por Roberto A. Lamelo
Dentro de una fingida realidad, acosados por el distanciamiento emocional entre una generación llena de sueños incumplidos y otra generación preocupada por realizar el suyo propio, transcurre la cinta "La última noche" de la realizadora Ann Mulloy, que hoy comienza a exhibirse en las salas cinematográficas de los E.U.A.
La cinta revela la historia de dos hermanos, que un día deciden marcharse a los Estados Unidos en busca de una vida mejor, vedada para ellos en su lugar de origen, una Habana, una Cuba que parece ensombrecerse a la luz del derrumbe de sus estructruas sociales más arraigadas, de un estereotipo del miedo, de lo que no es o nunca ha sido: en fin, una perpetua limitación a la creatividad y al porvenir de los jóvenes cubanos.
La cinta tuvo, hace ya un buen tiempo atrás el candor de la ficción vuelta realidad, cuando, en viaje hacia el Festival de Tribeca en Nueva York, los dos principales actores, Anailín de la Rúa y Javier Núñez, escaparon del grupo en pleno aeropuerto de Miami. El riesgo de la realidad, el miedo por lo desconocido al separarse de la delegación, fue minúsculo comparado con el que habían tomado parte en la ficción del film. Ambos, jóvenes, y sin trayectoria delante de la pantalla, optaron por el cambio en sus vidas, dicen, sin haberlo consultado previamente.
Esta, quiérase o no, parece ser ultimamente la tónica de una generación curtida en la carencia de las cosas materiales, inundada por la dificilmente trabajada muestra de la realidad del primer mundo, que a menudo se presenta a los ojos de todos, como la historia del coser y cantar. No es la primera vez que se escuchan historias de este tipo, y en el filme bien claro se expresa. La sumatoria de las necesidades no logradas y la multiplicación de sueños que no llegan y parecen no llegar nunca, confluyen en un instante preciso, de apenas fracciones de segundos, para tomar una decisión tan drástica en una vida que apenas comienza.
Basta sólo una mirada, un gesto del otro, una mano que aprieta a la otra.
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