miércoles, 28 de agosto de 2013

Roberto Baggio: De ser Dios a ser diablo



por Roberto A. Lamelo

    Pocas veces uno tiene la oportunidad en la vida de conocer al Diablo y a Dios. Mucho menos cuando es una misma persona quien los encarna.

Quien vio el Mundial de USA 94' lo recordará por millones de cosas. Entre ellas, el autogol de Andrés Escobar - autogol que le costó la vida unos días después en su natal Colombia -, el codazo propinado por Tassotti a Luis Enrique, partiéndole el tabique, (el árbitro no cantó penal y cantó a favor de los italianos), o aquel otro codazo, el peor de todos, que le propinó el brasileño Leonardo a un jugador americano. Tan fuerte fue, que el jugador cayó sobre la cancha y empezó a convulsionar.

Pero el 94´será recordado quizás por los goles de Romario y los de Bebeto (su famosa celebración de simular mecer a un bebé también será recordada), por unos penales fallados en la final y por Roberto Baggio. El jugador italiano venía precedido por la justa fama de haber sido seleccionado el mejor jugador europeo del año anterior, pero así y todo, no era de la preferencia del técnico de la Selección Nacional Italiana, Arrigo Sacchi. 

Sacchi, no lo digo yo, lo dijo hasta él mismo, no tenia a Baggio como santo de su devoción. No le gustaba, no encajaba en su sistema técnico, y por testarudo, por no ponerlo, por poco Italia ni clasifica a la 2da fase. Sólo se salvaron los italianos por un jugador: Roberto Baggio. Fue gracias a él, que Italia fue avanzando - y porque claro, es Italia también ¿no? - y pasó de octavos a cuartos, de cuartos a semifinales, Baggio anotando goles... de semifinales al cruce por el oro, y del cruce a discutir el primer lugar contra Brasil. 

En el partido anterior a la final, Baggio salió lesionado del partido y  se temía su participación en la final. Sacchi había tenido que tragarse en seco su arrogancia y su papel... ¡ni Dios podía sacar a Baggio de esa alineación! pero un exceso de trabajo, y un defensa con malas pulgas, mandaron a Baggio al banco en ese penúltimo partido. ¿Jugaría la final? 

En el Rose Bowl de Pasadena, ante más de 94 mil espectadores se jugó aquel partido dramático, que enfrentaba al fútbol práctico europeo vs el fútbol creador de los cariocas. A pesar del esfuerzo de ambos equipos en el tiempo reglamentario y en la prórroga, terminaron ambos empatados a cero gol y fue necesario ir a la angustiosa tanda de tiros penales para definir un ganador. 

Marcio Santos, el central brasileño abrió fallando su tiro y si no se dolió tanto fue porque anteriormente, Franco Baresi, un hombre que nunca fallaba penales, falló el suyo mandando el balón a las nubes y no a la puerta que defendía Taffarel. Luego Romario, Branco anotaron por los auriverdes, al igual que Albertini y Evani lo hicieron por los azurri. Le tocó el turno a Massaro, y este falló. Dunga puso delante a Brasil y le tocó el turno a Baggio.

No se que fue más triste, si su ejecución o su cabeza caída, mirando al césped, tras fallar el disparo o fallarlo del modo estrepitoso en que lo falló. Mientras Brasil festejaba e Italia lloraba, un Baggio acalambrado se retiraba entre sollozos del campo. Había puesto a Italia en la final, él, sí, él, nadie más, no había podido anotar en este partido final, ... había fallado un penalty y ya se imaginaba quizás a la guillotina de la prensa italiana sobre su cabeza. Aunque hubiese anotado, si el que venía detrás por Brasil lo hubiese hecho, Brasil hubiese ganado, pero Baggio falló. Brasil ganó, y aquel jovencito de ojos claros, de nariz larga y puntiaguda y con coletilla fue sentenciado a la pena capital. Había sido Dios antes de ese partido, pero cuando su pie derecho envió el balón por encima de la porteria, Lucifer bajó a la tierra, se quitó el traje, se lo puso, le dio el tridente y le susurró bajito en el oído: Dios te salve, Bambino.

No fue su último mundial. También jugó algunas campañas más en la liga italiana, pero desde ese 17 de julio de 1994, Baggio fue más bien una sombra. Si alguna calurosa acogida tuvo después en su vida futbolística, fue la que recibió en Bologna, un equipo que se debatía entre la vida y la muerte y que lo acogió como un hijo en la temporada del 97 al 98 donde jugó 30 partidos anotando 22 goles.  Venía de un Milan, al cual arribó, golpeado por el dolor del Mundial del 94, donde apenas en 2 temporadas jugó 51 partidos anotando SOLO 12 goles. 

Es cierto que volvió a la Nacional (gracias a su excelente labor en el Bologna)... parecía que había reverdecido laureles, que habia recobrado la autoestima, pero la nieve cruel de los años, solo le permitió disfrutar un poco más la gloria y demorar su retiro. 

Lo hizo con el Brescia, equipo gris de la Liga Italiana, en el cual anotó 45 goles en 95 partidos. Válidos quizás en cualquier otro país para ser considerado una opción más en la Selección Nacional, pero no en Italia. Italia ya le había cerrado el telón para siempre a aquel, que sin dudas puede considerarse uno de los mejores jugadores italianos de todos los tiempos. 
























No hay comentarios:

Publicar un comentario