por Roberto A. Lamelo
Pocas veces uno
tiene la oportunidad en la vida de conocer al Diablo y a Dios. Mucho
menos cuando es una misma persona quien los encarna.
Quien
vio el Mundial de USA 94' lo recordará por millones de cosas. Entre
ellas, el autogol de Andrés Escobar - autogol que le costó la vida unos
días después en su natal Colombia -, el codazo propinado por Tassotti a
Luis Enrique, partiéndole el tabique, (el árbitro no cantó penal y cantó
a favor de los italianos), o aquel otro codazo, el peor de todos, que
le propinó el brasileño Leonardo a un jugador americano. Tan fuerte fue,
que el jugador cayó sobre la cancha y empezó a convulsionar.
Pero el 94´será recordado quizás por los goles de Romario y los de Bebeto (su famosa celebración de simular mecer a un bebé también será recordada), por unos penales fallados en la final y por Roberto Baggio. El jugador italiano venía precedido por la justa fama de haber sido seleccionado el mejor jugador europeo del año anterior, pero así y todo, no era de la preferencia del técnico de la Selección Nacional Italiana, Arrigo Sacchi.
Pero el 94´será recordado quizás por los goles de Romario y los de Bebeto (su famosa celebración de simular mecer a un bebé también será recordada), por unos penales fallados en la final y por Roberto Baggio. El jugador italiano venía precedido por la justa fama de haber sido seleccionado el mejor jugador europeo del año anterior, pero así y todo, no era de la preferencia del técnico de la Selección Nacional Italiana, Arrigo Sacchi.
Sacchi, no lo digo yo, lo dijo hasta él
mismo, no tenia a Baggio como santo de su devoción. No le gustaba, no
encajaba en su sistema técnico, y por testarudo, por no ponerlo, por
poco Italia ni clasifica a la 2da fase. Sólo se salvaron los italianos
por un jugador: Roberto Baggio. Fue gracias a él, que Italia fue
avanzando - y porque claro, es Italia también ¿no? - y pasó de octavos a
cuartos, de cuartos a semifinales, Baggio anotando goles... de
semifinales al cruce por el oro, y del cruce a discutir el primer lugar
contra Brasil.
En el partido anterior a la final,
Baggio salió lesionado del partido y se temía su participación en la
final. Sacchi había tenido que tragarse en seco su arrogancia y su
papel... ¡ni Dios podía sacar a Baggio de esa alineación! pero un exceso
de trabajo, y un defensa con malas pulgas, mandaron a Baggio al banco
en ese penúltimo partido. ¿Jugaría la final?
En el
Rose Bowl de Pasadena, ante más de 94 mil espectadores se jugó aquel
partido dramático, que enfrentaba al fútbol práctico europeo vs el
fútbol creador de los cariocas. A pesar del esfuerzo de ambos equipos en el
tiempo reglamentario y en la prórroga, terminaron ambos empatados a cero
gol y fue necesario ir a la angustiosa tanda de tiros penales para
definir un ganador.
Marcio Santos, el central
brasileño abrió fallando su tiro y si no se dolió tanto fue porque
anteriormente, Franco Baresi, un hombre que nunca fallaba penales, falló
el suyo mandando el balón a las nubes y no a la puerta que defendía
Taffarel. Luego Romario, Branco anotaron por los auriverdes, al igual
que Albertini y Evani lo hicieron por los azurri. Le tocó el turno a
Massaro, y este falló. Dunga puso delante a Brasil y le tocó el turno a
Baggio.
No se que fue más triste, si su ejecución o su
cabeza caída, mirando al césped, tras fallar el disparo o fallarlo del
modo estrepitoso en que lo falló. Mientras Brasil festejaba e Italia
lloraba, un Baggio acalambrado se retiraba entre sollozos del campo.
Había puesto a Italia en la final, él, sí, él, nadie más, no había
podido anotar en este partido final, ... había fallado un penalty y ya
se imaginaba quizás a la guillotina de la prensa italiana sobre su
cabeza. Aunque hubiese anotado, si el que venía detrás por Brasil lo
hubiese hecho, Brasil hubiese ganado, pero Baggio falló. Brasil ganó, y
aquel jovencito de ojos claros, de nariz larga y puntiaguda y con
coletilla fue sentenciado a la pena capital. Había sido Dios antes de
ese partido, pero cuando su pie derecho envió el balón por encima de la
porteria, Lucifer bajó a la tierra, se quitó el traje, se lo puso, le
dio el tridente y le susurró bajito en el oído: Dios te salve, Bambino.
No
fue su último mundial. También jugó algunas campañas más en la liga
italiana, pero desde ese 17 de julio de 1994, Baggio fue más bien una
sombra. Si alguna calurosa acogida tuvo después en su vida futbolística,
fue la que recibió en Bologna, un equipo que se debatía entre la vida y
la muerte y que lo acogió como un hijo en la temporada del 97 al 98
donde jugó 30 partidos anotando 22 goles. Venía de un Milan, al cual
arribó, golpeado por el dolor del Mundial del 94, donde apenas en 2
temporadas jugó 51 partidos anotando SOLO 12 goles.
Es
cierto que volvió a la Nacional (gracias a su excelente labor en el
Bologna)... parecía que había reverdecido laureles, que habia recobrado
la autoestima, pero la nieve cruel de los años, solo le permitió
disfrutar un poco más la gloria y demorar su retiro.
Lo
hizo con el Brescia, equipo gris de la Liga Italiana, en el cual anotó
45 goles en 95 partidos. Válidos quizás en cualquier otro país para ser
considerado una opción más en la Selección Nacional, pero no en Italia. Italia ya le había
cerrado el telón para siempre a aquel, que sin dudas puede considerarse
uno de los mejores jugadores italianos de todos los tiempos.
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