglesia evangélica. Nos reunimos en una oficina donde él habló en la voz baja de la disidencia y me pidió que llevara un paquete con documentos a Berlín Occidental. “Sé que puede ser difícil para usted”, comentó, más por cortesía que por otra cosa. Los diplomáticos traficaban con bebidas sin que nadie los molestara. Bastaba mostrar nuestro carnet rojo para cruzar el Muro sin problemas por la garita de Check-point Charlie. En cambio, para ellos, una delación de mi parte podía ser decisiva. Una frontera insalvable nos separaba con mayor fuerza que el Muro. Los habitantes de la rda vivían bajo escrutinio; cada palabra podía torcer sus días. Nosotros, los extranjeros (y especialmente los diplomáticos) jamás compartiríamos esa existencia en vilo.
Acepté hacerme cargo de los documentos, sin saber qué decían, guiado por la confianza que me inspiraba esa persona, y sobre todo, por la confianza que depositaba en mí.
Dejé el paquete con un contacto anónimo en Berlín Occidental. No volví a saber del asunto hasta muchos años después, cuando ya se había consumado la reunificación alemana. Durante la Feria del Libro en Frankfurt se me acercó una mujer de pelo cenizo y dijo: “Usted nos trajo los papeles”. Alcancé a ver el brillo en sus ojos antes de que se perdiera en la difusa multitud de las ferias.
Ningún texto mío tendrá el valor estratégico de esas páginas que no llegué a leer. Repaso el episodio como un aleccionador símbolo de mi oficio: el mensajero no conoce el alcance de las palabras que transporta. Eso pertenece a la vida de los otros.
La historia de los países democráticos indica que el derecho a la privacidad está reconocido en instancias constitucionales que prohiben expresamente la intromisión del Estado en las viviendas, los papeles y correspondencia y en general en la vida de las personas sin que medie garantía y orden judicial, pero en la Alemania de 1986 no sucedía así. En muchos de los países, hoy en día, no sucede así. Hay cierto desgarro, cierta violación de la ética de la privacidad. La Vida de los Otros en 1986, es tan actual como la vida de nosotros mismos en este 2013. - See more at: http://www.cienfuegoshoy.com/2013/08/la-mejor-pelicula-alemana-de-todos-los.html#sthash.jjojluQg.dpuf
ResponderEliminarEn el plano puramente cinematográfico y personal, tengo que confesar que esta es, también para mí, una de las mejores películas que se han hecho en los últimos diez o veinte años. Yo salí del cine llorando, obviamente por lo cerca que me toca. Desgraciadamente la realidad de la que habla "La vida de los otros" es el día a día en Cuba. Pero sería muy osado por mi parte, por mis deficientes conocimientos del cine alemán, decir que es la mejor peli alemana de todos los tiempos. Para ello tendría que volver al gran Fassbinder, Verhoeven y unos cuantos más que no he vuelto a ver desde que salí de Cuba, hace más de diecisiete años. Sin duda se la recomendaría a cualquier cinéfilo. Este es cine del bueno, del que te deja sin aire en los pulmones y con una punzada en el estómago. Gracias por el artículo
ResponderEliminarGracias por compartirlo en mi muro, Lamelo. Aquí partes de una premisa con la que no estoy de acuerdo: la vigilancia a la que estamos sometidos como ciudadanos. Creo que no tiene nada que ver la vigilancia que se plantea en la película que la que tenemos todos cotidianamente. Me explico: la vigilancia a la que sometían a sus ciudadanos los países comunistas y los regímenes totalitarios en general, están exentos de garantías constitucionales. Además de la desinformación de la que se parte para ejercer esa vigilancia porque el individuo vigilado es ajeno a tal hecho. Me pongo en Cuba, donde probablemente es proporción del uno de cada tres ciudadanos informante se haya superado hace años. En Cuba sabes que te vigilan y qué? No tienes a donde ir a quejarte, a platear una denuncia porque se han vulnerado tus derechos ni cosa parecida. No existe derecho alguno sobre tu privacidad y es uno de los aspectos más dolorosos que plantea "La vida de los otros." En China y Corea del Norte, más de mismo. Dónde te quejas de que tu vecino te chivatee porque el olor que sale de tu cocina es a carne de ternera frita y la policía viene al día siguiente y te desmantelan la nevera? No existe ningún lugar donde puedas refugiarte. Eso, en las democracias occidentales no pasa, según mi punto de vista. Yo sé, en Madrid, sé que en el centro de la ciudad tengo una càmara de seguridad casi en cada esquina. Lo sé. Puedo pasar por ahí o no. Pero para empezar lo sé. Y para colocarlas ahí antes de ha debatido en el parlamento regional la idoneidad y legalidad de hacerlo. También sé que se me puede vigilar a través de las redes sociales, mi teléfono, etc. Y, si me entero de que la información qe se ha obtenido se usa indebidamente, puedo denunciar y exigir mis derechos constitucionales. No sé si me explico. He hablado de uno de los aspectos de contenido de la peli. Ese que quizás duele más porque a partir de ahí empieza el desmoronamiento de todo lo demás.
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