por Roberto A. Lamelo

Si cada vez que fuera a escribir, tuviera que sentarme a pensar como se sentirían “Pedro, José y Juan” seguramente no tuviera nada que contar.  No se porqué la gente ahora, después de viejos, les da por sentir pena, arrepentirse, refunfuñar,… incluso – y peor – olvidarse. O pretender que lo han olvidado. Soy sincero. No se me ofenda ninguno. Como diria Alvarez Guedes: No seas comemierda chico!

A ver, no puedo pensar que Consuelo, se ofendería porque yo haya contado como fue que sus espejuelos salieron volando en el Coney Island. Y si digo que “fulanito”, cuando cursaba el 6to grado participó en un acto de protesta contra unos que se querían ir del país, “fulanito” no tiene porqué ofenderse, en resumidas cuentas éramos unos niños y nos decían coge pa aquí y coge pa allá y ni siquiera chistábamos.
A fin de cuentas, si nuestro pasado anda oculto, o algo anda oculto de él, más bien debe ser porque, en muchos casos no existía digamos, “el soporte técnológico” para atestiguarlo y porque, es sabido, no todos tienen el talento y la memoria para recoger, y guardar para la posteridad, toda la Gloria o “la ingloria” de una persona o de un grupo de ellos. Es por ello que me cuido –y como gallo fino – de contar historias que puedan herir los sentimientos de quienes antes no la pensaron dos veces para brincar un muro, caminar por un alero y ponerse los espejuelos de palo, y luego, se vanagloriaban de haberlo hecho, hasta que un día, cuando cumplieron 20 y tantos y se casaron decidieron dejar todo eso a un lado y… cuidado con contar esa negra historia. 

A mi no me molesta a estas alturas que mi amigo Luis Alberto salte con la anécdota del día en que caminé en calzoncillos desde su casa a la mía, o que alguien de la ESVOC diga que tenía 16 años y no había visto un toto en mi vida. Lo más cerca que estuve de ver “uno” fue en una Revista Playboy que a escondidas el negro Moya nos enseñó una tarde mayo allá por el 1983. En revista…pero el primero como tal, delante y palpable lo tuve en el 87. Tener sexo antes era de tipos duros y yo siempre fui un flaco bastante tímido.

Lo peligroso de no ejercitar la memoria es que con el tiempo uno olvida el primer beso, o el primer “sexo” . Lo peligroso de querer enterrar el pasado es que este, tarde o temprano sale a flote, y yo – al menos yo – prefiero que me cuenten la verdad desde un inicio, y que no me den rodeos,… también odio que me pidan ayuda para encontrar una semilla y que luego no me digan donde fue que sembraron la flor. Odio los puritanismos, odio los energúmenos, incluso no transijo con quien ahora lea esto que escribo y diga: “eso de energúmeno fue conmigo” No me gusta quien no sabe leer, ni agradecer.

No me gustan las falsas apariencias. De nadie. No me gustan quienes se hacen las víctimas y disfrazan el discurso del asesinato a conveniencia, de modo tal que aparezcas tú como el victimario.

Si algo he aprendido, es que  el tiempo suele poner a cada cual y a cada cosa en su lugar y lograr hacer valer la justicia. Incluso en modos que yo no me lo esperaba.

Ya Olguita, visionaria, me había advertido un día sobre incluir nombres reales en historias reales. En mi favor, argumenté que estaba seguro, esa persona no se ofendería en lo más mínimo, si veía su nombre reflejado. 

Lo que ella nunca me advirtió fue que, incluso aquí, en la más absoluta libertad y democracia, y pasados más de treinta años, las personas optarían por usar una máscara que los protegiése de la historia, siempre presente e inquisidora.

Y de esa, nadie escapa. Ni Mandrake el Mago.